'Loops: una historia de la música electrónica'
La música electrónica ya tiene historia
La música electrónica es música, sí, pero algo más que música. Según qué estilo, la electrónica tiene una materialidad corporal (se siente físicamente en el cuerpo) y a la vez un carácter metafísico y extracorpóreo, casi marciano.
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Escuchar música electrónica en un club preparado para tal fin, con el equipo tecnológico necesario, se siente en el estómago y el corazón, y puede llevar a estados de comunión colectiva. A veces con la ayuda de ciertas drogas (sobre todo el éxtasis y similares, que parecen especialmente diseñados para su disfrute) que, en el otro lado, han sido la causa de la frecuente demonización social de estas músicas.
La música hecha con máquinas es la música del presente, pero tiene un pasado cada vez más alargado, como todas las cosas del mundo. La obra ‘Loops: una historia de la música electrónica’ es un trabajo que recoge la historia de disciplina desde sus inicios, que fecha en 1910 con los experimentos de los futuristas, las máquinas sonoras de Luigi Russolo (los ‘intonarumori’, que generaban diferentes sonidos, como el de un motor o del de un ronroneo), la música concreta (tomada del natural), la electroacústica o los trabajos de ‘elektronische musik’ de Stockhausen, considerado con frecuencia padre de la electrónica.
A partir de ahí, todo: dub jamaicano, la seminal figura de Kraftwerk, la música disco neoyorquina (con los primeros dj’s y clubs al uso, como David Mancuso, que montó The Loft en su casa, sin olvidar la enorme figura europea de Giorgio Moroder), el nacimiento del hip hop (Grandmaster Flash, Public Enemy, Run D.M.C., N.W.A.), el house de Chicago (Frankie Knuckles, Larry Levan, Ron Hardy), el techno de Detroit (el triunvirato formado por Derrick May, Juan Atkins y Kevin Saunderson) y así hasta la creación de una inabarcable retahíla de géneros, subgéneros y microgéneros: jungle, IDM, ambient, drum n’ bass, la indietrónica, el bakalao, el pop electrónico, la EDM o el muy reciente trap, que hace furor ya entrado el siglo XXI.
Por el camino, todo un progreso tecnológico donde se cuentan las técnicas de Dj, sintetizadores y cajas de ritmo (nombres como Moog o Roland) o los últimos softwares de producción musical (Ableton, ProTools, Cubase, etc). Y una forma de crear de especial interés, de carácter más colectivo que individual, más anónimo que personalista: lo que Brian Eno llamó ‘escenio’, mezcla de escena y genio, algo así como la muerte del autor y la creación de grandes ideas por comunidades.
Precisamente a principios de siglo, en 2002, se publicó el primer volumen de ‘Loops’ (Reservoir Books), dedicado al registro de la historia de estos ritmos durante todo el siglo anterior, coordinado por Javier Blánquez y Omar León, en el que hacían sus aportaciones en forma de capítulos especializados David Broc, Vidal Romero, Half Nelson, Juan Manuel Freire y otros periodistas musicales y expertos.
‘Loops’ se convirtió en un inopinado fenómeno dentro y fuera del mundillo y alcanzó las cinco reimpresiones antes de descatalogarse. Entonces los demandados ejemplares alcanzaron precios bastante elevados, de hasta 200 euros, en plataformas como eBay (Blánquez se topó uno dentro de una góndola, en la librería Acqua Alta de Venecia, no pudo más que llevárselo).
Ahora se publica una edición ampliada y corregida de aquel ‘Loops’ original, pero además se acompaña con una segunda parte, escrita en solitario por Blánquez (que tiene una gran habilidad narrativa, un profundo ‘background’, y una forma sorprendente de describir sonidos con palabras, por mucho que Frank Zappa dijera aquello de “escribir de música es como bailar de arquitectura”).
El nuevo material ofrece la crónica de los tres primeros lustros de este siglo. Curiosamente el volumen de todo el siglo anterior (en torno a las 700 páginas) es el mismo que el de la nueva entrega, ‘Loops 2’, como si la historia y la generación de información se hubiesen acelerado (porque lo han hecho).
¿Y qué ha pasado en la electrónica desde que comenzó el siglo? Después de la que para Blánquez fue la edad de oro de estos géneros, la cultura de club de los años 90 y el fenómeno rave (que coincidió con la postadolescencia del autor), quizás lo más llamativo es que el ámbito de lo electrónico se ha desbordado y electrónico ya es casi todo (dentro y fuera de la música).
Lo electrónico ha dejado el ‘underground’ y llegado al ‘mainstream’, hoy casi cualquier producción comercial, tiene elementos electrónicos (pongamos beats de reggaetón en Shakira o bases house en Madonna), al tiempo que también se ha infiltrado en las escenas del rock o el pop más indie. Al mismo tiempo, el gran panorama de posibilidades que se divisaba en los orígenes ya parece mostrar signos de agotamiento (como, por lo demás, las posibilidades de la historia en general), al tiempo que el mundo se desmaterializa y se monta en la nube digital.
La bestia negra del autor parece ser la llamada Electronic Dance Music (EDM, de nombre extrañamente redundante), mezcla de pop de estadio y electrónica, que hunde sus raíces en artistas como Daft Punk o Justice, y que en sus últimas encarnaciones toma el nombre de grandes estrellas como el recientemente fallecido Avicii, Skrillex, David Guetta o Steve Aoki, electrónica con no demasiada sustancia pero sí mucho espectáculo escapista y pirotecnia (Aoki gusta de navegar los brazos del público montado en una lancha hinchable) para el disfrute de las masas que mojan el dedo en el MDMA (aunque, como señala el autor, al volverse la electrónica mainstream su relación con las drogas se ha vuelto más superficial).
Entre sus características musicales, ojo al efecto llamado ‘drop’, un bajo que machaca la tierra como el martillo de Thor después del subidón, y que es idiosincrático de este estilo. Dice Blánquez que estos modos de celebración se asemejan al modo en que se festejaba en el Imperio Romano cuando los bárbaros ya se estaban acercando.
Otros estilos reseñables de la actualidad, a juicio de Blánquez, son el vaporwave o el hauntology, de carácter retrofuturista, y, por supuesto, se toca el tema del género más en auge y rodeado de polémica, el trap, que también sirve para ejemplificar cómo la música electrónica vive en una realidad posgeográfica y global donde las escenas se desparraman por la red sin tener en cuenta accidentes orográficos o fronteras (como un nuevo latín), muchas veces viven ajenas unas de otras.
Por ejemplo, lo más probable es sepamos citar a una buena colección de traperos españoles, pero no tengamos demasiada idea de sus orígenes estadounidenses, algo notablemente raro dentro de lo que ha venido siendo el panorama musical. El futuro, insiste Blánquez (con desesperación), es totalmente impredecible, pero es que la electrónica no es la música del futuro, como habitualmente se piensa (¿existe algún futuro?), sino la música del presente.
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