¿tienes criterio propio o eres un paria cultural?
¿Y qué pasa si odias Operación Triunfo, el reguetón y el trap? ¿Eres un cuñado?
Música o corolario, manifiesto o desfase, elitismo o desidia. Menospreciar un estilo musical se ha convertido en motivo de condena y linchamiento en social media. Especialmente, si no sintonizas con los estilos de moda. De carcamal a gilipollas, ser un hater es ofensivo y problemático, según a dónde vaya el disparo. ¿Hay razones para desprestigiar u obviar estos estilos? Quizá no, pero hacerlo es sano y defendible, porque el criterio nunca debe adocenarse.
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Debate eterno generación tras generación, la música de los jóvenes no gusta a sus padres, ni probablemente a sus hermanos mayores, creando ciertas figuras y estereotipos sociales como el carroza, el hater, el entendido, el arrimado etc.
Pasó con el rock’n roll, pasó con el glam, el punk, el AOR y el grunge. Al mismo tiempo, en los ochenta, fue pasando con el rap, luego el reguetón y ahora con la versión del trap en castellano. Cada vez más defensores del estilo van integrando una amplia gama de nombres y sonidos a sus listas de reproducción, mientras que toda una nueva camada de jóvenes descubren la que es la música que se supone les ha tocado vivir.
Digo se supone porque estamos en plena etapa de la elección de nuestro universo particular. Ya no existen unos 40 principales como única opción, la MTV ya no va de esto, ya no importan las listas, porque las listas de ventas no son relevantes.
O, bueno, no deberían serlo. Podría pasar que nos hiciéramos nuestros propios fortines y dejáramos de escuchar los que nos mandan las recomendaciones de Spotify, las de youtube, la rockdelux o las de los post promocionados de cualquier red social, pero lo cierto es que ya no es así en la realidad. Si es verdad que la democratización de la música ha creado nuevas posibilidades de distribución, que en general se han cargado el formato físico salvo para los muy raritos, y la cosa se ha quedado en los contadores de visitas.
Indicadores estadísticos que nos informan de lo que mola, que les indican a los periodistas culturales sobre lo que deben de hablar ese momento y cambian día sí, día también, como cambie el viral de la semana y todo se mueve en una corriente de ruido constante en la que para estar a la última, o estudias detenidamente qué debes escuchar o te dejas llevar por la corriente cambiante.
No es tan difícil para los de siempre dirigir nuestros paladares, y la infraestructura y la publicidad siguen siendo la gasolina que mueve todo esto. No importa qué extraño movimiento musical aparezca en el rincón más recóndito, que ya habrá una compañía con los billetes necesarios para comprarlo, imitarlo o reinventarlo. En este mejunje de estilos, surgen debates viejos, faltos de sentido hoy, pero que repiten antiguas contiendas.
Uno de los más recientes es el que gira en torno a ciertas tendencias de reguetón, el trap o el fenómeno Operación Triunfo. De haber sido una tendencia muy centrada en el público latino y el usuario de discoteca, el reguetón se ha ido integrando en la música pop a diferentes niveles, llegando a estar en boca de todo el mundo con la contagiosa melodía de ‘Despacito’ o incorporar sus ritmos en los hits de todo tipo de artistas consagrados que han decidido dar un nuevo impulso a su carrera y han conseguido nuevos éxitos con algunos de los manierismos del estilo del perreo.
La variante del trap latino e ibérico tiene más que ver con el reguetón y menos con el trap de Estados Unidos, pero ahí tienes a Maluma, arrasando y haciendo fuerza con la pobre Shakira, que igual te imitaba a Gwen Stefani en 2009 que se junta con el colombiano para hacer una canción con el elocuente título de trap.
La catalana Bad Gyal, el granadino Yung Beef o Pimp Flaco, el grupo Pxxr Gvng o C. Tangana son las cabezas visibles en la península, y bueno, ya no solo gustan en los barrios de extrarradio de donde se supone que son (Já).
Ahora tenemos sus nombres zumbando por festivales indies, el moderneo se ha apuntado a la moda y tanto tu antiguo colega con cresta como el gafapasta que ayer suspiraba por Wilco es susceptible de haber caído en la trampa de los secuestradores de cuerpos de lo que está de moda.
Todo el mundo necesita un pedacito de éxito y la postura ha tomado cariz de motivación partidista. Antes, si no te gustaba el reguetón tenías cierta coartada en cuanto a que las letras eran machistas, burdas o los ritmos machacones e insoportables, ahora sencillamente eres un carcamal, un dinosaurio, un aguafiestas, un paria, o lo peor de todo. CLASISTA, CUÑADO.
