PUNK A LOS 40
Hacerse viejo en la tribu urbana: punks y psychobillies en la brecha
Inconformismo, tener un criterio propio y sentirse joven aunque el cuerpo envejezca es el contrato que firman los que abrazan el rocanrol para toda la vida.
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¿Si el punk es rabia adolescente, qué pasa con la rabia cuando pasa la adolescencia? Pues que sigue ahí. Dani Mortaja, un emblema del punk madrileño de este siglo, un día se dio cuenta de que tenía más de 40 años y no había muerto. “Sigo aquí”, dice, con toda la fuerza de esas dos palabras.
Hemos quedado en Rara Avis, la tienda de discos de Jorge Larreina en Madrid, un sótano acogedor que es un refugio para los fans del punk, el psychobilly, el industrial y otras músicas oscuras; uno de esos hogares de acogida para almas descarriadas de los que quedan pocos.
Ha venido Dani Mortaja antes de irse a trabajar al Wurlitzer Ballroom, otro reducto del rock’n’roll en la noche madrileña. En cambio, Ro Zombie y Alfonso Guerrero, músicos del grupo Ro and the Skullboys, se han pasado por la tienda al salir de sus trabajos. A veces, la música es esa segunda jornada laboral que empieza cuando acaba la primera. Jorge echa más horas hoy en Rara Avis para que podamos conversar. Otras veces, la música es eso que te tiene atrapado las veinticuatro horas del día.
“Con los años —dice Jorge Larreina—, vas adquiriendo cultura y toda la rebeldía adolescente la transformas en una rebeldía que es tu forma de ser”. “Más que rebeldía lo que tiene que ser es un inconformismo un poco inteligente, ¿no?”, le contesta Dani Mortaja. “No tragarte cualquier cosa pero tampoco ir contra todo porque sí. Yo ya no necesito estar en guerra contra todo, ni contra mis padres ni contra la sociedad”, añade.
“Yo es que sigo siendo una adolescente”, tercia Ro. “El chip del rocanrol te mantiene siempre joven y rebelde. Yo no tengo nada que ver con la mayoría de la gente de mi edad que se casan y tienen hijos”.
Hemos llegado, rápidamente en nuestra tertulia, a un tema clave: la gente de nuestra edad. Al cumplir años, los viejos amigos del punk cuelgan la cresta, dejan de salir, cambian de vida y van desapareciendo. Si una escena es una comunidad apasionada fuertemente por un tipo de música, con el caer de los años esa comunidad se tambalea, pudiendo incluso acabar en ruina.
Dice Ro, cómodamente sentada en un maravilloso sofá chester, escenario de esta y otro millón de conversaciones semejantes a lo largo de los años, que para ella “una escena musical es una pasión y un estilo de vida, la gente que se descuelga no lo vive así, sino como una moda en su juventud”. “Pero los que estamos hoy aquí nos apasiona el rocanrol en general, ya sea punk, siniestro o psychobilly”, añade.
Jorge le contesta: “Yo siempre digo que soy así 365 días al año y 24 horas al día pero hay mogollón de peña que entre semana tienen un curro de puta madre y el fin de semana se disfrazan. Esa gente no se suele quedar [en la escena], y si se quedan, se convierten en caricaturas de sí mismas”.
“Yo es que el punk no lo he vivido nunca como una comunidad porque siempre he ido por libre —interviene Dani—, individualismo siempre, a lo mejor cuando tenía 15 años prefería tener una novia con el pelo verde, pero luego ya no”.
“A los 17 años tienes que ir con los clavos por cojones, ahora me la sopla”, dice. “A los 17 estás formándote, empezando a ser rebelde —añade Ro—, ahora que somos adultos somos aún más rebeldes porque sabes lo que hay, somos rebeldes de una manera más inteligente, no vamos por ahí pegando patadas a los contenedores, pero veo a la gente por la calle y pienso yo no quiero ser como tú”.
“Prefiero que la gente vista como se sienta y no que un tío vaya forzado con una cresta y no se lo crea ni él”, le replica Dani Mortaja. “La estética es una expresión y tienes que sentirte a gusto con ella. Yo nunca le he exigido una militancia absolutamente a nadie. El concepto ese de cuadrilla, tipo País Vasco, de los amigos de toda la puta vida siempre y el que falla dios mío cómo puedes fallar, eso me suda los huevos. Es que odio esa tiranía. En la escena punk cuando he querido he ido a conciertos, he militado, he aparecido y cuando no, he estado desaparecido”.
Jorge Larreina es vasco. Tuvo su primera tienda de discos en Vitoria, así que la comparación que ha hecho Dani Mortaja ha provocado risas y, por supuesto, la intervención de Jorge: “en mi cuadrilla éramos tres skinheads, dos punkis, cuatro o cinco jevis y nosotros, que éramos raros porque escuchábamos punk y psychobilly, pero estoy muy de acuerdo contigo, tío —se dirige a Dani—, en que yo no soy de cuadrillas, soy individualista cien por cien y, es más, cuando voy a un sitio y veo que toda la gente viste como yo, automáticamente dejo de vestirme así”.
