UN AÑO SIN RIKAR GIL
El día que el amor por Rikar Gil se pudo medir con Google Maps
Te voy a contar una historia que ocurrió hoy, hace un año, en un teatro. La obra se titulaba ‘Una noche como aquella’, se representaba en una sala pequeña del circuito off de Madrid. Los espectadores ya tenían su entrada, y los actores se preparaban para la función. Todos menos uno, que iba de camino. El tiempo avanzaba, y la obra jamás empezó, porque el actor que faltaba no llegó a Nave 73, el pequeño teatro de Embajadores. La policía municipal fue la encargada de poner fin a la espera.
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Rikar Gil murió en la calle cuando su moto fue arrollada por un coche cuando él se dirigía a la función. Él iba a dar vida a un personaje, a hacer corpóreo a un ser que jamás existió, y de camino, Rikar se esfumó y se convirtió en alguien de quien hablar, pero al que ya no podríamos ver más.
A las 9:30 del día siguiente las redes se encendieron con su nombre. Sus amigos más cercanos empezaron a comunicar que Rikar había muerto, y nadie podía creerlo. Tenía cuarenta y dos, pero aún tenía cara de veintipocos.
No era famoso, pero en la profesión era muy popular, reconocible de un rodaje, de una obra, del gimnasio, de un curso, de una fiesta…
Al día siguiente, Buenafuente le dedicó su programa, y un par de semanas después su foto apareció durante tres segundos en la gala de los Premios Goya, entre las decenas de retratos en blanco y negro de gente del sector desaparecida ese año.
El cementerio de la Almudena se colapsó, el crematorio se quedó pequeño para dar cabida a todo el público que fue a despedirle, y a cada minuto llegaban más y más personas. Al edificio sólo pudieron acceder unos pocos, en un silencio total y con un respeto máximo. Y seguían llegando personas que se amontonaban en la calle, y en el párking.
En ese momento, piensas en el milagro de que alguien sea capaz de convocar tanto amor en vida, tanto amor que en su última despedida podría medir utilizando Google Maps por la cantidad de gente que se amontonaba y teñía de negro la acera de cementerio para despedirle, asistentes a su última actuación con telón y público.
Uno de sus amigos salió a un pequeño atril, que apenas se separaba del resto de gentío, y desde allí dirigió unas palabras recordando el sentimiento que todos teníamos: “Rikar, aún tengo el impulso de enviarte un WhatsApp y contarte qué surrealista es verme aquí, en el cementerio, por ti...”.
El cuerpo de Rikar desapareció en el crematorio. Pero pocas semanas después, se estrenó el nuevo videoclip de Sabina, donde él encarnaba al personaje que servía de nexo al argumento.
Compartir el videoclip en redes fue como dar por la broma por concluída, si Rikar está en Facebook no puede haber muerto... Ver estrenar un trabajo póstumo era volver a brindar por él, y también zambullirse de nuevo en el dolor.
Semanas después se estrenó un cortometraje inédito de Rikar, en la Filmoteca Española, “Café nunca es café”, de Eduardo Ovejero. Rikar de nuevo brillaba en la pantalla como si nada hubiera pasado.
Pero la luz del proyector le hacía visible, el equipo se cogía de las manos, amortiguando el impacto e insuflando energía al ritual. Rikar está en la pantalla, como si nada: en el Festival de Cine de Madrid, en el de Aguilar De Campoo… Incluso ganando premios.
Y en Facebook. Su perfil ha seguido activo (in memoriam), y durante todo este año, sus amigos no han parado de escribirle para recordarle. Centenares de mensajes que le saludan: todas las semanas, que felicitan el cumpleaños, la Navidad, le dan la enhorabuena por los premios, por el nacimiento de su sobrino, y le echa en cara haberse ido tan lejos...
Rikar sigue vivo, porque algunos actores no mueren. Eso es en gratitud por haber dado vida a personajes que no existen, tal vez así es como se hacen inmortales (o tal vez no). Solo sé que ha pasado un año y aunque seguimos viendo a Rikar, le echamos de menos.
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