LA REALIDAD ERA MUCHO MÁS SOSA QUE LA FICCIÓN
Cuando fui al instituto, no se parecía en nada a lo que se veía en las series americanas
Cómo es ahora ir al instituto es un misterio para quienes se mueven entre la treintena y la cuarentena. Hay que vivirlo para entenderlo. Pero lo que sí puede decir bien alto esa generación que creció con las reposiciones veraniegas es que ir al instituto en los noventa fue una auténtica engañifa.
Publicidad
‘Salvados por la campana’, ‘Sensación de vivir’, ‘Buffy’ y ‘Dawson Crece’ nos dieron una imagen irreal y muy intensa de lo que era ir al instituto, donde luego no había ni rastro de animadoras, capitanes de equipo, grupos de audiovisual… Por no haber no había ni taquillas.
El reciente estreno de ‘Rise’ en España, esa serie cocreada por el productor del fenómeno musical Hamilton con el buenazo de Josh Radnor como profesor de literatura y responsable del grupo de teatro, ha servido para despertar en quien firma cierto sentimiento de nostalgia adolescente. Ese que aparece en escena cuando la pantalla se inunda con ficciones ambientadas entre pasillos de instituto y taquillas. Sin embargo, amigos, la nostalgia es traicionera.
Cómo es ahora ir al instituto es un misterio para quienes se mueven entre la treintena y la cuarentena. Hay que vivirlo para entenderlo. Pero lo que sí puede decir bien alto esa generación que creció con las reposiciones de ‘Verano Azul’, ‘El equipo A’ y ‘MacGyver’ es que ir al instituto en los noventa fue una auténtica engañifa. Ni de lejos se parecía a eso que tantas series americanas habían mostrado en la pantalla haciéndonos creer, ingenuos nosotros, que alcanzar la adolescencia y cambiar el colegio por lo que ellos llamaban ‘high school’ molaría.
No se trata de la presión de tener que elegir entre ciencias y letras, de si escoger francés como segundo idioma o de oír continuamente la cantinela de los adultos de ‘niñ@ más te vale estudiar ahora porque de esto depende tu futuro, que luego viene Selectividad y como no te de la nota te vas a ir a plantar patatas con tu padre’. No, nada que ver. Bueno, igual algo. El verdadero trauma era cruzar la puerta, roja en este caso, y darse cuenta de que el instituto era un edificio frío como cualquier otro, con aulas sin alma y que no tenía nada que ver con Bayside.
Intro Salvados por la campana:
Sí, la culpa fue, principalmente, de ‘Salvados por la campana’ (1989-1992). Porque aunque hubo más series en aquella época, véanse ‘Sensación de vivir’ (1990-2000), ‘Buffy’ (1996-2003) y ‘Dawson Crece’ (1998-2003), la de intro alegre y colorida y cancioncilla tremendamente pegadiza era la más divertida y deseable de vivir de todas. A no ser que se fuese un intenso de la vida (que en la adolescencia hay mucho de eso) y se soñase con una de esas historias que contaban en las otras mencionadas. De todas, la de ‘Salvados por la campana’ era la más creíble por muchas razones.
¿Por qué eran todos tan intensos y hablaban tan raro?
‘Buffy’, por ejemplo, es una de las mejores historias de instituto -en realidad era mucho más que eso-, pero era una cazavampiros. Y de eso, por muy crédulo que sea uno en la etapa ‘teen’, pues no hay ni en el instituto, ni en la universidad, ni en el mundo real. Con ‘Dawson Crece’ había un problema de credibilidad que iba más allá de que tu pueblo/ciudad tuviese puerto o no. Y es que a Dawson no se lo creía nadie.
¿En serio alguien habla así a los 15 años Kevin Williamson? Sus personajes eran demasiado intensos incluso para un adolescente. La serie estaba bien para verla, pero no para querer vivirla. Ahí el único que parecía mínimamente real era Pacey, que tenía un dramón de vida pero al menos hablaba como una persona normal y no era tan cargante como el resto.
Luego estaba ‘Sensación de vivir’, esa serie llena de gente adulta haciendo de adolescentes que no tenía ni un grano en su pulcro cutis y que tenía unas historias románticas muy de obra de Shakespeare y apasionadas. A ver, que Dylan. El mítico Luke Perry que ahora hace de padre de en ‘Riverdale’, tenía 24 años.
