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SUAVES LOMITOS QUE TE SACAN DEL HOYO

Cuando los animales son quienes nos cuidan: la mascota como ansiolítico

El contacto con animales puede resultar desestresante y terapéutico y su conciencia de los estados anímicos es en ocasiones asombrosa. Hablamos con personas que encuentran en sus mascotas el ansiolítico más efectivo en los momentos difíciles. Gatos y perros capaces de cuidar de la estabilidad emocional de los seres humanos con los que comparten la vida.

-Un gato

Un gatoPxhere

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A Marina la adopción de su perra le cambió la existencia, sin duda para mejor: “Llevamos juntas tres años y cada día nos entendemos más. Tengo tendencia a la depresión y, si estoy disgustada o desanimada, mi perra se da cuenta inmediatamente. Se acerca a mí y mantiene contacto constante hasta que consigue relajarme. Me lame las manos y la cabeza, me da la pata una y otra vez. Al final siempre consigue hacerme sentir mejor. Si estoy de viaje y tengo una crisis de ansiedad, la echo muchísimo de menos y me doy cuenta de lo importante que es para mi estabilidad emocional. Y cuando estoy en casa y me siento mal lo único que quiero es quedarme un rato sola con ella.”

Para Susana, el gato Guachi es muy especial. Llevan viviendo juntos cuatro años y la hace sentir comprendida y cuidada de alguna forma: “Aunque con gente desconocida sea bastante asustadizo, en la intimidad es un gato muy tierno, muy cariñoso. Suele querer estar cerca de mí, sobre todo si me ve un poco alterada. Si estoy llorando por algún motivo acude al instante y no para de frotarse. Lo abrazo y no se separa de mí hasta que me he calmado y puedo ponerme a hacer otra cosa.”

Javi padece insomnio con mucha frecuencia y por las noches llega a desesperarse: “Procuro no tomar pastillas para dormir porque creo tolerancia rápidamente y me generan adicción en pocos días. Así que cuando estoy extremadamente cansado, harto de dar vueltas, cuando nada funciona, de repente mi gato se sube a la cama ronroneando. En cuanto llega empiezo a sentir alivio y relajación. Viene siempre en los momentos en que no puedo más, como si se diera cuenta desde lejos. Se acuesta encima de mi cabeza y empieza a ronronear. El sonido y la vibración son muy efectivos para mí. Me concentro en su presencia, en su suavidad, y me acabo durmiendo. Considero que es él el que me duerme. Es mejor que cualquier pastilla. Nunca falla. Le estoy muy agradecido.”

La aparición del gato de Javi, que se llama Bonnie, ha sido decisiva: “Lo cogí cuando tenía dos meses de un refugio, hace ya cinco años. Nos hemos cuidado mucho el uno al otro. No sé, siento que cada día nos queremos más. A él le gusta estar conmigo y a mí con él. Me gusta pasar tiempo sencillamente en casa con el gato. Y cada vez que me pasa algo, una discusión familiar, un disgusto laboral, un ataque de tristeza, una mala noche, yo qué sé, viene y no para hasta que me arregla un poco.”

A Rose siempre le ha gustado vivir rodeada de animales, hábito que adquirió de su abuela, que cuando ella era pequeña tenía dos perros y un gato, y los tres se llevaban bien: “De mi abuela aprendí la belleza de convivir con animales. Hoy tengo un perro y una perra, Dogo y Trix. No necesito que me hagan especial caso, con acariciarlos y sacarlos a pasear ya siento que hacen mi vida más agradable.

Por otro lado, si te echas a llorar por una noticia mala y vienen dos perros a echársete encima, es mucho más probable que te dé la risa y pronto estés pensando en otra cosa, claro. No pueden soportar verme triste o angustiada. No paran hasta que me estoy riendo y aun así si me han visto mal no se separan de mí en todo el día. Con el resto de mi familia es lo mismo, nos cuidan a todos. Por las noches también se preocupan, van haciendo turnos por las camas. Hay gente que te mira mal si les dices que dejas a los perros que duerman contigo. No saben lo que se pierden.”

Durante toda su vida, Rose convivió con perros y gatos y guarda un recuerdo muy grato de un pastor alemán que veló por ella durante la adolescencia: “A partir de la pubertad me volví muy melancólica y de verdad que no sé qué hubiera sido de mí sin el cariño de aquel perro. Me hacía sentir siempre segura, protegida, cuidada. Si me veía preocupada venía con la pelota en la boca. Muchas veces yo no tenía ganas de jugar, pero al final se la tiraba dejándome llevar y al rato de estar entretenida con él notaba que me encontraba más tranquila. Sonará a tópico, pero fue mi mejor amigo durante la adolescencia y me consoló un montón de veces. Dormí muchas noches abrazada a él. Y si me despertaba con ansiedad, lo primero que hacía era llamarlo. En cuanto venía, me estabilizaba.”

Para Ángel, sus gatos Turbo y Mina son un freno para la angustia existencialista que siempre ha padecido: “Aunque tenga mucho estrés diario relacionado con el trabajo y me preocupe mucho el dinero, lo que más me perturba desde la adolescencia es pensar en la muerte. Todos los ataques de ansiedad me culminan con ese tema. La muerte de mis seres queridos y la mía propia. En esos momentos vienen los gatos y se me acuestan encima. No es que sea milagroso, pero al cabo de unos minutos me doy cuenta de que me han ayudado a relativizar. Su suavidad, su gracia, sentirlos completamente ajenos a esas cuestiones me sienta bien y me pueden llegar a cambiar el humor. Si les mantengo la mirada me acaba dando la risa y en parte me desvinculo un poco de esos pensamientos complejos y oscuros.”

Montones de webs y comunidades a nivel internacional se dedican a compartir documentos y experiencias relacionadas con la especie de antidepresivo que puede suponer una mascota o cualquier animal que consideremos amistoso. En español contamos por ejemplo con el inmenso Club del suave lomito, donde cualquier animal con un lomo suave puede suponer un salvavidas infalible. Porque la simple foto de un perrito te puede ayudar a remontar una mala tarde.

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