NO SOLO SE GENTRIFICARON LAS CIUDADES, TAMBIÉN LAS MENTES
Cuando aquellos intelectuales murieron de SIDA, la cultura se volvió de segunda división
En el ensayo ‘The Gentrification of the Mind”, publicado en 2012, Sarah Schulman reflexionaba sobre los efectos del sida en la gentrificación de Nueva York y el consecuente impacto en la comunidad LGTB. Dado que la lucha contra la gentrificación y la homofobia son dos de los temas más candentes ahora mismo, interesa recuperar el libro de Schulman.
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Dice Fran Lebowitz que si pudiésemos resucitar a los gays que murieron de sida en los 80 y 90 y les enseñáramos la clase de gente que triunfa hoy en día en el mundo del arte y el espectáculo, no darían crédito y se caerían redondos al suelo.
“Cuando hablamos de los efectos del sida en la cultura, solemos referirnos a los artistas que murieron por culpa de esta enfermedad, pero nunca a la audiencia que perdimos por esa misma causa”, dice en ‘Public Speaking’, el documental dirigido por Scorsese.
Para Lebowitz, en efecto, un público ilustrado es tan importante para la cultura como los propios artistas, y cuando ese público cultivado y crítico, constituido en gran medida por homosexuales, enfermó y murió de sida, otro de segunda y tercera fila ocupó su lugar. He ahí, según la escritora, una de las razones del mediocre ‘mainstream’ de nuestros días.
Es el mismo fenómeno al que la también neoyorquina Sarah Schulman llama “la gentrificación de la mente”. O, lo que es lo mismo, el equivalente de la invasión de cupcakes en el terreno del pensamiento y el arte.
El remplazo, en definitiva, de realidades complejas y diversas, a veces incluso molestas (las canciones de Grace Jones, Quentin Crisp), por otras más simples e inofensivas (las de Taylor Swift, Mr. Wonderful).
Los efectos del sida en la gentrificación de Nueva York
Aunque muchas veces se culpa a los gays de limpiar las zonas degradadas de las ciudades y allanar la llegada de rentas altas (el madrileño barrio de Chueca sería el ejemplo más cercano), Schulman sostiene en su libro que la muerte por sida de muchos homosexuales neoyorquinos durante las décadas de los 80 y 90, fue precisamente uno de los factores decisivos para que el proceso de gentrificación de Manhattan se acelerase.
En este sentido, escribe Sarah Schulman en “The Gentrification of the Mind”, no es ninguna coincidencia que los barrios con los mayores índices de infección por VIH (Chelsea, el Lower East Side, el East Village, Greenwich Village y Harlem) fuesen los mismos en los que después la gentrificación sería más salvaje.
Por supuesto, la gentrificación nunca es el resultado de un solo factor, y sería absurdo achacarle al sida toda la responsabilidad del asunto. En Nueva York, se vio favorecida por los incentivos fiscales a los constructores de viviendas y las moratorias del ayuntamiento.
El sida, sin embargo, jugó un papel fundamental: debido al control de los alquileres, las viviendas no podían acceder al mercado hasta que sus inquilinos se mudaban o fallecían. Un problema que encontró su solución después de que muchos homosexuales muriesen y sus parejas, a las que aún no se reconocía derecho de sucesión alguno, perdiesen sus casas.
La gentrificación de la imaginación
Los nuevos residentes, en su mayoría trabajadores de cuello blanco, construyeron sus hogares sobre los de los muertos. Una comunidad entera desapareció de la noche a la mañana, y con ella los nuevos ideales artísticos y sexuales que habían conquistado.
Los inquilinos que les sustituyeron tenían sus propios valores: comodidad antes que libertad, y consumismo por encima de cultura, o al menos eso opina Schulman.
Lo ‘queer’ se esfumó a la velocidad a la que los alquileres de Manhattan subían y la vibrante escena neoyorquina se fue volviendo más y más conservadora. La gentrificación de la imaginación se había consumado.
Dice Fran Lebowitz que lo mejor de ser gay era que podías librarte del matrimonio y del servicio militar. Ahora, da la sensación de que no queremos hacer otra cosa que casarnos.
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