Claro, es lógico que odiar música llena de ritmos con ecos latinos la cosa quede un poco racista incluso. Estas acusaciones de clasismo tienen bastante sentido cuando no comulga con la música hecha por otras culturas, por minorías o por estratos bajos de la sociedad. Cualquier opinión direccionada en esa dirección está bajo sospecha, queda claro. Pero ese discurso es muy como de 2005.
A día de hoy el caso del reguetón y el trap no sirve ya esa excusa, porque está asimiladísimo, y genera millones. Hay que separar la crítica social con la musical. La música no es una lucha de clases, es una cuestión de actitud. Por ejemplo, en el actual caso de España y la representación del extrarradio. La música urbana.
Si una canción está llena de referencias al sexo a las drogas y la prostitución ¿se supone que representa a las clases bajas? ¿Por qué no escuchar la música que hacen en los pueblos más pobres deprimidos de Extremadura o Murcia? No, no claro, no tiene el mismo glamour.
La representación es importante. Algunos odian el trap porque el victimismo de la raya de coca como excusa de las dificultades de clase no solo es hipócrita sino hortera y chusca. El ejemplo de Tangana da risa porque además de ser licenciado en la complu, la mitad de sus canciones hablan del odio que despierta y, entre rayita y papela, de la envidia que genera mientras perpetúa la imagen del machote herido y coquetea con la épica de las peleas de pareja, (con un fondo tremendamente siniestro, por cierto) en sus videoclips. La música depende de lo serio que cada uno se la quiere tomar. Mucho hípster se apunta en modo jijí-jajá y estudiosos de la música afirman que hay genios en el estilo. Otros están demasiado cansados para discutírselo. El mainstream, se mueva por dónde se mueva, siempre gana.
‘Tiro billetes de cien, en un culo que no sé de quién’ y otras joyas del artista del momento no son comparables con las de Maluma y su ‘siempre me dan lo que quiero, chingan cuando yo les digo’ y ese largo etc de muestras de cosificación de la mujer, argumentos posesivos, estereotipos y violencia simbólica. Vivimos en una etapa de explosión feminista en la que se repasa cualquier contenido de hace dos décadas para mirarlo por el microscopio en busca de la actitud inadecuada, pero si alguien comenta que el reguetón o el trap son machistas encontraremos airadas respuestas de que en realidad es solo una parte, y que el rock clásico u otros géneros, también lo han sido siempre. O al menos una parte.
Mirada colonialista, simplona, y retrógrada. Volvemos a la asociación errónea de quien lo hace con la música que hace. No importa el quien, importa el resultado. Efectivamente, el estilo es amplio, rico y deja espacio para la cada vez mayor muestra de activismo, de usos incluso feministas y LGTB del mismo, pero también muchas otras veces, desde artistas femeninas, esas canciones son tan cosificadoras en lo sexual como sus contrapartes masculinos. Y bueno, qué demonios, que el estilo puede incluir de todo, sí, pero los que acumulan más visitas y el que aparece como cabeza del sonido hoy por hoy es el ejemplo claro de lo que se critica en el género en general.
Y no seamos hipócritas, esos mismos son los que vuelven locos a sus fans. No, no vale que los Rolling tuvieran canciones así. Que Pajares y Esteso fueran después de Alfredo Landa no hace que ver a tipos peludos en calzoncillos ir detrás de suecas desnudas sea más divertido. Muchos de los que rebaten a los haters de estos géneros alegan que son dinosaurios, cavernícolas y cuñados. Pero claro, cuando muchos de ellos fueron jóvenes tuvieron que lidiar con el bakalao, el tecno-pop infernal de discoteca y otros representantes de lo cani, lo cual no significa que odies el bajo perfil cultural, sino que no te identificas con su cultura de quiero drogarme, follar y volver a drogarme y celebrarlo. O sí, pero que oiga, no es cuestión de clasismo, es cuestión de criterios, buen o mal gusto y libertad de opinión. Pero hay que ofenderse por todo lo que vaya en contra de lo que a mí me gusta.
Otro de los casos antagónicos, en cuanto a que el canal es la televisión pública es el fenómeno Operación Triunfo, que en su regreso ha arrasado y deja las redes sociales para el arrastre semana tras semanas. Precisamente, la amplia gama de canales de distribución ha segmentado tanto los gustos, los estilos que surgen fenómenos de música pop genérica con regusto a brummel, como Taburete o esta nueva entrega de gran hermano con versiones de temas que siempre son mejores en su original. Si el éxito de los grupos tributo deja claro el estado de la cultura musical a un nivel general, la absorción de todo tipo de perfiles hacia el fenómeno televisivo demuestran que tras la explosión de contenidos y herramientas para divorciarse de la televisión como difusor de infecciones unilaterales, hemos decidido quedarnos dentro. De nuevo, la opinión disidente, el espíritu crítico, el ir contra las masas vuelve a ser considerado clasista, excepcionalista, elitismo. Frente a ello, es normal que el trap se considere el nuevo punk. Benditos.
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