Cuando te utilizan como mancuerna
Así es tener sexo con un obseso del crossfit
Nunca creí que un hombre llegase a desearme tanto en la cama por el mero hecho de pensar que con cada penetración está cincelando su cuerpo de Adonis.
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Practiqué natación y tenis hasta los 18 años. Después me fui a la universidad y me pasé al levantamiento de vidrio. Ahora, con casi treinta y cinco años recién cumplidos, el único deporte que mi cuerpo tolera es salir a andar. Exacto.
Y lo peor de todo es que las señoras de la bien llamada ‘ruta del colesterol’ me dan mil vueltas. Sin embargo, y para que luego digan que el físico lo es todo, llevo algo más de tres años acostándome con un cuarentón que posee el cuerpo de Thor. Y no lo digo yo, lo dice su mentor y entrenador de Crossfit.
Ingeniero de profesión, Eduardo comenzó a practicar esta disciplina deportiva hace cinco años. Carne de gimnasio, su anatomía era delgada pero fuerte. Vaya, el típico que se nota que hace deporte. Cuando yo lo conocí, recuerdo que se le marcaban mínimamente los abdominales. “¡Qué fuerte estás!”, recuerdo que le dije.
“Bueno, aún tengo que ponerme más”, me contestó. Y así lo hizo. La alimentación de Eduardo ha cambiado. Ya no come pasta, ni pan, ni arroz, ni bebe alcohol, ni bebidas gaseosas… Vaya, que es un coñazo gastronómicamente hablando.
Por lo demás, nuestros encuentros sexuales eran cada vez mejores. No por su físico, no os engañéis, sino porque la confianza y los años han hecho que Eduardo y yo nos acoplemos perfectamente el uno al otro. Eso sí, su manera de colocarse en la cama durante nuestros apasionados encuentros sexuales SÍ que ha cambiado. Me explicaré mejor.
Nunca he sido Almudena Cid en la cama. Ni con él ni con ninguno de los hombres que han pasado por mi cama. Soy medianamente flexible, pero no tengo necesidad ninguna de ponerme la pierna detrás de la oreja para conseguir un orgasmo decente.
Tampoco abogo por las posturas demasiado complicadas o aquellas que hacen que a la mañana siguiente no pueda subir las escaleras sin que la vecina se entere de que anoche tuve mambo. Vaya, que a mí me vale con un misionero, un perrito, una cucharita y un “yo encima pero poco rato que me canso”.
A Eduardo parecía gustarle lo que hacíamos. Hasta que un día comencé a notar que cuidaba con esmero cada uno de sus movimientos durante el coito. Ahora mi amante bandido se mueve como si estuviese preparando alguna llave de Judo hasta que se coloca de tal manera que puedo notar como todos sus músculos se tensionan. Y no, no es de placer, es de esfuerzo. ¡Bingo!
Eduardo aprovecha nuestros coitos para lucirse físicamente. “Qué suerte”, pensaréis algunos. Pues no. Porque él no lo hace para que yo lo vea y me excite, lo hace para lucirse él consigo mismo. Seré un poquito más clara.
Recientemente estábamos ahí dándole a la postura del misionero cuando vi que comenzaba a girar un poco el cuerpo y empezó a mirar hacia abajo. Y claro, pues yo pensé lo típico, que estaría mirando como entra y sale el tema. Pero no.
Algo me decía que estaba mirando otra cosa. Fue entonces cuando vi que hacia fuerza con los muslos marcando músculo y sonreía. “No puede ser que se esté mirando el cuerpo conmigo aquí debajo”, pensé yo. Le di un par de minutos de cortesía.
Y fue durante este corto espacio de tiempo que Eduardo puso sus manos a ambos lado de mi cabeza con las palmas apoyadas en la almohada y comenzó a penetrarme con un movimiento más propio de hacer flexiones que de estar follando.
“No será capaz de estar haciendo ejercicio mientras lo estamos haciendo”, pensé yo. Y mira, ni corta ni perezosa se lo pregunté en cuanto terminó nuestro coito gimnástico.
“Igual es una paranoia mía, pero ¿puede ser que cuando lo estamos haciendo pongas posturas con las que estás a la vez haciendo deporte?”, le dije de la forma más elegante que pude. No había abierto la boca y ya me había contestado. Su cara me lo dijo todo.
“A ver… no… bueno, es que con el Crossfit pues aprendes a hacer ejercicio en cualquier situación. Por ejemplo, yo ahora hay veces que en la oficina, sentado en la mesa, hago posturas o movimientos que favorecen que mi cuerpo esté siempre activo”, me contestó con cara de satisfacción.
Genial. Mira que me he sentido utilizada por hombres a lo largo de mi vida, pero esto de que me usen como una mancuerna humana es la repera. Bienvenidos al culto al cuerpo ‘extreme edition’.
Ah, se me olvidaba. Impagable también ESE momento en el que, tras el coito, Eduardo corre a hidratarse y a tomarse un par de avellanas mientras yo lo observo desde el balcón fumándome un cigarro. Puro arte.
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