LA ANOREXIA Y LA BULIMIA NO SOLO LAS SUFREN LAS CHICAS
Cómo es ser un hombre y tener un trastorno de la alimentación, como la anorexia y la bulimia
"Es poco probable que los hombres busquen tratamiento para los trastornos alimentarios porque existe la percepción de que son enfermedades de mujeres". Es el mensaje en manos de un chico de torso desnudo y huesudo en una foto en Instagram. La anorexia y la bulimia no solo las sufren ellas, sino también ellos. Hablamos con hombres que la padecieron.
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Mis rastreos de personas que entrevistar para los artículos suelen comenzar en redes sociales: entre cerca de 5.000 amigos, conocidos y desconocidos, siempre hay "alguien-que-conoce-a-alguien-que" y me pasa su contacto. Mi petición de auxilio buscando hombres que hubiesen tenido trastornos de la alimentación comenzó con la risita, el ridículo, el escarnio ("Yo me alimento básicamente de cerveza, no sé si te valgo, jajaja").
Sentí un cierto vértigo. Pero esa mofa que sobrevolaba las respuestas a mi petición, de alguna forma, me confirmaba la importancia del tema. Me hacía darme cuenta de que ese vértigo, que corresponde a un precipicio real, merece atención, unos ojos puestos en él, un dedo atento que señale su profundidad y las bestias que aguardan abajo.
En casi todas las historias que me fueron contadas, en algún momento, encontraba ese brillo de horror: el descrédito, el médico que dice "hombre, a ver, cómo vas a tener tú eso de la anorexia, chaval, ¿eres una chica o qué?", los padres que, aún hoy, años después de que su hijo superase el trastorno de alimentación, siguen extrañándose cuando este habla de la bulimia que tuvo, como si los trastornos de la alimentación fuesen enfermedades exclusivamente femeninas, asociadas a adolescentes llorosas que quieren ser modelos.
También algunas personas insistieron en que la anorexia masculina era la vigorexia. A pesar de estar de acuerdo en que es este un mal que también entra en el ramillete de horrores que podemos infligirle a nuestro cuerpo, negué con la cabeza, aunque, sola frente al ordenador, no me estuviese viendo nadie. Hay en la anorexia y en la bulimia un afán por desaparecer, que en la vigorexia se da por exceso: también se desaparece, pero ocultándose bajo una armadura de músculo.
Supongo que si en algo estamos todos de acuerdo es que vivimos en una sociedad enferma y tarada. Los trastornos de la alimentación son uno de tantísimos tentáculos que asoman del monstruo social que tenemos montado.
Todos, en mayor o menor medida, sentimos cierta deformación, cierta monstruosidad en nuestros cuerpos, como si estuviésemos a medio terminar. Ser un humano del primer mundo consiste, básicamente, en ingresar desde los primeros años de vida en un laberinto de insatisfacciones impuestas por los medios de comunicación y el entorno (que, a su vez, también vive bajo el yugo de las insatisfacciones impuestas por los medios).
Y nadie queda libre de ese laberinto. Algunos circulamos como podemos por él. Otros, como es el caso de las personas que sufren trastornos de la alimentación, quedan atascados dentro de él.
Los comienzos del hombre con trastorno de alimentación parecen partir casi siempre de un mismo punto: Un niño pequeño que come bien, que disfruta de la comida, que pide un segundo potito dando palmas. Un día, alguien lo señala y dice "gordo", o bien "cuesta menos saltarte que rodearte". La herida está hecha. En ocasiones nunca se parte de la gordura, sino de la incomodidad con el propio cuerpo o la misma existencia. Esa es la primera lanza. A partir de entonces, todo empieza a resquebrajarse lentamente.
La invisibilidad de la anorexia y la bulimia masculina
Todo puede partir de cosas más o menos comunes, como eliminar el pan y las patatas, y aumentar el ejercicio físico, hasta terminar cayendo por el abismo del absurdo. El último año de instituto, Julián empezó a lavar los filetes mucho rato bajo el grifo de agua caliente para quitarles la grasa. Mikel pesaba los alimentos en una balanza, escondía la comida en una bolsa y la tiraba en la calle. Jacobo hacía ejercicio hasta la extenuación, en ocasiones poniéndose gran cantidad de ropa y envolviéndose en film transparente para sudar más.
