Bodas entre niños, intercambio de princesas para que los reyes pudieran preñarlas cuanto antes
‘Cambio de reinas’: cuando los reyes de España casaban a las infantas de 4 años con herederos de Francia
Bodas entre niños, intercambio de princesas para que los reyes pudieran preñarlas cuanto antes. Trajes suntuosos, opíparas comidas y el único trabajo de aguantar a otra persona que te han impuesto, desde edades comprendidas de los cuatro a doce años. La nueva película de Marc Dugain nos recuerda como la política exterior hace unos siglos no era muy distinta al proxenetismo.
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Versalles, 1712. El duque de Bretaña acaba de morir de sarampión, su hermano Louis le sucede y se convierte en Delfín de Francia. Un momento estratégico en el que el regente, Felipe de Orleans, tuvo la idea de fortalecer la posición de Francia en Europa con un sencillo movimiento.
Haría un intercambio con su propia hija, de 12 años, casándola con el joven heredero al trono español, a cambio de su hermana de 4 años, quien se casaría con el futuro Luis XV, que también era un crío. Un matrimonio de conveniencia para preservar la paz en un tiempo en el que las princesas eran arrojadas a los perros como un trozo de carne.
A menudo, puede que por la sobredosis de películas Disney, se cree que las vidas de los príncipes y princesas son maravillosas y mágicas. La escritora Chantal Thomas, en su libro ‘El intercambio de las princesas’, sin embargo, describe la vida bastante turbia de estos niños de las Casas de Francia y España.
Puede que tuvieran todos los caprichos, pero a menudo estaban destinados a ser simples peones en la geopolítica de países europeos, a menudo debilitados por guerras y muertes. Básicamente, las princesas servían para casarse con reyes y perpetuar la dinastía. No, ‘El cuento de la doncella’ no es un sesudo supuesto satírico, también recoge una realidad histórica.
El escritor y director Marc Dugain, tras ser aconsejado por su esposa editora, compró los derechos del libro para llevarlo a la pantalla y le ofreció a Thomas ser su coguionista. ‘Cambio de reinas’ sumerge al espectador en el siglo XVIII, directamente dentro de las intrigas de la Corte, sus luchas de poder y sus manipulaciones dejando en evidencia el ridículo de muchas situaciones y decisiones.
Al estilo de las películas de Patrice Leconte y Bertrand Tavernier o la reciente ‘La muerte de Luis XIV’ de Albert Serra, que ya mostraba la ignorancia de los médicos y el peligro paradójico que representaban para la salud de sus ilustres pacientes. Porque algo que aparece en esta película, casi como un personaje más, es la muerte, que acecha en todos los corredores de los palacios, en forma de viruela o de la peste, que iba diezmando a los súbditos o herederos de las dos Cortes.
La obra de Dugain también picotea en el temor de Dios, la influencia de la religión en el poder político y la caza de herejes. Va dejando muestras de las consecuencias de la consanguinidad extrema de las familias reales, por ejemplo en la atormentada existencia del Rey Felipe V, apuntando sutilmente a su demencia degenerativa. Pero la trama principal sigue los destinos de cuatro títeres apenas preadolescentes.
En Francia Luis XV (Igor Van Dessel) y la diminuta Infanta Mariana Victoria (Julianne Lepoureau). En la corte de España: la rebelde Luisa Isabel de Orleans (Anamaria Vartolomei) y el tímido Luis I (Kacey Mottet-Klein). Cada uno de ellos despierta una empatía inmediata por su existencia sórdida, entre el deber de ocultar los sentimientos, y una vida de niño basada en la abnegación.
La única calidez humana proviene de sus institutrices, pero ni con ellas pueden encariñarse puesto que la dolorosa separación durante el intercambio les obliga a abandonar todo lo que conocen. De un país a otro, seguimos las vidas en paralelo de los infantes, a los que se humaniza desde una perspectiva de un drama íntimo, centrado en el interior de palacio.
Se nos deja ver la vida de estos niños privilegiados aunque sabemos que la de la gente plebeya era mucho peor. Gente que nunca vemos, una elección consciente para centrar la atención en la claustrofóbica existencia que, precisamente, significaba ese aislamiento de clase, lo que hace que la opulencia obscena se muestre yerma y estéril, por mucho que en los estratos más bajos reinara la miseria y el dolor.
También existía la presión de tener un heredero a tiempo, los matrimonios no consumados presionaban en estos acuerdos, y en casos como este, a pesar de los esfuerzos diplomáticos del Embajador, no hubo éxito en las maniobras. En ‘Cambio de reinas’, se cuenta el absurdo de los movimientos de este estilo, pero también es el relato de un fiasco histórico y las dificultades de que eso saliera adelante.
Por ejemplo al casar a dos niños tan pequeños, el rey debía esperar a que se desarrollara la infanta, algo que, lejos de la sordidez violenta de una serie como ‘Juego de tronos’, no se resolvía a la fuerza, sino bajo el ojo, constantemente pegado, de la iglesia, que vigilaba si se habían cumplido todas las oraciones previas antes de que las parejas cohabitaran y todo se hiciera libre de pecado.
Más triste es ver cómo las chicas se obligaban a enamorarse de sus maridos impuestos, aunque, como en el caso de Luisa Isabel, su inclinación fuera más cercana a las jóvenes de su mismo sexo. Es impactante también ver como la pequeña niña interpretada por Lepoureau declara su amor a Luis XV, como si fuera casi una oración aprendida a la que se ha aferrado y se ha acabado creyendo.
‘Cambio de reinas’ es solo un pequeño sorbo de la manera en la que podía funcionar la política hace unos siglos, con la noción de que los monarcas deben casarse en las dinastías de otros monarcas para poner fin o prevenir guerras. Era siempre una oportunidad, pero frecuentemente desarrollaba una endogamia con fatídicos resultados para el funcionamiento como nación. Lo más interesante de todo, es que este “uso” de la monarquía explicaría su validez en épocas en las que valían más los matrimonios que los tratados de comercio en las estrategias y alianzas territoriales, pero también dejan ver de forma clara, el poco sentido que tiene hoy en día, mas allá de perpetuar una tradición.
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