Sí están permitidos selfies
Fui a Pearl Harbor y me pidieron que no usase WhatsApp por respeto a los que allí murieron
Durante mi visita a Honolulu no dudé en visitar esta base naval de la Armada de los Estados Unidos que fue atacada por el Imperio de Japón allá por 1941. Y os digo una cosa, se toman muy, pero que muy en serio, lo de honrar la memoria de sus caídos.
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Desde el primer momento en el que mis pies tocaron suelo estadounidense, me percaté de que los norteamericanos tienen un sentimiento patriótico que es digno de estudio. Y digo esto porque no seré yo la que juzgue si uno es más americano que su vecino el de enfrente por poner la bandera de Estados Unidos el doble de grande que la suya en el porche. Cada cual que haga lo que quiera y cuando quiera. O bueno, no.
Todo sucedió en Honolulu. Había viajado hasta allí desde Los Ángeles para ver a unos amigos. Ellos estaban de vacaciones y yo decidí unirme un par de días. Tras dos intensas jornadas de sol, arena y mar, nos dimos cuenta de que lo que no podíamos dejar de ver, de ninguna de las maneras, era Pearl Harbor. Es como ir a Madrid y decir que no has visto la Puerta de Alcalá. Pues eso.
Eran las 11 de la mañana cuando llegamos. Nos acercamos a las taquillas y una chica muy amable (vestida con uniforme militar) nos explicó que la entrada era gratis. Eso sí, si queríamos visitar el monumento llamado ‘USS Arizona Memorial’, debíamos elegir una hora porque el desplazamiento hasta él se hace en barco y este cuenta con unos horarios específicos. Antes de continuar, deciros que dicho monumento es el más conocido porque honra al primero de los barcos que fue atacado durante el ataque y fue en el que más personas murieron. Dicho esto, prosigamos.
Decidimos coger el de las 12. “Perfecto entonces. Aquí tenéis los tickets. Ahora dirigíos hacia ese edificio que está al lado del embarcadero. Allí hay un cine en el que os proyectarán un documental sobre lo que ocurrió en Pearl Harbor y luego ya os acercaréis al USS Arizona Memorial. Siento deciros que se le están realizando labores de mantenimiento, por lo que no podréis pasear por él, solo verlo desde el barco”, nos explicó. La historia de mi vida. Siempre que voy de viaje algo está en obras o cerrado. Pero que todo bien.
Al llegar a las puertas de la sala donde iban a proyectar el documental, un marine nos da la bienvenida a las aproximadamente 50 personas que estamos allí. Micrófono en mano, nos agradece nuestra presencia y nos ruega encarecidamente que no hablemos durante la proyección.
Ok, entendido. Tomamos asiento, las luces se apagan y ante mis ojos pasan 20 minutos de imágenes y narración donde, sin lugar a dudas, la objetividad brilla por su ausencia. Americanos buenos, japoneses malos. Así podría resumirlo. Y mira, ni una cosa ni la otra, pero ya que estamos en suelo ‘made in USA’ pues tendremos que aceptar pulpo como animal de compañía.
Salimos de la sala y nos conducen hasta el barco. Allí dos marines nos ayudan a subir a bordo y uno más se sitúa delante de nosotros, de nuevo micrófono en mano.
“Bienvenidos. Como ya saben el monumento está en obras, así que nos limitaremos a rodearlo con el barco, pero no se preocupen que podrán verlo claramente y hacer todas las fotografías y vídeos que deseen. Solo un aviso. Está completamente prohibido mandar mensajes de texto o utilizar WhatsApp hasta que regresemos a puerto. Se lo pedimos como una muestra de respeto y admiración hacia todas aquellas personas que perdieron la vida aquí. Quien no cumpla con este requisito será amonestado”.
Me quedo sin habla. Miro al amigo que tengo al lado y le digo: “¿Lo he entendido yo mal o ha dicho lo que creo que ha dicho?”. Jorge tiene la misma cara que yo. Vale, mi inglés no me ha fallado.
“¿Entonces puedo hacerme fotografías y vídeos sonriendo delante de un monumento que honra a los caídos pero no puedo contestarle un WhatsApp a mi madre?”, preguntó a mis amigos de manera irónica. “Cuidado con lo que dices que estos no se andan con tonterías”, me advierte Gloria. Lleva razón.
Intento hacer como que me parece todo lo más normal del mundo, pero no paro de mirar a mí alrededor sin dejar de maravillarme. La gente está sonriendo y haciéndose ‘selfies’ delante del monumento como quien se hace fotos delante de la noria de la feria del pueblo. ¿Así se honra a los caídos? Además, estamos hablamos entre nosotros. ¿Qué diferencia hay entre eso y mandar un mensaje?
Lo cierto es que por más que intento entenderlo no lo comprendo. Es decir, si los honramos, los honramos con todas las de la ley. Nada de hablar, de fotografías ni de tonterías. Todos en silencio y punto pelota. ¿O qué?
Me doy cuenta de que hay mucha gente que se está emocionando. Posan con un orgullo que no les cabe en el pecho. En serio. Todos americanos, cómo no. El marine del micrófono nos avisa de que tenemos que volver ya a puerto y que vayamos haciendo las últimas fotografías. Yo la verdad es que he hecho un par y ni siquiera se me ha ocurrido hacerme un ‘selfie’. No le veo la gracia. Pero quizá es porque no soy norteamericana. ¡Quién sabe!
Esperando para bajar del barco, me doy cuenta de que el señor que tengo al lado tiene lágrimas en los ojos. Tendrá unos 40 años y va acompañado por su mujer y su hijo de unos 6 años. Cuando los dos mismos marines que nos dieron la bienvenida a bordo nos indican que ya es nuestro turno para bajar, el hombre les dice: “Gracias por vuestro servicio”.
Me quedo pálida. Les da la mano y les pide que se hagan una fotografía con su hijo. “Esta gente nos protege”, le dice mientras realiza la instantánea con su móvil de última generación. De nuevo, me quedé helada. Pero qué queréis que os diga, por vivir estos momentos es por lo que me mudé a Estados Unidos. Y puede que no comparta o entienda muchos de sus comportamientos, pero una cosa en la que estoy totalmente de acuerdo es en la de que “Dios bendiga a América”. Y tanto.
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