ANTES DE LA RUTA, EL BAKALAO SITUÓ A VALENCIA EN EL CENTRO DE LA MODERNIDAD
¿La ruta del Bakalao era cultura o una excusa para drogarte?
Tras los años de demonización, los protagonistas de la ruta del Bakalao y del movimiento cultural que la precedió ponen de manifiesto el valor de un tiempo en el que Valencia fue epicentro de la modernidad. ¿Hubo de verdad un ansia de vanguardia o era todo una excusa para drogarse? Luis Costa, autor de un libro sobre esta historia de éxtasis y discotecas, arroja luz sobre el fenómeno.
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Yo era niña cuando la televisión se esmeraba en vomitar los males de la ruta del bakalao. Muy bien lo tuvieron que hacer aquellos gerifaltes de los medios para que en mi cerebro infantil la palabra discoteca quedara asociada al averno; la música electrónica, exclusivamente a la droga; y las noches de fiesta, a secuestros y a muertes en carretera.
Recuerdo cómo aquellos años la telebasura se fue vigorizando programa a programa. Visualizo a Nieves Herrero coronando el 'prime time' con shows -porque lo eran- dedicados a las niñas de Alcácer. Hablando con los vecinos del pueblo en directo. Y a la madre de una de ellas recibiendo la peor de las noticias con las cámaras delante. Todo eso quedaba mezclado en mi cabeza.
Bakalao, qué espantos encerraba la palabra. Pero detrás de ella, defienden quienes estuvieron allí, había música y había cultura.
El periodista y dj profesional Luis Costa acaba de publicar el que hasta ahora es el mejor retrato generacional de lo que fue aquello. Editado por Contra, '¡Bacalao! Historia oral de la música de baile en Valencia, 1980-1995', pone por fin a hablar a sus protagonistas.
Los jefes de lo que durante demasiado tiempo hemos recibido como una masa de horrores acotada en varias localidades costeras, como un amasijo de desastres que se producía en un puñado de salas surgidas como setas en un punto climatológicamente amable de la Península.
A través de las páginas de este volumen, narrado con agilidad desde la cabina de la pista de baile, el escritor pone de manifiesto el valor vanguardista de la pre-ruta y, de paso, zanja el debate de la nomenclatura.
Esto es, lo que guardamos en nuestra memoria, esa imagen de los controles de policía, los alaridos de Chimo Bayo y los Pitufos Maquineros, responde a los estertores del movimiento. Sin embargo, el bacalao primigenio, el que se escribía con la letra c, defiende Costa, habla de una riqueza creativa y de una experimentación que lo emparentan con otras movidas que a la misma vez se estaban produciendo en ciudades como Madrid y Vigo.
Cómo surge el nombre de la Ruta del Bakalao
De hecho, en el libro se apoya la idea de que el término surgió en la mítica tienda Zigzag: un chico le muestra a otro un disco y le lanza, para advertirle de que tiene buena mierda en sus manos, la siguiente frase: “¡Escúchate este bacalao!”. El segundo, que está con los cascos puestos, no le entiende bien, ni siquiera oye su propia voz, de modo que repite la palabra a gritos ante los ojos de los presentes: “¿Bacalao? ¿Bacalao?”.
El concepto pudo surgir así, como un vocablo que los clientes de aquel local empezaron a emplear para referirse a música importada y de calidad.
Y, sin embargo, en el imaginario colectivo permanece la duda. Recientemente, en una conversación con Juan Carlos Usó, uno de nuestros mayores expertos en drogas, autor de títulos como 'Spanish trip' y 'Drogas y cultura de masas', el historiador se hacía esta pregunta:
“¿Fue la ruta del bakalao un verdadero movimiento cultural o era sólo una excusa para ponernos hasta el culo? ¿Fue primero la música y luego la droga o viceversa?”.
Del franquismo al éxtasis
Para Costa, no hay duda. El periodo en el que más ahonda su trabajo es la patria de una generación que se despereza del franquismo un viernes y vuelve el domingo a casa reconvertida en música internacional, bailes frenéticos y libertades insólitas. Éxtasis y otros alpistes mediante, sí, pero no solo.
En los ochenta, la parte de la que menos se ha hablado, pues el relato histórico se ha venido centrando, como decimos, en su decadencia, los gestores de aquellas salas y los jóvenes que las poblaban eran gente que devoraba la cultura con hambre de dragón. Su ideología era la del punk, en el sentido del hazlo tú mismo, pero todo esto entra en Valencia con matices únicos, de forma muy libre.
“Para empezar, parte de ese movimiento estaba en manos de universitarios”, arroja Costa. Vicente Pizcueta, por ejemplo, al frente la sala Chocolate, primero, y de las discotecas Barraca y Heaven, después, era licenciado en Filosofía; Carlos Simó, dj pionero de la escena de baile valenciana, que entre 1980 y 1986 pinchaba en Barraca y que, posteriormente, fundó el sello discográfico 'Intermitente', procedía del mundo de la arquitectura.
“En Barraca, había maestros como camareros, se celebraban acciones teatrales, performances... los diseños de los carteles de las fiestas los realizaban ilustradores y dibujantes de cómic… Y, por supuesto, solo hay que ver la cantidad de grupos que venían a tocar y de discos que se vendían”, enumera.
