IMPRESCINDIBLES PARA SU OBRA; ECLIPSADAS TRAS EL GENIO
Sin ellas no hubieran sido nada: La tortura de ser la musa de Picasso o Dalí
Hace unos días soñé con Pablo Picasso. En concreto estaba en su estudio de la Rue Boétie. Me acuerdo que me observaba muy de cerca, como si cada detalle mío le evocara una sensación, quizás incluso alivio.
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“Me has salvado la vida, pero no tienes ni idea de lo que quiere decir”, me dijo. Pero sí lo entendía: lo había salvado de su matrimonio con Olga Koklova.
Y recuerdo que fue ahí cuando me di cuenta de que yo era Marie-Thérèse Walter, una de las diferentes mujeres y musas que tuvo Picasso a lo largo de su vida. Y entonces me desperté.
Picasso no es el único artista que se rodeó de mujeres y las usó como musas: Alfred Hitchcock, Salvador Dalí o Auguste Rodin también las tuvieron, entre otros muchos. Todas ellas, Kim Novak, Elena Ivanovna (Gala), Paul Claudel, aportaron a sus trabajos pero ocultas; fueron invisibilizadas y despojadas de autonomía para pasar a formar parte de la historia de ellos.
Desde su aparición en la mitología griega, las musas han encarnado esa ficción de que “detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer”. Y es que han sostenido a la sombra la vida de los hombres para que ellos puedan dedicarse por entero a sus oficios. Han sido sus apoyos emocionales, sus ayudas creativas y las que les proveyeron de cuidados. Muchas de ellas temporales, hasta que llegaba la siguiente nueva musa a la que agarrarse.
En el caso de Picasso, al menos ocho mujeres pasaron por su vida y le dejaron mella. La mayoría de ellas no acabaron demasiado bien: la propia Marie-Thérèse Walter, y Jacqueline Roque, se suicidaron; Olga Koklova prácticamente enloqueció, y Dora Maar definitivamente se volvió loca.
Hitchcock tampoco se quedó atrás: él debía sentir que podía moldear a su antojo a sus musas; como un trozo de barro que espera a ser moldeado por el maestro. “Debo tener en cuenta si es la clase de chica a la que puedo dar forma como la heroína de mi imaginación. Debe tener verdadera belleza y juventud”, llegó a comentar en una ocasión el cineasta.
Todas esas mujeres que pasaron a la historia por ser las ‘inspiradoras de’, también fueron artistas, actrices, escritoras, pintoras, que por la falta de oportunidades para su género, vieron su talento relegado al de sus compañeros. Muchas veces era la única salida posible para dar rienda suelta a sus pasiones, pero también es cierto que había una falta de referentes femeninos que les permitieran imaginar otros futuros posibles para ellas.
Pero hubo algunas excepciones, como es el caso de la relación entre Stuart Mill y Harriet Taylor. La pareja de filósofos se basó en el respeto mutuo y la confianza entre iguales, y juntos pusieron las bases de la teoría política en la que se envolvió el sufragismo.
Y después está Françoise Gilot: la musa de Picasso que se rebeló y lo abandonó. Según la artista, “Pablo era una persona maravillosa para estar con él”, pero advierte de que “también era muy cruel, sádico y despiadado con los demás y consigo mismo. Una estaba allí a disposición de él: él no estaba a disposición de nadie”.
El genio al que todo se le consiente y a cuya grandeza se le permite eclipsar todo lo demás. Pero si se mira de cerca, ni ellos fueron tan genios, ni ellas unas musas sumisas. Ellos tenían a esas mujeres a su alrededor no solo porque les atrayera su físico, sino porque también conectaban a nivel intelectual y les aportaban a su trabajo. Y ellas no eran pasivas: seguían haciendo lo que les gustaba, aunque nadie haya recogido ni analizado sus obras al margen de las historias de sus genios.
Si no me hubiera despertado tan pronto en mi sueño, si hubiera seguido encarnando a una Marie-Thérèse Walter de 17 años, podría haber escapado de allí. Podría haber salido corriendo del estudio parisino, huir del Picasso de 45 años como hizo Françoise Gilot, y no mirar atrás. Porque yo sabía cómo a acaba esa historia. Y en ese escenario podría independizarme: podría escribir una nueva historia, la mía, y dejar de pertenecer a la de él para siempre.
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