LO PLANTEA ‘MINDHUNTER’ EN SU RECTA FINAL
¿Es correcto que el director de un colegio haga cosquillas a sus alumnos cuando acuden castigados a su despacho?
Esta extraña pregunta es la que se plantea, y nos plantea como espectadores, ‘Mindhunter’ en su recta final. Una cuestión que divide a los personajes de la serie en dos. A un lado, la mayoría. Esa que piensa que es algo inocente, puede que raro, pero sin mayor importancia. Al otro, ese llanero solitario en el que se acaba transformando Holden Ford.
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‘Mindhunter’ se ha convertido en una de las revelaciones de final de año. Una serie con un buen guion, bien desarrollada, mejor dirigida y con un casting con interesantes descubrimientos. Léase el de Cameron Britton como Edmund Kemper. De todo lo bueno que tiene la serie producida y dirigida en parte por David Fincher –cuatro capítulos en total– destaca su personaje central, el del Holden Ford (Jonathan Groff), que cuenta con una de las evoluciones seriéfilas recientes mejor planteadas.
El arco de Ford a lo largo de los 10 episodios que componen la primera temporada de ‘Mindhunter’ (Netflix) es de una sutileza que seduce y envuelve. De cómo empieza la serie a cómo la acaba hay un abismo que recorre como un descenso a los infiernos morales en el que él mismo se deja caer y atrapar. Ya sea por sus ansias de marcar la diferencia o por sus buenas intenciones, que las había.
Holden Ford es un agente del FBI que ejerce como negociador en situaciones de crisis. En uno de esos casos la cosa acaba mal y deciden aparcarle temporalmente como profesor en Quantico, lugar donde se forman los futuros agentes de Buró. Ingenuo, inteligente, innovador y también entrañable, es fácil empatizar con él. Tiene ganas de hacer algo diferente, de demostrar lo que vale y una buena idea que desarrollar entre manos.
Esta no es otra que la de entrevistar a reconocidos y encarcelados asesinos especialmente sádicos para intentar entenderlos y establecer un patrón de comportamiento que ayude al FBI a detener a futuros asesinos en serie, un término que se acuña durante el desarrollo de la serie. La idea, que parece descabellada a quienes le rodean, acaba cuajando, logrando financiación y Ford, junto con a Bill Tech (Holt McCallany), un especialista en comportamiento que se convierte en su Sancho Panza particular, inicia su periplo carcelario.
A medida que se suceden los encuentros, el personaje de Ford va adentrándose en un infierno real y personal. Toda esa violencia, todo ese comportamiento retorcido e incomprensible le van pasando factura. Lo acumula, se adentra en él y se obsesiona hasta que llega un punto en el que ese joven ingenuo y encantador se convierte en alguien para quien el fin justifica los medios, que se pone verbalmente al nivel de los asesinos y que se comporta como si solo él viese una verdad que considera evidente. Pasa de ser amable y cándido a atormentado y soberbio hasta que acaba estallando.
La forma en la que ‘Mindhunter’ plantea cómo todo ese mundo violento y oscuro en el que se adentra le afecta se resume en un único caso, el de un director que, como medida de castigo, hace cosquillas a sus alumnos en los pies y después les da monedas. Cuando un niño es enviado a su despacho por mal comportamiento, él les hace descalzarse y les hace cosquillas. A una de las profesoras de consejo escolar le parece inapropiado y lo denuncia. No encuentra la respuesta que esperaba y recurre a Ford aprovechando que está en la escuela dando una charla a los alumnos.
Ford, que se ha visto afectado sobremanera por todo lo que sus objetos de estudio le han contado, detecta signos de alarma en ese comportamiento poco habitual. Su compañero Bill, por el contrario, no. Tampoco el resto de agentes y superiores del FBI con los que consulta. Para ellos es algo sin mayor importancia. Quizá un poco extravagante, pero inocente. Este Quijote con corbata podría haberlo dejado estar, podría haber seguido adelante sin mirar atrás. Pero la mochila de Ford es tan pesada y su obstinación tan grande que no deja de plantearse ¿y si…?
Tras investigar un poco y entrevistarse con padres y profesores que defienden o acusan al director, opta por hablar con él. A algunos padres les molesta ese comportamiento, mi consejo es que deje de hacerlo, le dice. Pero no, el director decide continuar con sus cosquillas y sus pagos y lo inevitable llega: su despido. La familia culpa a Ford por entrometerse en la vida de un hombre dedicado a la enseñanza que adora a los niños al que un agente supuestamente perturbado por lo que ve cada día ha arruinado la vida.
¿Tienen razón? ¿El problema en realidad es Ford, que tiene la mente sucia porque no ha sabido gestionar cómo le afectaba la investigación? Son preguntas que ‘Mindhunter’ plantea como si lo más probable fuese que este agente caído en desgracia se haya dejado arrastrar al terreno de la inmundicia y vea señales de ella en gestos inocentes.
Llegados a este punto, solo hay dos opciones. Posicionarse al lado de Tench y pensar que, efectivamente, Ford ha tocado fondo y ve asesinos y violadores donde no los hay. O, por otro, plantearse lo extraño del comportamiento del director. Y, lo que es casi más importante, ¿por qué insiste en ello si algunos padres ya le han pedido que deje de hacerlo? Quizá ahí esté la clave.
La pregunta que en realidad debería hacerse todo el mundo más allá de si Ford se ha vuelto loco o no, es si de verdad a alguien le puede parecer bien que un director de colegio haga cosquillas en los pies a sus alumnos y luego les pague por ello. Puede que el problema no lo tenga Ford, si no el resto. Es cierto que acaba la temporada realmente tocado, pero ¿cómo mantenerse al margen de algo así? Quizá precisamente por eso, porque está tocado, no quieren verlo como él lo ve.
Al final, el viaje que hacen Ford y Tench es el mismo, pero a cada uno le afecta de una manera distinta. Eso es lo que plantea ‘Mindhunter’. Y quien la ve acaba siendo un poco como ellos y de su respuesta a la pregunta que se plantea en el titular se será más uno u otro. Más sensible ante la violencia, lo retorcido que puede llegar a ser el ser humano y susceptible ante ciertas señales. Eso o, como se ha visto tanto, uno acaba inmunizándose.
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