El mismo autor se asombró en su investigación: “No daba crédito. ¿Soft Cell tocando por primera vez en España en Valencia en 1981?”.
Como se narra en el libro, desde el extranjero llegaban algunos gestores culturales con ganas de descubrir de primera mano lo que estaba pasando para trasladarlo a sus lugares de origen, igual que algunos grupos editaron maxis de una determinada manera sólo para el mercado valenciano, porque tal canción se había convertido en un himno allí.
Los muertos que dejó en la cuneta
Pero aquella Valencia de ecos berlineses fue primero ignorada y luego sepultada en el ruido de los medios. La traca final, con la desaparición de las niñas de Alcácer, el suicidio de un dj en directo y la muerte en carretera del hijo de un pez gordo provocó la intervención directa de las autoridades para poner fin al desfase.
Sin embargo, antes aquello ya había empezado a degenerar. Así lo sostiene el periodista y escritor valenciano Rafa Cervera, uno de los protagonistas del libro, que con 17 años puso en marcha el fanzine 'Estricnina', en el que publicó a comienzos de los ochenta entrevistas a Glamour, Alaska, Radio Futura, Parálisis Permanente, Derribos Arias…
“El libro de Costa sirve para diferenciar de una vez las dos partes de un fenómeno. Están unidas pero son diferentes. En la primera, entre el 81 y el 88, aproximadamente, se crea una escena de clubbing sin precedentes", dice.
"Valencia está al día entonces de la música que se hace en otros países, sobre todo en Inglaterra, a cuyos grupos accede de forma casi inmediata, no porque los que los consumían fueran unos estudiosos, sino porque iban a las discotecas y allí los bailaban, esa era la forma en la que accedían a la música. Por ello, se producen circunstancias tan peculiares como que bandas consideradas de tercera categoría, como es el caso de Bolshoi, por ejemplo, fueran de culto en la zona”, añade.
Cervera ya no salía por allí cuando los jóvenes de la generación inmediatamente posterior apuntalaron la letra k al término bacalao.
“Ni me gustaba ni interesaba y ahí no veo ni cultura ni vanguardia. Seguramente, los especialistas en la electrónica de entonces no estarán de acuerdo pero yo lo que veo es música industrializada y creada con unos fines muy concretos, que sirve para lo que sirve y no ha dejado ningún poso. Nos acordamos de Chimo Bayo porque hizo canciones que podemos recordar, con un estribillo, pero en esa etapa ya no había una voluntad de hacer cultura sino una industria de ocio nocturno, con todo lo que eso conlleva: vender drogas, alcohol y música de baile”, opina.
En efecto, rastrea Costa, este periodo segundo despliega, más que una cultura, una forma de vivir: voluntad de ponerse hasta las cejas por encima de todo, como explicaba Usó, y una manera de comerse la noche moldeada por empresarios con ganas de nadar en billetes. Y luego, además de todo esto, la dentellada de los medios de comunicación, que vislumbraron enseguida la suculencia narrativa del nuevo bakalao.
“Puede que lo demonizaran y lo exageraran, pero no inventaron nada. Los controles, los accidentes… todo eso era cierto. La música se fue endureciendo y oscureciendo hasta alterar la costumbre. Cuando yo salía, había veces que probaba esto o aquello, pero drogarme no era el principal objetivo como sucedió más adelante", desvela.
"El uso de las drogas fue después algo institucionalizado y la electrónica que se pinchaba, con esos sonidos que funcionan como mantras, estaba hecha para el consumo de determinadas drogas. No quiero sonar moralista pero era una forma de pervertir lo que había sido divertirse”, concede Cervera, que continúa viviendo en el epicentro bakalaero, una comarca en la que poco queda de todo aquello pero donde todavía se encuentra con botellones en los parkings.
De vuelta al libro de Costa, su gran acierto es que, quizás por su condición de dj, ha logrado extirpar testimonios de protagonistas que nunca habían hablado, pues en esta historia trascendieron más los nombres de las salas que los de sus gestores, promotores, artistas… Muchos de ellos, precisamente por ese uso sesgado y sensacionalista del fenómeno, habían permanecido en silencio hasta ahora.
“Existen muchas teorías conspiranoicas sobre el final que darían para otro libro. Hay quien apunta que hubo intereses del Partido Popular (PP) de trasladar el foco de acción a la ciudad, porque las discotecas de la ruta no estaban en manos de gente vinculada al partido", comenta Costa.
"En fin, tenemos todo tipo de versiones pero lo que sí es cierto es que el Gobierno, en vez de afrontar un problema de la juventud, en vez de preservar su valor cultural como en otros países, tiró por la vía rápida de la contención. Frenó en seco un fenómeno que generaba un crecimiento económico importante. Hablamos de un tráfico de 50.000 personas cada fin de semana entre todas las discotecas locales, que poco a poco se habían ido dejando llevar por las taquillas”, recuerda.
La imagen de Sodoma y Gomorra que se dio de lo ocurrido es la que ha trascendido pasado el tiempo. Faltan más libros y documentos, como los ha habido a cientos de la Movida Madrileña, o como los hay de la escena rave inglesa de finales de los ochenta, que arrojen luz sobre el relato ennegrecido de los hechos.
Costa tiene buenas noticias: en las presentaciones de su libro y entre http://www.flooxer.com/embed/56ff96f30cf24f7b02362310|||images/play_youtube.jpg
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