¿Quién querría convertir a su bebé en un influencer de Instagram?
Me comporté como un Kardashian e hice una cuenta de Instagram de mi bebé
El bebé más famoso del mundo se llama Stormi Webster, ya tiene cuenta de Instagram. Es el hijo de Kylie Jenner, hermana de las Kardashian, y a sus 72 días de vida, Stormi ya tiene 72 fotos en la red social, una por día desde que nació. Pero aún tiene mucho por hacer, hay cuentas de Instagram de niños españoles que multiplican por 50 sus seguidores. Yo también la tuve, o casi.
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Mientras en España los hijos de los famosos gozan de cierta bula e incluso se considera ilícito que los menores aparezcan en medios de comunicación, Stormi parece destinado a convertirse en un Truman Burbank del siglo XXI, su vida se está narrando en directo desde su nacimiento. Y por ser un Kardashian no parece que sea un capricho pasajero.
Sin embargo, ser un Kardashian solo es un grado. Si atendemos al número de seguidores, Stormi es un looser. Esta red social está plagada de perfiles mucho más exitosos, gestionados por padres anónimos que cuentan la vida de sus hijos, fomentando el postureo desde el paritorio, y creando así una personalidad impostada de sus hijos.
Meses antes de que naciera mi hija me abrí una cuenta de Instagram sin saber qué utilidad podría sacarle. Hacer fotos de mi trabajo me parecía un rollo, aunque a veces asisto a rodajes o estoy relacionado con gente “fotogénica”, ninguna foto me salía muy estilosa.
No lo pretendí en un primer momento, pero empecé a hacer fotos a mi hija y a subirlas desde que ella solo tenía unos meses. En esas fotos, salía de espaldas, preservando su identidad, pero me empecé a cansar de las limitaciones y empecé a fotografiarla mirando a cámara, adorable.
Fui cuidadoso de que nunca apareciera el uniforme de su colegio, o datos demasiado identificativos de donde vivimos. Pero no es difícil saber que somos vecinos de un barrio muy céntrico de Madrid y si se aplica un poco de lógica es fácil entender otros datos “privados”.
Me gustaba que mis hermanos, que viven en Alicante pudieran ver crecer a su sobrina. Pero me gustaba mucho más que algunos amigos a los que quiero incluso más que a mis hermanos (lo siento, así es) y que viven ahora al otro lado del planeta, pudieran compartir con nosotros por lo menos la imagen de dónde estamos y qué hacemos.
El día que una actriz contactó conmigo para invitarme al teatro porque tengo una hija adorable fue cuando empecé a darme cuenta del camino que estábamos siguiendo. Es decir, una actriz a la que no conozco, y que respeto y que he visto muchas veces en la tele, conoce a mi hija más que a mí, flipo.
A veces, íbamos por la calle y algunos conocidos-tangenciales nos saludaban, pero sobre todo saludaban a mi hija y le decían la frase “soy muy fan tuyo”. Mi hija también flipaba.
Decidí hacer privado el canal, y echar a casi todos los usuarios, salvo a los familiares y a amigos muy cercanos. O gente muy especial para nosotros, porque aunque viven lejos, queremos mantener ese contacto epistolar. Ahora la cuenta de Instagram de mi hija no funciona como una red social, sino como un álbum de online privado solo para familia. Sus seguidores se cuentan con los dedos de algunas manos y algunos pies. No fui capaz de borrarla.
Y me quité el mono fotografiando a mi perra. Creo realmente que ella es el auténtico motivo por el que pude dejar de fotografiar a mi hija tan compulsivamente. Desde el primer mes de Hermione ella acaparó por completo mi cuenta de Instagram, y cierto día volvió a pasar: un actor famoso nos paró por la calle: “Sigo a Hermione en Instagram, ¡es adorable! Venid al teatro a verme cuando querais...”.
Un día fuimos en familia a la presentación de un libro infantil muy molón de Blackie Books. Te puedes imaginar: muchos niños, muchos padres, y selfies aquí y allá. El evento era en un local precioso del centro de Madrid, todo parecía dispuesto para subirlo en masa a insta.
Mi pareja me avisó: ¿Ves a esa madre con dos niñas? Pues tienen casi 40.000 seguidores en Instagram. Sus fotos generalmente les retrata en casa, leyendo libros preciosos que acaban de salir a la venta, o viajando, o sentadas en las rodillas de Papá Noel. Un escalofrío me recorrió la nuca.
No lo juzgo, no pretendo ser moralista ni legalista. Me daría perezón serlo. E incluso tengo la precaución de ni siquiera pensar mucho en ello. No me interesa. Pero si yo hubiera llegado a tener una cuenta de instagram con tantos seguidores que ven como le cuento un cuento a mi hija antes de irse a dormir por las noches, me gustaría que alguien me advirtiera de que siente un escalofrío por la nuca.
Solo un consejo a los padres que no pueden parar de hacerle fotos a sus hijos y subirlos a Instagram: adoptad un perro.
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