ENTRAMOS EL ESTUDIO DEL ARTISTA
Borja Bonafuente, así es la vida de un pintor en la era de Instagram
La figura del artista despeinado, neurótico, de modales y morales desquiciados que, además, vive sumido en una extraña pobreza compensatoria al menos a nivel espiritual, es un lugar común para quien reflexiona acerca de la vida de éste. No es mi caso, concretamente siempre me he dirigido a la palabra y a quién la encarne con cierto recelo. El motivo de ello es que no soporto el aura que se desprende de ella, la singularidad que parece profesar el “artista”, el peldaño de diferencia con el herrero. Todo esto se trata de prejuicios, conscientes de hecho, sin embargo, que Borja Bonafuente te invite a su casa, logra que sean evidentes, airearlos ante un sonrojante espejo, y que escribas un artículo como éste de mil amores.
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Borja vive en el centro de Madrid y vive de pintar. Con esta frase, parece que podríamos escribir tres artículos intentando desentrañar la fórmula que le ha conducido al éxito.
No es cosa mía lo del éxito, que un tipo cada vez que expone en una galería venda todos -o prácticamente todos- sus cuadros es un hecho, se puede constatar empíricamente, igual que sus cuadros en la tercera planta del Mudec, la portada de la Rolling Stone o los discos que circulan por ahí.
Así que tras dos semanas como el gato y el ratón, logro que me abra la puerta con la intención de averiguar la fórmula.
Lo que me encuentro no es un pintor -al menos no lo que me imaginación se figuraba líneas más arriba- me encuentro un músico. El tipo que me abre la puerta lleva puesta una camiseta de los Sonics, la firma de McCartney que un día le pintó en el antebrazo tatuada, el corte de pelo de un mod.
Además, ha forrado su casa con primeras ediciones de The Beatles y los Lemonheads. Quizá no entienda cómo es la vida de un pintor en el 2017, pero lo que tengo claro es que si un día tengo que pegar un palo, la casa de Borja será mi primer objetivo.
Me comenta que lleva toda la vida dibujando, que desde pequeño siempre quiso ser dibujante de cómics, que incluso llegó a conocer a Francisco Ibáñez. Luego comenzó con el carboncillo, el óleo y la cosa se complicó.
“No me ha dado tiempo a pensarlo, he pasado de estar pintando los cuadros en el salón de casa, a que estén expuestos en Milán, en 'El secreto de la tercera planta' del MUDEC, en el mismo edificio en cuya primera planta exponen ahora a Basquiat".
Borja no ha estudiado Bellas Artes, tampoco diseño, la fórmula de la que hablaba al principio parece que ha sido la combinación de acción y azar.
“La verdad es que todo ha ido bastante rodado… El primer cuadro que hice en serio se lo enseñé a una amiga y esta a su vez se lo enseñó a un galerista que decidió exponerme. Tras esa exposición, hubo otro galerista que vio mi trabajo y también se interesó en montar otra exposición, y esa ha sido un poco la dinámica hasta hoy, que estamos haciendo esto”.
Y para pulir los ejes de ésta, tiene muy claro que lo fundamental en un cuadro es el concepto, “que diga algo, que mueva el interior del espectador, no que parezca o deje de parecer una foto”.
Al oír esto dejo caer con la boca chica su vinculación con el hiperrealismo de la que se desmarca rápido.
“Creo que la diferencia está en que el hiperrealismo no suele haber más concepto que el de representar la realidad como es; y yo siempre intento tener un concepto detrás que es el que está trabajando, que es lo que realmente importa, haya o no pinceladas más o menos sueltas”.
“De hecho, cuando lo encuentras es muy liberador, es como una sesión terapéutica en la que muestras tu interior al mundo”.
Cuándo le pregunto por cómo lo hace para vivir de la pintura, si no las pasa canutas y si no cae en ese lugar común que describía al principio, me comenta que no.
“No me ha tocado vivirlo directamente, pero sí entiendo lo que se dice del artista pobre. La verdad es que hay meses que no vendes nada y está el miedo de '¿qué voy a hacer con mi vida?' Y, sin embargo, luego hay otros que vendes todo y te da para todo el año”.
Supongo que por eso en el pasado ha buscado otras vías de financiación, desde del diseño de discos (Xoel, Amaral, próximamente Izal, etc.), a trabajar en las barras del Tupper y del Wurtli .
“Si me apuras, seguro que te he puesto una copa”, (cuando dice éste último parece que ya sabemos por qué nos éramos familiares) y empiezo a darle más sentido a la casa y al tío que tengo delante.
Casi por accidente, al ver en su estantería 'La Mirada del Retrato' le pregunto si no ha pensado en el encargo de retratos como otra vía.
“No he estado nunca muy por la labor de hacer encargos, sin embargo últimamente si he aceptado varios. Sobre todo porque un cuadro mío lo puedo defender y explicar por qué he hecho una cosa y no otra. Pero en un retrato de encargo no. Sin embargo, al final pienso, tío te pagan un dineral por pintar una persona, lo hicieron Dalí, lo hicieron todos… ¿por qué no iba a hacerlo yo?”
La conversación se aleja por los derroteros del el Wurtlitzer, Antonio Merino y los Hollywood Sinners, hasta que cuando me quiero dar cuenta, estoy en casa pensado en cual ha sido la conclusión de la pregunta que da título a este artículo: ¿Cómo es la vida de un pintor?
Y la respuesta es fácil: normal, como la de todos, quizá con algo más de suerte, porque:
“Aunque va a sonar muy hortera que te lo diga así, al final, la pintura es mi vida y estoy muy bien en ella. No es algo que haya elegido desde pequeño, pero ha terminado siendo así. Y ahora estoy súper cómodo en esto. ¿Sabes la típica frase que dice: me pagan por lo que me divierte? Pues es cierto”, dice Bonafuente.
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