El rocanrol es una manifestación de rebeldía. Desde su nacimiento en los años 50 y su manera de redefinirse e reinventarse a lo largo del tiempo: en los 60 con el garage, en los 70 con el punk y posteriormente con el psychobilly y el postpunk. Todos estos estilos “recuperan el carácter indómito que tiene el rocanrol, tanto en el romper con lo anterior como en el do it yourself”, explica Jorge. “Para mí es una filosofía de vida pero también es política, es una rebelión continua que me ha llevado al anarquismo”.
Dani Mortaja mira a Jorge y le dice que le gustaría tener una idea política tan clara como la suya. Además de los grupos en los que ha participado, Mortaja es conocido por los fanzines que ha hecho y sus colaboraciones en medios en los que, como en persona, se expresa con agudeza. “Me he vuelto muy cínico con la edad”, dice. Su actitud ante la vida es “ponerlo todo en tela de juicio”.
Aunque fue militante de CNT cuando tenía 15 años, ahora se siente “para unas cosas, bastante conservador, bastante de derechas y para otras absolutamente lo contrario”. “No me trago ningún dogma, ni de la izquierda ni de la derecha”.
¿Os acordáis de algún momento en el que hayáis dicho “he dejado de ser joven”?, les pregunto. “Yo no”, contesta rápidamente Ro. “Yo sí”, confiesa Alfonso, “casi continuamente, de repente la típica presbicia o no tener densidad capilar, que es muy jodido, son pequeñas cosas que se van acumulando y, vale, no soy joven pero es que empecé a ser persona a partir de los 30, yo antes era un cliché e impostaba mucho”.
“Voy a cumplir 47 años y hay ciertas cosas que sabes que ya no puedes hacer pero es superchulo ir aprendiendo y creciendo”, dice Jorge. A lo que el contrabajista de Ro and the Skullboys, un Alfonso Guerrero apostado tras sus gafas de sol, le contesta acordándose de “el mito de la juventud”.
“La juventud está sobrevalorada, ¡si nos vamos a morir!”, bromea Jorge, o quizá no bromea en absoluto, pero sonríe quitándole todo el drama a la tragedia.
“¿Qué te quedas calvo? Bueno, es lo normal en los tíos, tienes que aprovechar lo que tienes y mejorarlo. Tengo clientes de 20 años que la vida les ha derrotado ya y eso es lo jodido. Hay gente de 45 años que sigue luchando. Cuando dejas de ser joven es cuando piensas que la vida te ha podido”. Y, en eso, estamos todos de acuerdo. “A lo largo de las dećadas ha cambiado el concepto de lo que es ser joven”, opina Alfonso.
“Para mí es no conformarse con lo típico. A mí me gusta el rockabilly y no dejo de buscar qué hay más allá y es así como descubro el punk y el psychobilly, música que no te llega a la cabeza sino que te llega al estómago, que te remueve”, dice. “Ahí lo has clavado”, le contesta el propietario de Rara Avis.
“Esa búsqueda continua es lo que te mantiene vivo y joven, evidentemente tu cuerpo va envejeciendo pero tu mente no. Yo creo que hasta el día que me muera voy a sentir ese amor por descubrir cosas nuevas”.
El que fuera cantante de los grupos punk Nueva Autoridad Democrática y Más Volumen, nació en León y a veces vuelve por allí. “Cuando me cruzo por la calle con alguien con quien he ido al colegio, que ha llevado una vida muchísimo más saludable que yo, que he maltratado mi cuerpo muchísimo, me parece que él tenga 10 o 20 años más que yo”, dice Mortaja.
“Vivo con la expectativa abierta, pienso que lo mejor está por venir”. Jorge le acompaña en eso: “es que yo creo que la grandeza de la vida es la incertidumbre”.
“Sin ninguna duda”, le contesta Dani, y nos explica a todos: “yo vivo ahora con menos agobios y responsabilidades que cuando era joven y tuve todo tipo de empleos, desde capador de cerdos hasta dirigir una asociación de diplomacia pública. Ahora curro en un garito de conciertos, tengo un sueldo muy inferior al que he tenido y me da igual, vivo solo, no tengo nadie a mi cargo, ni peces de colores en casa, intento ser responsable con los compromisos que adquiero, procurando dar poco por el culo y no decepcionar”.
Se ha hecho tarde pero los clientes ven luz y llaman, Jorge debería cerrar la tienda de una vez sino quiere quedarse aquí hasta mañana. Dani tiene, además, que irse a una prueba de sonido.
Nos despedimos con unas risas y un brillo ladino en los ojos cuando Mortaja nos cuenta una última anécdota: “si me encuentro un colega que en el instituto llevaba el pelo de punta como yo y de repente me lo encuentro calvo y barrigón diciéndome ‘¡joder, pero todavía vas así!, pues qué quieres que te diga, eso alimenta mi vanidad”.
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