FRECUENTES ALUCINACIONES Y ATAQUES DE ANSIEDAD
Cuando sientes verdadero terror a los payasos: así es la coulrofobia
Entendemos por coulrofobia el terror irracional provocado por los payasos o los mimos. Afecta especialmente a los niños, aunque los síntomas, que pueden comprender ataques de ansiedad severos y alucinaciones, se presentan a menudo también en adolescentes y adultos. Personas adultas afectadas aún por este temor nos hablan de los orígenes de la fobia, los síntomas, de John Wayne Gacy y de Pennywise, el payaso aterrador de ‘It’.
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El imaginario de Stephen King, creador de la ambiciosa novela ‘It’ que ha dado lugar a tres adaptaciones cinematográficas, tiene mucho que ver en la concepción del payaso como figura amenazante a nivel popular. Pero lo cierto es que los payasos ya daban miedo antes de que la primera película se lanzara y de que el libro fuese publicado. El autor se basó en una fobia ya existente y bien arraigada.
Ignacio tiene hoy cuarenta y ocho años. Uno de sus primeros recuerdos negativos, situado en torno a 1975, tiene que ver con la escultura de un payaso que colocaron como decoración en su habitación. Estaba pintado en tonos pálidos y en teoría estaba concebido como una figura tierna y simpática, pero le inquietó desde el primer momento hasta el punto de empezar a taparlo por las noches.
“Cogía cualquier cosa a mano, una camiseta o algo así, y lo tenía tapado. Mi madre se enfadaba cuando se daba cuenta y me reñía porque me lo había regalado mi tía y se lo tomaba como un desprecio. Lo que yo interpretaba era que el payaso se había ganado a mi madre o algo así, no sé cómo explicarlo porque hace mucho pero me resultaba totalmente maléfico”.
Poco después, su peor pesadilla se hizo realidad: “Cuando tenía ocho o nueve años me invitaron a un cumpleaños y de repente nos sientan a todos en el suelo y por sorpresa aparece un payaso haciendo bromas y trucos. Intenté controlar la situación pensando que era una persona disfrazada, que no pasaba nada, pero la imagen me perturbaba tanto que se me fue de las manos, me puse cada vez más nervioso hasta que le tocó hablarme, porque todos los niños iban participando, y yo empecé a gritar".
"Al dirigirse a mí me pareció como si la imagen se distorsionara y se me fue. Lo pasé fatal entre el pánico que me entró y la vergüenza que me daba, con temblores y llorando a mares, tardé horas en calmarme, no se me quitaba la imagen de la cabeza, me sentí muy tonto y culpable pero no lo pude evitar. Todavía me inquieta sólo pensarlo y me protejo evitando cualquier imagen que tenga que ver”, dice.
El caso de Sandra, de treinta y cinco, también es previo al contacto con Stepehn King: “La primera vez que me dio miedo un payaso fue en una caja de música que me regalaron. Había un payaso dentro que movía la cabeza al son de la melodía y la combinación no podía ser más siniestra, en serio que no entiendo a quién se le ocurre que pueda ser algo bonito que regalar a los niños, me parece evidente que da miedo. Los muñecos, los típicos cuadritos con payasos, parece todo hecho a maldad, no transmiten ninguna alegría, están entre la pena y el terror, el efecto es muy agobiante.”
“Más tarde, mis padres me llevaron al circo y no me gustó mucho nada en general, me daba todo como pena, pero cuando salieron los payasos empezó a ir a peor. Estaba el llorón que me partía el alma y otro en plan travieso que se movía raro y fastidiaba a todo el mundo, me pareció una tortura y me aterraba la posibilidad de que se acercara hasta mí porque iba subiendo y bajando escaleras entre la gente".
"Me tapé los ojos y se me empezaron a agitar las piernas, estaba muy agobiada. Mi madre se dio cuenta y me preguntó si estaba bien. Le dije que creía que no y que me quería ir. Se quedaron un poco chafados por el fracaso del plan pero en parte lo entendieron. Era evidente que no era agradable”, añade.
Pero el episodio más sofocante estaba aún por llegar. Tendría Sandra diez años cuando fue a visitar a un primo al hospital. Por el pasillo de la planta infantil, se cruzó con dos personas vestidas de payaso y payasa: “Iba andando por el pasillo con mis padres y vi que venían de frente. Los disfraces eran muy cutres y lo primero que recuerdo es un bajón grande que me aflojó las piernas, como si me empezase a quedar sin energías. Cuando estábamos más cerca me miraron y empezaron a hacer un poco de teatro queriendo ser simpáticos.”
“Yo me quedé inmóvil sin poder decir nada. Estuve paralizada un momento que se me hizo muy largo y la estampa me parecía cada vez más rara hasta que no pude soportarlo y me agaché para agarrarme las rodillas y esconderme de la imagen como fuera. Vinieron a ver si estaba bien y no paraban de empeorarlo. Me puse muy nerviosa y cuando se fueron tardé un rato. Me quedé un poco tocada, aquella noche me costó mucho dormir y todavía tengo pesadillas relacionadas con aquella imagen. Me imagino estar enferma ingresada siendo niña y que entren en mi habitación esos dos y es trauma garantizado.”
Aun así, a Sandra le apeteció explorar la fobia movida por una atracción morbosa: “De adolescente supe que existía ‘It’, la película, y la quise ver. Lo pasé bien y mal, la verdad, pero en parte me consoló entender que fuese algo común que los payasos den miedo. Creo que es porque la pintura y las pelucas resultan mucho más grotescas que divertidas y dan lugar a la confusión.”
Ante los mimos le ocurre algo parecido: “Los mimos me han dado miedo también porque el estilo es similar y además se mueven de forma que da lugar a efectos ópticos y potencia la posibilidad de alucinación. Es como que te presentan algo incomprensible, mi cabeza no lo puede asumir, empiezo a ver borroso y se vuelve como un sueño malo".
"‘It’ me gustó aunque me perturbó bastante y quise leer el libro que fue mucho peor. El libro da más miedo, es tan largo que te atrapa mucho y te imaginas al payaso que más miedo te daría a ti. Fue interesante pero me sentí muy vulnerable. Cuando salió la última película no la quise ver, no tengo ganas de alterarme. A estas alturas no me fijo en ningún payaso que vea, miro hacia otro lado y a otra cosa, no pasarlo mal”.
Para Ramón, de veinticinco, “tratar de alegrar a los niños con payasos me parece una idea sádica. Este tema me ha llegado a dar una ansiedad considerable y creo que la inquietud que causan es bastante habitual, a mí aún me afecta. La primera vez me pasó frente a un dibujo que hizo mi hermano mayor de un payaso muy sonriente con los dientes amarillos. Me quedé mirándolo extrañado, algo me hizo clic y empecé a llorar muchísimo. Él se rió de mí, le parecía cómico, y eso me daba más miedo y ganas de llorar”.
“Desde entonces los payasos siempre me pusieron nervioso y he tratado de evitarlos. Hace poco conocí la historia de John Wayne Gacy, el asesino que se vestía de payaso en fiestas infantiles, y me impresionó profundamente".
"Es muy negativa la imagen que tengo de los payasos, la verdad, no es que piense que sean malos, sé que es gente tratando de divertir y ayudar pero se están equivocando de estilo. Si es un disfraz de Halloween o de cualquier otra temática terrorífica vale, me parece lo más apropiado del mundo. Pero enfocarlo a la infancia no es bonito ni gracioso, es una especie de pesadilla hecha realidad”, finaliza.
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