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HUBO UN TIEMPO EN EL QUE SOLO OLÍA A PALOMITAS

Comer en el cine se nos está yendo de las manos

¿Alguien se acuerda de cuando en el cine solo se comían palomitas y, como mucho, chuches o alguna patatuela? No hace tanto de eso. Eran tiempos maravillosos. Entrar en el cine y ese olor a palomita recién hecha que lo inundaba todo. Era como una parte más de la experiencia cinematográfica.

-Las palomitas son saludables para nuestro cuerpo

Las palomitas son saludables para nuestro cuerpoPixabay

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Dependiendo de qué película se fuese a ver, el aroma era más o menos intenso. Porque hay películas que se prestan más a lo de devorar ese manjar blanquecino, salado y crujiente mientras se disfrutan o sufren que otras. No es lo mismo una de gente disfrazada liándose a mamporros con villanos también disfrazados que una sobre una complicada y tensa investigación periodística.

Sin embargo, es algo que se ha perdido. No lo de comer palomitas, que para gloria y caja de las empresas detrás de las salas es un negocio que nunca decae. Da igual lo que cueste el combo, hay espectadores que asocian cine a palomitas y no renunciarán a su cuenco por nada del mundo. Otros se conformarán con olerlas o las llevarán hechas de casa, que no es lo mismo, pero sí mucho más económico. Ni unos ni otros son problema. Al menos, no así en general. Las chuches, patatas y derivados de estas, tampoco.

El verdadero problema, lo que da asquete, es la costumbre de algunos de degustar todo tipo de comida recalentada, grasienta y ruidosa en la sala de un cine. Como si se estuviese en el salón de casa, vamos. Abres la puerta para entrar en la sala y es como entrar en un gimnasio sin ventilar desde hace un par de días.

Como una bofetada aromática, de pronto tu sentido del olfato enloquece ante el mejunje de perfumes congregado en un mismo espacio a base de una variedad de comida que va de los nachos a la pizza barbacoa pasando por los perritos calientes. Así, todo de golpe.

Salir al cine y a cenar es un plan maravilloso, de los mejores que puede haber. Pero, ¿de verdad es necesario mezclarlo? No se trata solo de una cuestión olfativa, es que hay mucho de contaminación acústica y de higiene. Por un lado está el ruido que ciertos alientos pueden generar en una sala en silencio. No sé, imaginemos un momento dramático, una declaración de amor, una muerte lenta y dolorosa y ahí, el de al lado dale que te dale a los nachos. Bien crujientes, como debe ser.

Lo de la higiene es un tema en sí mismo. No solo por lo sucia que queda la sala después de que una horda de espectadores haya degustado sus pizzas, perritos, nachos y demás. Es que todo este tipo de comidas no son nada prácticas de comer a oscuras. Lo de que no haya donde apoyarse es lo de menos, pero un chorretón de kétchup se le puede escapar a cualquiera sobre el pantalón, la camisa o el vecino de butaca, que los hay muy torpes.

Es cierto que las palomitas también se caen, pero al menos estas no pringan en contacto con cualquier superficie. Y, volviendo a lo mismo, huelen mejor. Olores, manchas y ruido, mucho ruido. Aunque es verdad que en este sentido la culpa no la tiene solo este tipo de comida que se ha sumado al menú cinéfilo desde hace ya demasiado tiempo, tiene que ver más con el civismo y empatía de quienes la consumen. Salvo en casos como tener que abrir una bolsa de patatas, por ejemplo, comer no debería ser una práctica ruidosa.

Sin embargo, siempre hay alguno que come como si moliese granos de café. Que parece que en lugar de palomitas están comiendo piedras. O los que sorben su refresco hasta la última gota. ¿Es que no se dan cuenta de que no hay más? Haber pedido menos hielo, hombre. Que por mucho sorber no vas a sacar más de ahí.

Cierto, lo de los malos modales en la sala de un cine siempre ha existido, pero con la ampliación del menú alimenticio que se ofrece en algunas cadenas se ha agravado. Porque ahora cuando entras en una sala lo que te da no es olor a palomitas recién hechas. Es a otra cosa, a otras muchas cosas. Se nos ha ido de las manos.

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