A veces, hay una toma de consciencia, una inevitable preocupación por la aventura oscura en la que se está ingresando. A Julián, tras una pérdida de peso drástica, se le empezó a caer el pelo. Estas señales pueden hacer saltar las alarmas ajenas.
En el caso de Carlos, fue en una cena familiar. "Estaba rodeado de familiares. No había forma de esconder el filete del plato. No podía comérmelo, era como una fuerza de voluntad que era más fuerte que la fuerza de voluntad que estaba intentando ejercer para intentar comérmelo y que me dejasen en paz, que nadie sospechase nada. Lo único que se me ocurrió fue tirar 'por accidente' la copa de vino de mi tío en el plato", recuerda con tristeza.
En ese momento, en esa cena familiar en la que había aparecido pesando 50 kilos con su 1,75 de estatura, sucedió. Carlos vio la extrañeza en la cara de su familia, la preocupación de sus padres. "Sentí que me habían pillado, que ya no había vuelta atrás, pero de alguna forma sentí cierto alivio. Sentí que ahora iban a salvarme, que me curaría", reconoce. Pero la realidad es a veces terca e insondable. Al volver a casa, su madre lo dejó caer: uno de sus tíos había sugerido con preocupación que "quizás el niño fuese gay".
Carlos aún siente cierta exasperación cuando lo cuenta: "A partir de entonces, toda la preocupación de mis padres se desvió hacia si yo era o no era gay". No es el primer testimonio de este tipo que escucho. Algunos de los entrevistados recuerdan que, en algún momento, se relacionó su problema con una preocupación excesiva por el físico que socialmente sólo se atribuía a la mujer o al hombre homosexual.
"Mis amigos le decían a mis padres que yo no podía ser hetero con tanta dieta"
Giorgio recuerda que él mismo empezó a plantearse su sexualidad a raíz de la sospecha que flotaba en el ambiente a raíz de su preocupación por la dieta y el peso. "Incluso una vez, después de escuchar de casualidad los comentarios de unos amigos de mis padres diciendo que yo no podía ser hetero con tanta dieta, le pregunté al médico si la anorexia y la homosexualidad estaban relacionadas. Estaba asustado, tenía sólo 14 años. El médico se encogió de hombros y no me contestó", recuerda con una sonrisa amarga.
En muchas ocasiones, estas desviaciones de tema, que provocan más preocupación por esa masculinidad construida que por la posibilidad de desnutrición, hacen que la detección que los trastornos de alimentación en hombres sea más complicada, o que incluso no llegue a producirse.
De hecho, Julián nunca pensó en aquello que le pasaba en términos de enfermedad, aunque es evidente que lo era. "De hecho, no le di vueltas al tema hasta que tuve 30 años. Aunque mi hermana también tuvo anorexia, mis padres siguen creyendo que lo mío es otra cosa, una locura de tantas de mi adolescencia", reconoce.
También Carlos recuerda el escollo que había que derribar para percibir lo que estaba pasando realmente. La televisión estaba por aquellos inicios de los dosmiles, repleta de programas sobre la anorexia y la bulimia. Pero es cierto que los trastornos mostrados estaban protagonizados por chicas.
La anorexia y la bulimia, en los pósteres de los hospitales y los folletos que se repartían en los institutos, mostraban a chicas de rostro sombrío." Yo hasta los 40 años, teniendo una ida más global de la vida y las cosas, no me di cuenta de que lo que me había pasado era lo mismo que le había pasado a la chica anoréxica de mi clase, que, ella sí, era "la anoréxica". Yo simplemente era mirado con incredulidad", recuerda Carlos.
