A GOLPE DE FLYER EN PLENO HOLLYWOOD BULEVAR
Así intentaron captarme para la Iglesia de la Cienciología
En pleno paseo de Hollywood Boulevard, una armada de devotos cienciologos reparte, a golpe de flyer (cual discoteca), la receta para encontrar la felicidad eterna. De locos.
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Llevaba un par de días en Los Ángeles cuando decidí buscar la estrella de la fama del cantante Usher para mi amiga Lucía. Mapa y mochila en mano, comencé a caminar por Hollywood Boulevard entre aspirantes a actor disfrazados de Batman, Spiderman y Capitán América.
“Pareces perdida”, escuché en un perfecto inglés mientras miraba fijamente al suelo desesperada por no avistar mi objetivo. Alcé la vista y me encontré con un chico vestido con un traje negro y camisa blanca. “Es que estoy buscando una cosa”, contesté. Sonrió, como si mi respuesta le pareciese obvia, tosió y replicó, ahora ya en español (hablo bien inglés, pero el acento es el acento): “Como todos en esta vida, pero quizá la Cienciología pueda ayudarte a encontrarlo”.
Giré la cabeza y allí estaba. “Church of Scientology: Information Center”, rezaba el cartel. Ubicado en el 6724 de Hollywood Boulevard, me di cuenta de que el chico que me estaba hablando era un “comercial”. “¿Española? Entonces habrás oído muchas cosas falsas sobre nosotros”, continuó. No quise mentirle y le dije que el hecho de que la prensa hubiese asegurado que Tom Cruise se había comido la placenta de su hija Suri, fruto de su matrimonio con Katie Holmes, no había ayudado mucho a la imagen de esta religión: “Si me das unas horas, puedo asegurarte que cambiarás de opinión.”.
La curiosidad pudo conmigo y preferí jugarme la amistad de Lucía para poder conocer los entresijos de una de las religiones más polémicas del mundo. Al entrar, una chica sentada en una especie de recepción me pidió que rellenase una ficha con mis datos. Nombre, edad, email, dirección, teléfono y nacionalidad. Una vez cumplimentada, me llevó a una sala de espera donde Mateo, el chico que me abordó en la calle, me explicó qué vendría a continuación: “Vamos a realizarte tres test y después, con los resultados, hablaremos”.
Fue entonces cuando me enfrenté a una trilogía de pruebas que me dejaron, hablando claro, “to’ loca”. La primera fue el Análisis de Capacidad Oxford. Un test de autoevaluación compuesto de 200 preguntas (a las que tienes que responder con un totalmente de acuerdo, de acuerdo, en desacuerdo, totalmente en desacuerdo) destinadas a medir los siguientes diez rasgos de la personalidad: inestable disperso, deprimido, nervioso, inseguridad, inactivo, inhibido, irresponsable, criticador, carencia de acuerdo y retraído. Una prueba que la iglesia de la Cienciología lleva realizando desde 1950 para, según ellos, “medir los cambios de cómo la gente se siente acerca de sí mismos”.
Tras esto, Mateo me explica que el siguiente es cronometrado: “No te pongas nerviosa que lo harás bien. Tienes treinta minutos. Si no sabes alguna, déjala en blanco y continúa”. Es entonces cuando pone ante mí el test de Capacidad Mental Novis. Una prueba creada por el fundador de la Cienciología, L. Ronald Hubbard, que mide la agilidad mental, la solución de problemas y la inteligencia (o eso dice él, claro está). Lo completo en el tiempo indicado y me piden que pase a una sala donde hay un hombre con una máquina.
“Mira que me van a hacer pasar el polígrafo”, pienso consciente de la surrealista de la situación. Casi. El aparato es un electropsicómetro, inventado por un grupo de psicoterapeutas en Rusia en 1889, y que el padre de la Cienciología utiliza para, atentos, “medir el estado espiritual de una persona”. ¿Cómo funciona? Debes sujetar con las manos unos electrodos, mientras que un diminuto flujo de corriente eléctrica (unos 1,5 voltios) atraviesa tu cuerpo y vuelve al núcleo de la máquina. Flipad.
Terminadas las pruebas me dicen que ahora vendrá un consejero a evaluarme. Espero unos cinco minutos y Mateo aparece por la puerta. “Vaya, captador de clientes y evaluador, qué completo”, pienso cuando lo veo. Es entonces cuando, ni corto ni perezoso, me dice: “Carmen, tu vida no va nada bien. Estás en los umbrales más bajos de felicidad y es algo en lo que tenemos que empezar a trabajar ahora mismo”.
Es ahí cuando comienza una conversación que me recuerda más al de un psicólogo con su paciente que al del sermón de un cura a sus parroquianos. Me pregunta sobre mis relaciones personales, mi trabajo, mi infancia, mi adolescencia… Y cada palabra que digo le sirve para decirme que mi vida es un completo desastre. Hablamos en torno a una hora y cuando estoy completamente perdida porque no sé cómo narices terminará todo esto, sentencia: “Por 80 dólares, podemos iniciar el tratamiento”. Al loro.
Me recomienda que empiece por un vídeo de una hora sobre eficiencia personal que me ayudará a encauzar mi vida: “El precio incluye comida (una hamburguesa) y material (bolis y papel) para que puedas tomar notas. Estarás en una sala tú sola”. Declino la oferta alegando falta de tiempo. Sin embargo, la Cienciología tiene un plan B para poder sacar algo de dinero: “También tenemos unos libros de autoayuda magníficos por 20 dólares”.
Intrigada por este giro de los acontecimientos, me atrevo a expresar que lo que me ofrecen no se parece en nada a lo que yo entiendo por una Iglesia. “La Cienciología no es cuestión de creencias. Cristianos, musulmanes, judíos… ¡Todos pueden unirse a nosotros! Lo que proporcionamos a nuestros seguidores es apoyo moral y herramientas para ser felices y exitosos en la vida. Tenemos manuales para mejorar en los negocios, en el matrimonio, superar divorcios, saber cómo criar a tus hijos… Cualquier cosa que quieras mejorar en la vida, nosotros podemos proporcionártelo”.
Me veo entre la espada y la pared y decido comprar uno de sus manuales. “Perfecto, ¿efectivo o con tarjeta?”, me dice, y yo solo pienso en que se llevará comisión por esta venta. Minutos más tarde, me informa de que con los datos que proporcioné a mi llegada se me enviará una revista mensual con todas las novedades y actualizaciones de los libros y DVD de los que disponen y que envían a cualquier lugar del mundo. “Tu vida mejorará a partir de ahora Carmen, puedo asegurártelo”, me dice Mateo mientras me acompaña a la puerta.
Mejorar no sé, pero que sacaron de mi vida bancaría 20 dólares con técnicas baratas de pseudopsicología puedo asegurarlo.
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