NO PASA DE SERIE ADOLESCENTE CON CLICHÉS
'Atípico', la serie que no representa a los niños con autismo
Nos la vendieron como la serie sobre el autismo –igual que ‘Por 13 razones’ era la serie sobre el acoso escolar y el suicidio adolescente– y en realidad, una vez vista, resultó que no era eso, ni de lejos.
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‘Atípico’ era, sobre el papel y dada la muletilla que le acompañaba en muchos titulares –‘la serie sobre el autismo de Netflix’–, una gran oportunidad de la ficción seriada para abrirse a un tipo de personajes que no gozan de mucha presencia en los guiones. La sensación que deja tras sus ocho capítulos es que, pese a las buenas intenciones, se ha desperdiciado la ocasión cayendo en tópicos y limitándose a un solo caso, el de Sam (Keir Gilchrist), enmarcado en un punto concreto del espectro.
Tanto en el cine como en la televisión se han visto bastantes casos de autistas. Perdón, personas con autismo –en una escena de la serie se ve cómo una madre corrige al padre del protagonista por referiste a su propio hijo como autista y no quisiéramos hacer en el error–.
Sin embargo, en la mayoría de ellos (o al menos en los más conocidos) se ponía énfasis en su habilidad para algo o en su potencial para el drama como protagonistas. En el grupo de los primeros se encontrarían títulos como ‘Rain Man’, ‘Forrest Gump’, ‘Touch’ y ‘The Good Doctor’, de próximo estreno. En el segundo, ‘Yo soy Sam’ y ‘Aprendiendo a vivir’, por ejemplo.
Por suerte, y algo que hacía que ‘Atípico’ fuese tan interesante de entrada, es que no era encasillable dentro de ninguno de los grupos antes mencionados. Sam es un adolescente con autismo con una alto grado de funcionamiento cuya meta en la serie es demostrar que puede ser independiente y echarse novia.
Vamos, como cualquier adolescente de su edad. Y ahí es donde comienzan los problemas de ‘Atípico’. Deja la sensación de que se simplifica demasiado un trastorno tremendamente complejo, amplio y desconocido.
Al quedarse con solo un caso, con solo una pequeña muestra del amplio espectro del autismo, la serie limita la voz que da a un colectivo que rara vez tiene presencia en la ficción o solo la tiene a medias. Habría bastado con aprovechar la posibilidad que ofrecía el grupo de apoyo al que acude la madre de Sam para mostrar otros casos en los que el nivel de independencia y funcionalidad no es tan alto.
Como escribía Malina Saval en Variety, “por cada niño autista hay una diferente manifestación del desorden, por cada niño autista hay una historia diferente para contar”. Sabe de lo que habla de primera mano ya que su hijo es uno de esos niños.
Una familia demasiado típica
‘Átípico’ enarbola la bandera de lo diferente, pero no deja de caer continuamente en chichés y topicazos. Por un lado, el padre (Michael Rapaport) que no acepta la condición de su hijo y huye abandonando a su familia. Y que cuando vuelve, resulta que sigue sin terminar de aceptar la realidad o quizá se avergüenza de ello y no es capaz de hablar de lo que le ocurre a su hijo con su compañero de trabajo.
Después está la madre (Jennifer Jason Leigh). Esa madre coraje que lo sacrifica todo por su hijo, que deja su trabajo como peluquera para entregarse al cuidado de Sam, que lo sobreprotege y que es el paradigma de la perfecta superwoman que puede con todo y para quien la condición de su hijo es una bendición. Lo hace más especial. Hasta que, claro, un día quiebra y cae en una aventura romántica con un barman de gimnasio al que deja plantado porque para ella lo más importante es siempre su familia.
Tanto Elsa como Doug son los típicos padres que la ficción y que los lugares comunes pintan cuando se trata de hijos con algún tipo de discapacidad. Ellos suelen huir, escurrir el bulto. Ellas, aceptar la realidad, renuncia a su vida y sobreproteger.
El mejor personaje en esta familia es el de la hermana (Brigitte Lundy-Paine). Menor que Sam, ha crecido como la mayor de los dos, siempre protegiéndole, siempre alerta y siempre en segundo plano para todos. Aún así, y siendo el más interesante de los cuatro, no deja de caer en los tópicos del género adolescente.
Porque al final, ‘Atípico’ no es una serie sobre el autismo, sino una serie sobre un chaval que tiene autismo al que le preocupan las mismas cosas que a un chico de su edad que no lo tuviese. Quiere valerse por sí mismo, elegirse su ropa, echarse una novia, ir al baile de fin de curso… Con la diferencia de que a él la música le molesta sobremanera, está obsesionado con la Antártida y hace gala de una sinceridad sin filtro y no es capaz de captar la ironía.
A medida que la serie avanza y se ve hacia dónde va, la sensación de estafa y oportunidad perdida va in crescendo. Sam tiene autismo, pero podría ser cualquier otra cosa. Podría no ver, o no oír. Los tópicos sobre la discapacidad son siempre los mismos y aquí están todos.
Representados en los personajes, pero también en los terapeutas. Como esa psicóloga novata a la que acude Sam y que le dice que basta con que siga unos sencillos consejos para conseguir novia. Una simplificación realmente insultante. Resulta que, según ella, con fingir una sonrisa y escuchar lo que la chica quiere le bastará para ligar.
Al final a ‘Atípico’ la pasa como a tantas otras producciones de este tipo, que suspende. Que, como explica Leslie Felperin, madre de un niño con autismo, en su extenso análisis sobre el fenómeno seriéfilo reciente publicado en The Guardian, son más los contras que los pros.
La diferencia entre ‘Atípico’ y ‘The Good Doctor’ –aunque de esta solo hemos podido ver por ahora el piloto– es que la segunda no pretende ser lo que no es. O, al menos, no nos la han vendido como tal.
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