LA HISTORIA DE UNA DE LAS SALAS DE VERANO MÁS ANTIGUAS DE ESPAÑA
Cinema Paradiso existe y está en Tomares
La familia Cansino regenta desde hace 53 años Cinema Tomares, una de las salas de verano más antiguas de España, en la localidad sevillana del mismo nombre y cuya historia comparte ingredientes con la película de Giuseppe Tornatore. Nos sentamos en sus butacas para ver 'La la land' y cenar montaditos bajo las estrellas pero también para hablar de un negocio en vías de extinción cuya magia, sin embargo, no debería perderse en la noche de los tiempos.
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Un cuadrado diminuto excavado en la pared encalada es la taquilla. Detrás se asoma Rafael Cansino, el dueño del cine de verano más antiguo de Andalucía. “Deme dos entradas”, le digo. Y por cuatro euros me tiende dos cartones amarillos en los que se lee “Cinema Tomares”, dos pases de los antiguos, de los de película vieja.
Estamos en Cinema Tomares, un lugar de sabor tan auténtico que no necesita filtro alguno. Es hipster sin querer serlo, sin saber siquiera de qué va eso. Esta noche proyectan 'La La Land', una película vueltas con la magia del cine, y tengo la sensación de estar en el lugar perfecto para revisitarla.
Antes de las urbanizaciones y de convertirse en ciudad dormitorio, Tomares era una villa rural, rodeada de olivos y haciendas. Sevilla, a sólo unos kilómetros, se divisaba desde algunas zonas de la cornisa sobre la que se extiende el pueblo, pero las distancias eran otras entonces y el que allí nacía, allí hacía su vida.
Rafael Cansino fue el primer cartero de este pueblo del Aljarafe sevillano en los años en los que el correo se repartía a pie, con la bolsa al hombro. Fascinado por las películas, este trabajador, que había logrado comprar una propiedad en el centro del municipio, decidió montar un cine para sus vecinos.
En el invierno de 1957, 'La hermana alegría', con Lola Flores, fue la primera proyección de su nuevo negocio, que enseguida atrajo a los espectadores. Poco después, apremiados por los sofocos de la canícula sevillana, aquellos mismos clientes comenzaron a rogarle a Rafael que abriera una sala al aire libre, que allí en julio y en agosto no se podía respirar.
Y lo hizo. Hace 53 veranos, cogió los proyectores y se los llevó a una parcela que compró con este fin y en la que hoy viven los actuales dueños, sus hijos, los niños del cartero. El patio de sus casas es también un cine sin techo de 150 butacas, de los que apenas quedan ya en España.
Cinema Tomares es casi el último unicornio, el postrero de los cines de antaño, un lugar que cada verano invita a viajar al pasado a un público local que va ampliándose al de la ciudad, a un sector del moderneo que hoy acude animado por ese encanto de otra época que conserva esta sala, con sus carteles de películas antiguas sobre las paredes blancas, con su vista a otras casas del pueblo y su suelo de cemento y el haz de luz del proyector filtrándose a través de un boquete en la pared.
Delante, las sillas son azules, de hierro, tan bonitas como incómodas. Quienes en ellas se sientan vienen pertrechados con cojines y mantas si hace fresco esa noche.
En las zonas más alejadas de la pantalla, están dispuestas decenas veladores para poder ver la película tomando unas tapas y unas cervezas. Comer pipas, fumar un cigarro… La gloria en la tierra. Por menos de 18 euros, mi chico y yo hemos visto la 'La La Land', cenamos y bebemos tinto de verano.
Rafael, el hijo, tiene hoy 71 años. Como su padre, él también fue cartero. Me cuenta todo esto asomado a su ventana, mirando a la pantalla. “Llevo aquí toda la vida. ¿Ha visto usted 'Cinema Paradiso'? Es un calco de mi biografía”.
Hace 12 años, decidieron vender el cine de invierno al Ayuntamiento del pueblo, pero ninguno de los miembros de esta familia que ha crecido entre fotogramas tiene en mente hacer lo propio con el de verano.
“El cine lo ha sido todo para nosotros. El verdadero negocio era haber vendido la parcela en su día pero nuestro lema es que en la vida el dinero no lo es todo. Nos pesaba más el cariño. Hasta mis nietos están implicados”, expone. Y es cierto, cuando finalizan las proyecciones, varios mozos ayudan a recoger y reordenar las mesas.
“Si Cinema Tomares es rentable es porque todos arrimamos el hombro. Quedan muy pocos cines privados porque tienen escasa rentabilidad. Pero nosotros, más o menos, tenemos nuestras necesidades cubiertas y, por eso, nos da pena cerrarlo”.
Hoy es su hijo el que se encarga del proyector, digital desde hace tres años. Hasta entonces, habían mantenido la cinta de 35 milímetros. Como el precio de estos nuevos aparatos supera los 50.000 euros, tuvieron que alquilarlo.
“Conservamos algunas películas que compramos y los aparatos antiguos en la cabina, incluido el primitivo de carbón, aquellos que salían ardiendo”.
La mejor época de la familia Cansino se vivió antes de que llegaran las nuevas cadenas de televisión, los vídeos comunitarios y, por supuesto, internet. Vacas gordas para ellos es sinónimo de 'Ben-Hur', de 'Los diez mandamientos'... Pero han sobrevivido a todas las crisis.
“Lo ha hecho el cine, no nosotros. El cine es tan grande que puede con todo. Me acuerdo del verano que se estrenó 'Titanic', películas como esa hacen que el público vuelva a las salas, gente que había dejado de ir al cine y que se reenganchó gracias a aquello”.
A Cansino el 3D nunca le convenció, con la excepción de 'Avatar'. “Cameron es un genio pero lo demás ha sido un fracaso”, zanja. Las gafas siempre fueron a sus ojos un artefacto incómodo que no supera la sugestión que vive el espectador una vez que se apaga la luz y se enciende la pantalla.
Sería una pena que los cines de verano continuaran desapareciendo. Cita Cansino el caso de Córdoba, donde el Ayuntamiento protegió a los pocos que quedaban privados.
“Nosotros no tenemos ayuda alguna. Y las distribuidoras se llevan un 60%. Nos vemos obligados a programar películas que se estrenaron hace seis meses, porque no nos llega. Queríamos dar 'La la land' ahora porque es un musical muy lindo, una película dignísima. Echamos la cuenta y, si llegamos, pues la damos. Pero una cosa es que nos guste el cine y otra, que seamos tontos. Es una pasión, pero no podemos arruinarnos por el cariño. Por eso, nos centramos en un cine familiar”.
En su cartelera no aparecen cintas de terror ni de violencia. No quieren que su clientela cene viendo vísceras.
En el descanso de la película, charlo con una pareja mayor que se sienta a mi lado. Son del pueblo y ya venían a este cine cuando eran novios, hace más de 40 años. Antes, al entrar, una niña le preguntaba a su madre por qué el cine no tenía techo.
“Nuestro techo son las estrellas”, me había repetido varias veces Rafael durante la entrevista. La frase es tierna y hasta un poco cursilona, pero es la pura verdad. Acaba el descanso y vuelve a apagarse la luz.
En la pantalla, Ryan Gosling y Emma Stone bailan con Los Ángeles al fondo.
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