¿MERECE LA PENA PAGAR POR ELLO?
¿Cuánto te costaría inscribir una película en un festival de cine?
Rodar una película es lo de menos. Un largometraje no lo es hasta que no está “bautizado” por un festival. Y sobre todo cuando nos referimos a cine independiente. El valor de la peli lo mide en qué festival se ha estrenado, y qué han dicho los críticos sobre ella, eso puede disparar su valor, o dejarla en el olvido. Pero el problema es cómo se logra enviar una película a los festivales. La respuesta es: con dinero. Pero tiene truco.
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Todos los festivales tienen normas y formularios de inscripción, con unos plazos rígidos y una forma de recibir el material. Pero existen plataformas que hacen el envío automáticamente y que te avisan de los plazos, son webs que hacen de intermediarios entre los creadores y los festivales.
Todo lo que antes había que hacer farragosamente con un DVD, y formularios escritos a mano, ahora se hace digitalmente. Subes tu peli, rellenas unos campos de formulario, y eliges a qué festival lo quieres enviar. Muy fácil, pero tiene un coste.
Inscribir tu largometraje cuesta entre 50 y 150 euros. No es mucho dinero, cuando hablamos de películas millonarias, pero sí lo es para el cine independiente. Porque aunque sólo hace falta un único festival para catapultar tu largometraje, esto es como la fecundación humana, para conseguir el éxito en uno tienes que enviar millones, bueno decenas.
El precio varía según el deadline de la convocatoria, o sea cuanto menos falte para que se cierre el plazo de inscripción más caro será.
Hagamos números. En España hay alrededor de ocho festivales ineludibles, no todos tienen este coste, per redondeando multiplicaremos 8 por 50 (400 euros). A su vez, es casi obligatorio que si tienes una peli la envíes a los principales festivales internacionales en Europa y Estados Unidos, nadie es profeta en su tierra...
Por ser conservadores, vamos decir que a nivel mundial hay 12 festivales ineludibles. Sigamos con la media de 50 euros por cada uno (600 euros). En total, nacional + internacional: 1.000 euros.
Estos costes pretenden compensar al festival por toda la mierda que les llega. Sí. Se supone que el festival de San Sebastián (por poner un ejemplo) es tan majo que nos deja enviar nuestra película casera para tenerla en cuenta, tal vez resulta ser una obra de arte.
Pero no puede tener a gente competente viendo cualquier cosa durante jornadas interminables, este coste de 50 euros paga la democratización de los festivales.
Ojo: no todos los festivales tienen coste. Pero los más potentes sí.
Las películas producidas por los grandes grupos mediáticos claramente no utilizan estos caminos, porque es una cuestión empresarial. Cada festival importante a nivel nacional está patrocinado e impulsado por un grupo de comunicación (cadenas), y es precisamente allí donde se estrenan sus películas, y generalmente allí no se proyectan las de la competencia.
Así ya empezamos mal. Porque si un festival, que se supone que es una “fiesta” donde compartir distintas miradas de cine, está propulsado precisamente por una de las partes más interesadas en dar fuelle a estos productos: las cadenas, las ideas románticas de punto de encuentro y libertad de selección quedan razonablemente en entredicho.
Los festivales son concursos (de hecho hay premios, y se codician porque cuanto mejor le vaya a una peli, mejor funcionará en cartelera, y más dinero ganará, ya sabes…), pero el concurso lo patrocino yo, que a su vez me presento, y evito que la competencia se presente. ¿Mola?
Sería naif pensar que alguien de la cadena se dedica a inscribir una peli que ha costado 5 millones de euros en un formulario online de 50 euros. Que se acuda al festival es parte del presupuesto dedicado a cine de la cadena, se patrocina el festival, y ese dinero suple los 50 euros míseros que pagas tu. Les sale más caro, sí, y es más efectivo. Es parte del marketing de la peli.
¿Pero qué pasa con las producciones humildes? ¿A los creadores independientes de verdad les compensa gastar ese dinero en la inscripción de su peli en festivales?
Los festivales tienen ojeadores para cubrir la cuota de pelis independientes y rarezas varias. Usando el símil deportivo, son los tipos que acuden a los partidos de la cantera a ver como juegan las jóvenes promesas. Esos ojeadores del cine suelen ser críticos, periodistas bien relacionados en el mundo cinematográfico y especializados: más indie, más terror, más lo que sea. Esos ojeadores, o mejor dicho: seleccionadores, son los que realmente abren la puerta al festival a los desconocidos. Gratis.
Que existan bases publicadas en la web de cada festival, plataformas y un pago por envío, no es más que una fachada. Un “por si acaso” legal. Pero nadie espera que un joven Lars von Trier les maraville enviando su material por ahí. A ese joven Trier se le conoce cuando le presentó un amigo productor al crítico, entre cañas.
La programación de los festivales se cose hablando directamente con los creadores, no mediante una web de envíos. Y se tiene casi cerrado con antelación, generalmente, incluso antes de que el deadline de envío de trabajos finalice.
Existen excepciones. Pero cómo una vez me dijo alguien, enviar una largometraje por ahí es parecido a enviar los códigos de barras de los cereales para entrar en el concurso de una bici. A veces toca, pero es 99% ilusión y 1% realidad. Eso sí, prepara a gastar unos 1.000 euros.
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