LA REGLA DEL SEXO A LA TERCERA CITA AQUÍ NO SE CUMPLE
Los americanos también follan en la primera cita, que no te engañen las pelis ñoñas de Hollywood
Las flores, los bombones y la regla del nada de sexo hasta la tercera cita no son más que puro producto cinematográfico para las comedias románticas ‘made in USA’. La (cruda) realidad es muy distinta.
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Llevaba viviendo un mes en Los Ángeles cuando, una mañana de un resacoso domingo, me monté en un Lyft camino de casa de un amigo (para contarle la jugada de la noche anterior). Nada más subir al coche, y tras tomar asiento en el sitio de detrás del conductor, noté que el susodicho me miraba fijamente por el espejo retrovisor.
Era mono, para qué engañarnos.
Comenzamos a hablar y enseguida me di cuenta de que había feeling. ¡Bien por mí! Me sentía como en Paseando a Miss Daisy, pero con posibilidades de acabar teniendo una cita con mi chófer. Así fue.
Al llegar a mi destino, Adriano (las raíces italianas campan a sus anchas por LA) me dio su tarjeta y me dijo si quería salir a cenar alguna noche. Contesté que sí, apuntó mi número y me dijo que me avisaría.
Reconozco que en aquel momento quise dar saltitos de alegría.
Me sentía como la protagonista de la mejor comedia romántica del año. Jamás había tenido una cita con un americano y menos en su territorio. “Pues prepárate chica porque dicen que los estadounidenses se las toman súper en serio”, me dijo mi amigo Jorge (español) cuando le conté mi otra jugada (la del sábado por la noche ya había pasado a mejor vida).
El lunes (solo un día más tarde, eso es rapidez) recibí el siguiente mensaje: “Pasaré a recogerte mañana a las 7 p.m. Cenaremos en el restaurante Gracias Madre de West Hollywood. Deseando verte”.
¡Oh Dios Mío! La cosa iba en serio.
Adriano había cumplido su palabra y yo estaba a 24 horas de tener mi primera cita ‘made in USA’. Estaba tan emocionada que casi no me importó el hecho de que más que una cena aquello fuese una merienda tardía en España (maldito horario americano).
Martes 6:58 p.m. Me he puesto mis mejores galas (un vaquero negro, un top y una blazer) y me he depilado. Sin embargo, estoy convencida de que no va a pasar nada. En mi memoria he recorrido todas y cada una de las citas con sello Hollywood que he visto en el cine y todas terminan con el chico devolviéndote a casa y dándote un tierno beso. El reloj marca las 7:00 p.m. y mi móvil vibra.
“Estoy abajo”.
Bajo las escaleras y al acercarme a la puerta del portal veo que está esperándome. Me da un abrazo (aquí los dos besos no se llevan) y me dice que el coche está enfrente. Cuando nos acercamos a él, Adriano se adelanta y me abre la puerta. ¿Perdona? First time in my life que un hombre en dicha situación hace eso por mí.
Bromeamos sobre que hoy no tengo que pagarle la carrera y que he subido de categoría al sentarme a su lado. Llegamos al restaurante y de nuevo me abre la puerta (creo que me he enamorado). Entramos y durante la cena se muestra atento, le interesa todo lo que le digo y no para de preguntar por mi vida.
Vaya, ni mi psicólogo.
Además, no duda en alabar mi vestuario y en varias ocasiones me dice un “you look beautiful” que hace que mis mejillas suban de color. La cuenta llega y la paga más que amablemente.
“Vale, tranquila. Ahora es cuando te lleva a casa y te emplaza a una próxima entrega. Como mucho un beso de refilón”, me digo a mí misma. Salimos del restaurante a las 21.00 pm. “¿Qué te apetece hacer?”, me dice. Mi radar sexual se activa, pero lo desconecto. “No sé. Es que en España yo estaría empezando a cenar ahora y no conozco muy bien la ciudad. Tú dirás”, replico.
Mira al suelo, mira el reloj y me dice: “Podrías enseñarme tu apartamento”.
Y mi burbuja de amor explotó.
¿Toda la galantería, las buenas maneras y el querer saber hasta qué número de botas calzo eran solo para esto? A ver, amigo, que en España también queremos irnos a casa a revolcarnos, pero si la cosa solo va de sexo no nos lo curramos tanto en la previa.
Lo que más llamó mi atención es que ni siquiera nos habíamos besado. Normalmente uno espera a que haya contacto físico para lanzarse a la arena. Adriano no. Él se la jugó sabiendo que había dado los pasos adecuados para llevarme a la cama.
Obviamente dije que sí.
Volvimos al coche y ahí fue cuando nos besamos. Un momento algo extraño ya que me preguntó si podía besarme. “A ver, querido, que ya está todo el pescao’ vendido”, quise decirle, pero ni idea de cómo traducírselo en inglés.
Y cuidadito porque aquí mi amigo llevaba los condones en la cartera. Vaya, que lo tenía todo calculado. Eso sí, a la mañana siguiente me hizo el desayuno y cuando se marchó me mandó un mensaje diciendo que se lo había pasado muy bien y que esperaba verme pronto. “No sabe nada el americano este”, pensé.
Fue entonces cuando mi compañera de piso, Amanda, quiso saber los detalles de mi cita: “Uy, ¡pero si ha pasado la noche aquí! Eso es que pagó él la cena y se comportó como todo un caballero”. La miré con cara de “llevas más razón que un Santo”, pero no pude más que preguntarle si eso había sido una cita normal americana.
“Ya sabes, en las películas es como que esperan a verse dos o tres veces hasta meterse en la cama”, le dije. En ese momento, Amanda comenzó a reírse como si no hubiese un mañana: “Carmen, querida, estás en Los Ángeles, aquí todo es falso. ¿Acaso las películas españolas muestran realmente cómo es una cita en España?”.
“Pues mira sí”, tuve que decirle. En el cine español no hay ni flores, ni bombones, ni primera base, ni norma de las tres citas…
Hay sexo.
Puro y duro.
Y si podemos ahorrarnos la cena e ir directamente al postre no nos lo pensamos dos veces.
¿Moraleja? Que a los americanos les gusta follar tanto o más como a cualquier hijo de vecino. ¡Sorpresa!
Eso sí, aprendí la lección y me dediqué a cenar gratis un par de veces más (con otros americanos) sabiendo que después vendría el postre. Puesta a fingir por lo menos que me saliera barato.
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