La atención recibida también era desigual. "La chica de mi clase que tenía anorexia iba a un psicólogo del instituto. A mí mi padre me gritaba enfurecido que comiera, pero a nadie se le ocurrió que tuviese que ir a terapia. Y no sabes qué bien me hubiera venido", reconoce Carlos.
Asoma por todos lados, hablando de este tema, la exigencia de una masculinidad sin grietas, indemne ante todo, y el señalar la debilidad masculina como un acto imperdonable. Recuerdo que cuando vivía en México escuché una estadística escalofriante: la principal razón de muerte masculina en México era no acudir al médico. Sin poder comprender, busqué respuestas, y me las dieron con contundencia: hacer gala de una masculinidad sin fisuras, temer mostrar cualquier pequeña debilidad, hacía que muchos hombres mexicanos, al encontrarse mal o sentir algún dolor, no acudiesen al médico.
Esto provocaba muertes por desatención médica, muertes provocadas por enfermedadas que, de ser consultados, podían haberse tratado. Quedé espantada ante esta toma de consciencia de un machismo que ataca a sus propios practicantes. En el caso de los trastornos de la alimentación en hombres, el esquema natural de pensamiento es similar. A un hombre, en la sociedad y en el sistema médico, pocas veces se le sospecha una anorexia o una bulimia.
A pesar de vivir con las secuelas de años de bulimia, Raúl se enfrenta a un descrédito total. A pesar de que ha tenido primas con anorexia, en la familia no se considera que Raúl haya tenido nada parecido. "Aún hoy, a pesar de estar curado, vivo con la paranoia constante del peso. Me gustaría perder cinco kilos, pero la última vez que intenté perder cinco kilos acabé perdiendo unos diez muy rápido, así que tengo que controlar que no se me vaya de las manos", explica.
Hay algo desolador en este deber de "cuidarse solo", cuando la ayuda de los demás lo haría todo más sencillo. "Mis padres jamás reconocerás que he tenido bulimia. Y mis amigos lo consideraron una excentricidad, no un problema real", afirma con contundencia.
Asoma en varias ocasiones, en las historias de algunos de los entrevistados, la cuestión de la cultura del banquete, el pueblo, la matanza. Esto, pese a ser en algunos momentos un importante tropiezo a la hora de desarrollar un trastorno de alimentación, en ocasiones era el velo perfecto. En aquellas veces en las que el trastorno estaba basado en atracones de comida (con vómito posterior o no), como es el caso de Aritz, el trastorno quedaba normalizado.
"Ser hombre, vasco y comer mucho de golpe es casi tradición, no es nada raro", afirma Aritz con una leve sonrisa.
Jacobo, el único de los entrevistados, que ha llegado a estar ingresado a raíz del trastorno de alimentación, se ha quedado con ciertas enseñanzas y conclusiones a partir de aquella vivencia. "Era el único chico ingresado en el centro. Por paradójico que pueda parecer, creo que del ingreso y de las terapias aprendí a valorar muchas cosas que antes apenas apreciaba: aprendí a ser más empático, conocí a chicas maravillosas y de alguna forma gané cierta sensibilidad", recuerda.
También señala otra cara oculta de esta enfermedad: "Allí en el centro vi por primera vez a gente mucho mayor, mujeres adultas con trastornos crónicos gravísimos, con historias terribles que me marcaron y me hicieron despertar. No se presta atención tampoco a bastante gente de edades más maduras que sufre trastornos de la alimentación; están igual de invisibilizados que los hombres", recalca.
Borja incide sobre la invisibilidad de los hombres con anorexia o bulimia. También él, como muchos otros, escuchó hasta la saciedad estadísticas de hombres homosexuales que sufrían trastornos de la alimentación, y también él, ante tanta insistencia, llegó a plantearse su sexualidad.
"En todo mi proceso apenas conocí a dos hombres que tuviesen trastornos de este tipo. Está claro que no estamos sometidos a la dictadura del físico a que se ven sometidas las mujeres desde la infancia, pero también es cierto que la negación convierte la anorexia masculina en un trastorno quizá más difícil de detectar y de resolver", concluye.
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