A los 38 años
Comparto piso con un vegano, un realfooder y un zero waste, y me apasiona la comida basura
El reto de compartir piso con 38 años y tratar de mantener tu personalidad a veces se hace difícil cuando tus compañeros son personas virtuosas que mantienen una alimentación saludable, respetuosa con los animales y rechazan el uso de plásticos y residuos no biodegradables.
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Compartir piso bien avanzada la madurez ya no es nada extraño, sobre todo en las grandes ciudades. Según un estudio, 8 de cada 10 personas que comparten piso no son meros estudiantes, sino que tienen un empleo y compartir es su manera de acceder a la vivienda. Esto quiere decir que esa idea clásica de que los estudiantes son los únicos que comparten piso ya es cosa del pasado, según ese estudio solo un 20% está en esa situación.
Este esquema de vida trae situaciones llamativas. Porque cuando estás en la universidad y todavía no llevas una vida muy estructurada, cualquier estímulo social (compartir piso) puede ser una opción muy interesante para aprender de los demás, descubrir nuevas costumbres y personalidades y aprovechar todo lo nuevo que encuentres. El problema emerge cuando tienes casi 40 años.
Compartir piso, cuando ya te acercas al ecuador de tu vida, significa que no vives con tu pareja, y que estás muy lejos de tener hijos. Pero mirándolo desde un punto de vista más mundano, también significa que tus hábitos y decisiones vitales se ven imbuidas por las de tus compañeros.
Susana no es una Santa
Ese es el caso de Susana, tiene 38 años y comparte piso en el barrio de Ventas de Madrid. Estudió derecho, pero dejó una asignatura por completar, así que no se licenció. Pero ese no ha sido el problema de su economía, simplemente: no ha tenido mucha fortuna buscando trabajo, ella misma lo explica:
“Estuve bastante tiempo trabajando en un estudio de arquitectos, de administrativa, pero con la crisis me despidieron y llevo desde entonces cogiendo empleos de teleoperadora que como mucho duran 8 meses, hasta hoy” explica Susana.
Los compañeros de piso de Susana han experimentado cambios a lo largo de los tres años que lleva ocupando la misma habitación. “Por aquí han pasado estudiantes de otras provincias, niños de papá, emigrantes argentinos, y gente de mi edad que también trabaja en lo que puede”.
Lo más llamativo de su casa no son los horarios o la diferencia de edades, sino las distintas tendencias a la hora de consumir: la comida, los plásticos y la ecología en general.
“Yo como de todo, de hecho: me lo como todo, y no tengo problema con los alimentos ultraprocesados, sea bollería industrial, embutidos o ramen radiactivo de sobre, pero el problema es que me empiezo a ver obligada a llevar una vida más sana, por mis compañeros de piso, y no siempre me apetece”.
El rollo de que tus compañeros de piso te obliguen a ser más sana
Raúl tiene 29 años y es realfooder, es decir, que no come nada que esté mínimamente procesado. Se alimenta a base de comida real, natural, sin aditivos conservantes o tratamientos químicos que transforman el alimento y le den otra apariencia o sabor.
“El ejemplo más claro del real fooding son las patatas fritas de bolsa, porque realmente están fabricadas con una pasta que se hace con muchas otras cosas, no solo patata, y luego la filetean como si fueran patatas”, explica Susana, a la que todo esto le ha importado un bledo durante toda su vida.
Bueno, pues desde que Raúl entró en su casa, no se ve por el salón ni una patata frita. “Está prohibido, primero porque a él le sienta como un tiro que alguien coma eso, y por otro lado, si alguien en tu casa te está explicando todos los días que lo que comes es cáncer, excrementos y pura maldad ¿como vas tú y te lo comes? A mi se me hace la boca agua por unas patatas fritas, pero Raúl ha conseguido que a la vez me den un asco tremendo”, dice Susana.
Ana tiene 26 años, es otra de las compañeras de Susana, es vegana y animalista. En la casa, por tanto, está muy mal visto el consumo de carne. “Esto entró en conflicto al principio con Raúl, pues él sí compraba carne, se la hacía a la plancha y era muy feliz con eso: pollo o ternera. Pero Ana lleva seis meses dándonos la matraca con cómo crían a los animales en las granjas, que también sienten y sufren los maltratos, que les inyectan antibióticos para que no cojan enfermedades, que usan piensos químicos para que crezcan rápido y que eso es malo para nuestra salud… Total, que Raúl se pasó también al veganismo, y yo, pues también”, comenta Susana.
Luego llegó Lydia, que con tan solo 20 años tiene clarísimo que los plásticos va a acabar con el planeta tierra. El mar está lleno de plásticos, hasta rebosar, los peces ya han integrado en su ADN la existencia de micropartículas de plástico y eso pasa a nuestra alimentación y a nuestra composición. Todo esto me explica Susana sobre lo que ha aprendido de Lydia. “Los plásticos se llevan 500 años para biodegradarse y no lo hacen completamente, siempre queda algo. ¿Y todo para qué? ¿Para una bolsa del súper que solo utilizas 10 minutos?”
Lydia es zero waste, es decir, que evita a toda costa utilizar plásticos y otros materiales que no sean biodegradables. Los esquiva completamente y hace que a su casa no suba ni una partícula que no sea 100% natural y respetuosa con el medio ambiente. Utiliza frascos de plásticos para comprar a granel, bolsas de algodón, y ropa ecológica de comercio justo y con fibras naturales. “Y todos los demás, también… ¿cómo te presentas en casa con una bolsas de plástico o un chubasquero de tejido sintético comprado en un centro comercial?”, explica Susana.
“Yo no era ecologista, como mucho reciclaba el cartón y algunas veces plásticos, pero no era muy rigurosa, ahora… en casa no hay quien se escape”, comenta Susana que reconoce que a la próxima persona que entre le hará primero un examen de Santidad.
“No puedo más, no puedo ser perfecta en todo, y compartiendo piso me están entrenando para ganar el Nobel de la paz, y joder, a mi me gustan las patatas, los chuletones y llevar bolsas de la compra que no se me rompan por el camino… Sé que soy mejor persona ahora, pero si algún día cambio de trabajo y me va peor, igual mando todo esto a la mierda, cuando viva sola”, explica.
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