Intro Sensación de vivir:
La que realmente molaba (en los noventa el verbo molar era lo más) era ‘Salvados por la campana’. Porque era divertida, repetitiva y tremendamente americana. No podía tener más clichés. Los aglutinaba todos. Pero era tan entretenida, que, como dicen por ahí, uno se quería quedar a vivir en ella.
Eso sí, si la veías en los años previos al salto del colegio al instituto, te hacías una idea muy equivocada de lo que iba a ser tu nueva etapa vital. Y, claro, luego venían los disgustos. Y si las veías una vez dentro -como pasaba con las que vinieron después-, era aún peor porque las comparaciones son odiosas y lo que a ti te pasaba era mucho menos interesante. Porque la vida real no se parecía en nada a eso que te habían vendido las series americanas de instituto.
El primer varapalo de realidad era el tema de las taquillas. Bueno, igual alguno de vosotros tenía en el suyo, pero es algo muy americano que la mayoría de centros españoles no tienen. A este lado del charco lo que tocaba era ir cargando con la mochila hasta los topes de un lado a otro, que en aquella época las de ruedas no existían.
Ni ‘cheerleaders’ ni bailes de graduación
La segunda bofetada de realidad era que cualquier parecido con la ficción era una simple coincidencia. Los directores no eran como el señor Belding. Tampoco había baile de finde curso (por suerte) ni animadoras ni jugadores de eso que allí llaman fútbol. O, si los había, los segundos, que las primeras en España no se estilan, no tenían nada que ver con A.C. Slater.
A ver, grupo de los guays siempre ha habido y habrá y en todo instituto hay al menos un par de Kelly Kapowski porque la genética es así. Igual que hay Screech o empollonas como Jessi. Lo que ocurre en la realidad es que estos no suelen mezclarse. Cada uno camina por los pasillos marcando las distancias y no se hacen amigos salvo excepciones.
Luego estaba Zack Morris, que era el gamberro, el molón y que, por mucho que A.C. levantase suspiros con sus músculos moderados, era el chico mono y rubio. De esos también había en el instituto, pero si se metían en los líos en los que se metía el tarambana de Zack acababan expulsados. Los directores del mundo real no tienen tanta paciencia como el pobre señor Belding.
Lo mejor que tenía ‘Salvados por la campana’, ademas de la cabecera, era que los actores tenían más o menos la misma edad que sus personajes. No eran chavales hipermusculados a base de gimnasio ni adultos hechos y derechos metiéndose en la piel de adolescentes. Mark-Paul Gosselaar, Tiffani-Amber Thiessen y Elizabeth Berkley tenían 15 años cuando la serie estrenó su primera temporada en 1989. Mario Lopez, 16. Y el benjamín del grupo, Dustin Diamond, 12. Eso era muy sano. Ya avisamos del peligro de adultos interpretando a adolescentes.
Intro Dawson Crece:
En el mundo real no se entra por las ventanas
Otra cosa que no pasa en la realidad y que sí ocurre mucho en las series, en todas estas de instituto y tantas otras, es que los chavales no entran por las ventanas en casa de sus colegas. Ni aunque vivas en un pueblo de casas bajas. Eso solo pasa, como tantas otras cosas, en Estados Unidos. Lo de los padres da para tesis y más tesis. Es algo que se ha perpetuado. En las ficciones de instituto la mayoría de los padres desaparecen o están por estar.
Si echamos un ojo a las series de instituto de los noventa ‘made in Spain’ tampoco es que fuesen realismo en estado puro. ¿Os acordáis de ‘Compañeros’ (1998-2002) y ‘Al salir de clase’ (1997-2002)? Eso sí que era intensidad, dramas a todo trapo, aventuras sin fin y amores intercambiables. Vamos, que las series de instituto, las de aquí y las de allí, llevan toda la vida vendiendo una imagen fascinante.
¿Qué dirá la generación posteriores de ‘Física y Química’ o ‘Verónica Mars’? ¿Y los chavales de hoy en día sobre ‘Riverdale’, ‘Por trece razones’, ‘Glee’ y ‘Rise’? Al menos en los noventa no les daba por decirse las cosas cantando, salvo capítulos especiales (¡Ay, Buffy qué grande eras!) ni meterse a resolver asesinatos.
Publicidad