LO PEOR SUELE VENIR DEL TRABAJO Y LA FAMILIA
Así es la vida de los veganos: menosprecio, incomprensión y burla constante
El veganismo, a diferencia del vegetarianismo que incluye en su dieta el uso y consumo de huevos y lácteos, rechaza todos los productos de origen animal. Si las personas vegetarianas ya encuentran dificultades e incomprensión a nivel popular para llevar a cabo su estilo de vida, las veganas se suelen dar contra un muro diario. Hablamos con varias de ellas sobre el menosprecio, la incomprensión y las burlas constantes que padecen en su día a día.
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Hace cinco años que Clara, de veintinueve, es vegana, y los contratiempos más habituales que ha encontrado no son de carácter logístico sino social: “Lo que más me agobiaba en el momento de tomar la decisión”, explica, “era que fuese complicado mantener una dieta completa y equilibrada, las dificultades de encontrar variedad de alimentos en el supermercado, en los bares y restaurantes. Es verdad que ha habido muchas limitaciones de ese estilo, que ves la carta de un sitio, preguntas opciones y te ofrecen cosas con queso e incluso con pescado porque no tienen ni idea, pero con eso ya contaba.”
Clara era consciente de que en su contexto contaría con pocos aliados y muchas preguntas repetitivas, pero las faltas de respeto la cogieron por sorpresa.
“Lo que no me esperaba era esta especie de bullying que viene sobre todo de la gente de la oficina y de mi familia. Mis amigos cercanos lo comprenden, solemos ir a sitios donde haya opciones para todos y es un entorno pacífico donde no se le da importancia al tema, pero los compañeros de oficina son personas muy variadas, algunas muy lejanas a mí en todos los sentidos. Les resulta totalmente ridículo y no tienen ningún reparo en hacérmelo saber”.
“Yo entiendo que les cueste asimilarlo y hasta que piensen que estoy mal de la cabeza, que les choque como a mí me chocan muchas de sus cosas, pero no puedo comprender la necesidad de sacar el tema a diario y hacer chistes todo el tiempo sobre el tema. Si tengo un mal día es que me falta un filete, me muestran productos cárnicos como tratando de tentarme o de curarme o algo así, no pillan que me desagrada, que eso me ofende", dice.
"A menudo empiezan debates muy pobres sobre si el veganismo tiene sentido o no, en general me molesta bastante que sean tan poco comprensivos y tan faltones con lo diferente. Si se organiza alguna comida no quiero ir, la experiencia me dicta que nunca me tienen en cuenta y además no paran de chincharme a lo largo de toda la reunión, si no me río es porque soy una sosa o (de nuevo) porque me falta un filete, y encima al final soy yo la antipática por no querer volver”, explica.
Alicia tiene treinta y seis años, trabaja como freelance y, aunque no se expone a ese tipo de situaciones tan a menudo, la peor parte llega desde la propia familia, circunstancia que también padece Clara.
“Para mi madre esto supone un disgusto muy grande, una preocupación constante”, cuenta Alicia, vegetariana desde los veinticuatro años y vegana desde los treinta, “lo que yo hago a sus ojos no es comer. Si ya le supuso un trauma que me declarara vegetariana, lo del veganismo es la muerte en vida, como si me estuviera suicidando poco a poco. Esto ha supuesto una brecha entre nosotras, un motivo de discusión constante”.
“Cuando voy a su casa me veo obligada a supervisar todos sus movimientos en la cocina porque si prepara comida para la familia me suele engañar. Me dice por ejemplo que los potajes no llevan carne y luego resulta que la ha triturado, lo noto y monto un pollo. O le pone queso a las cosas sin avisar. Lo peor es que le cuesta tanto entenderme que se pone triste porque yo no la entiendo a ella, que se supone que actúa por mí bien. Así que al final se me acusa de arruinar las reuniones familiares", afirma.
"Si alguna vez he tomado la iniciativa y he preparado un menú todo les ha resultado extraño y se han dejado la comida con cara de asco, sólo aceptan lo que conocen de toda la vida. Mi hermano me ha apoyado siempre pero a mi padre toda la situación le parece cómica y me riñe por darle importancia a algo que en teoría no la tiene. No tendría por qué tenerla si lo aceptaran sin más pero le dan la vuelta a la tortilla. Resulta muy frustrante”.
“En el trabajo me suelen llamar cara de lechuga”, cuenta Alejandro, de veinticinco años, “no tendría por qué molestarme en principio pero si le sumas lo harto que estoy de ese tipo de comentarios por parte de casi todo el mundo ya cansa".
"Ser vegano significa ser el aguafiestas de muchas reuniones, que te miren un montón de camareros como si fueras un extraterrestre y te hagan chistes sobre si la carrillera está tan buena que vale la pena saltarse esa tontería por un día, mi madre y mi abuela siempre en vilo que no entienden qué como y que si eso no cunde, la hartura de verduras insípidas de los cocineros sin recursos, las opciones veganas que no son veganas, algunos días se juntan demasiadas cosas y se vuelve desesperante”, añade.
“Hace cinco años ya que soy vegana”, relata Clara, “y todavía mis padres me preguntan por qué no le meto un poco de atún al sándwich por lo menos, que me alimente algo, o me ponen una tapa de queso de aperitivo. Yo creo que se hacen los tontos como quien no quiere la cosa para ver si cuela porque les preocupa que esté desnutrida. Es muy frecuente esto con la familia al parecer, a varios amigos les han pasado cosas similares. Yo quisiera ser vegana sin tener que pasarme el día hablando de ello, es el entorno el que no me lo permite”.
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