LA LARGA TRADICIÓN DEL OCULTISMO
Me fui a una tienda esotérica a comprar un friegasuelos que prometía hacerme rico
En plena época científico-tecnológica perdura la industria del esoterismo haciendo dinero a base velas mágicas, filtros de amor, pirámides energéticas, inciensos exóticos y predicciones de Tarot. La larga tradición del ocultismo pervive de la forma más comercial, plasticosa o cutre. Me fui a una tienda esotérica a comprar un friegasuelos que prometía hacerme rico.
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La mirada ardiente y revolucionaria de Karl Marx me perfora desde la etiqueta de una gruesa vela verde. La imagen del filósofo barbudo surge de un montón de billetes de dólar, al parecer si uno enciende esta vela atrae el dinero a su vida, a toneladas. No entiendo muy bien la relación entre Marx y hacerte rico por arte de magia (literalmente), pero el caso es que este es el trato que ofrecen en esta tienda de esoterismo del madrileño barrio de Carabanchel. Aparte del crematístico velón marxista hay más oferta, por ejemplo la vela ‘Mano Poderosa’, ‘Miel de Amor’, ‘Pica Pica’ o las tenebrosas velas negras llamadas ‘Odio’ o ‘Quiero que sufras’.
Oigan, igual funciona, pero prefiero no probarlo, que estoy bien sin ser millonario (porque soy un ser de luz). Además cuando uno se mete en estos vericuetos sobrenaturales nunca sabe qué puertas dimensionales puede abrir: empieza uno pidiendo pasta y acaba teniendo un poltergeist en casa, que lo he visto yo en muchas pelis.
-¿Pero esto funciona de verdad?
-Tienes que creer en ello, muy fuerte - me dice la dependienta -, si no tienes fe no te va a funcionar.
Visitar una tienda de esoterismo es un festín para los sentidos y la imaginación: velas milagrosas, amuletos raros, ninfas, elfos y dragones, cuencos tibetanos, tarot y brujería, colores exóticos y aromas de otras latitudes que se desprenden del incienso en combustión.
Aquí se mezclan sin pudor todo tipo de tradiciones y creencias, de la sabiduría oriental al espiritismo, de la magia blanca a mitologías medievales. En plena era cientifico-tecnológica todavía prolifera este negocio de las energías (signifique esto lo que sea) y mucha gente acude pensando que puede doblarle el brazo a la naturaleza y el destino mediante rituales arcaicos y objetos poderosos. Es mentira, claro, pero da dinero.
Según datos difundidos en 2016 en la televisión pública y otros medios, el negocio del esoterismo, que incluiría estas tiendas, las ferias, las revistas o los consultorios telefónicos, mueve unos 3.000 millones de euros al año. Una búsqueda en Google muestra, sin bucear demasiado, 18 establecimientos de este tipo en la capital. Los destrozos producidos por la crisis económica y la incertidumbre en el futuro ayudan a la proliferación de este tipo de creencias, incluso más allá de su público natural.
Una encuesta de Metroscopia de 2011 encontró que uno de cada cinco españoles creen en astrólogos y adivinos, por mucha túnica estrafalaria que lleven. Y el 48% cree que los amuletos pueden tener alguna influencia sobre los acontecimientos. Los amuletos o los artículos de limpieza, como vamos a ver.
Me llama sobrenaturalmente la atención lo que se anuncia como un “friegasuelos esotérico”. Cuando miro de cerca la botella descubro que hay diferentes tipos: unos protegen el coche, otros protegen de envidias y mal de ojo, otros facilitan la venta de propiedades… fregando el suelo con ellos.
Así se convierten las energías negativas del hogar en puro buen rollito. Curiosamente, en la propia etiqueta del producto, en letra pequeña, se advierte de que su eficacia no está probada y que puede no funcionar. Está bien que avisen (entiendo que para evitar problemas legales, o con clientes picajosos), no vaya a ser.
Hubo un tiempo en que el esoterismo y las ciencias ocultas tuvieron su razón de ser. La era científica no había comenzado y las explicaciones del mundo escaseaban, todo era muy raro. Los alquimistas, los magos o los astrólogos tuvieron, de hecho, gran importancia en el nacimiento de la ciencia, en la Revolución Científica del s. XVII, según demuestra en sus libros la historiadora Frances Yates. Fueron los primeros en observar e interrogar la naturaleza en vez de buscar explicaciones en la autoridad de los textos de Platón, Aristóteles o en las Sagradas Escrituras.
Buena parte de la obra de gigantes de la ciencia como Johannes Kepler o Isaac Newton son estudios ocultistas, astrológicos o alquímicos. Pero luego la química superó a la alquimia, la astronomía a la astrología y la ciencia, en general, a la magia.
El fenómeno de la actual ceeencia puede tener su explicación, de hecho ya la señaló Max Weber: incluso en sociedad científicas muy avanzadas, donde se produce un “desencantamiento del mundo”, puede haber hueco para las creencias supersticiosas, precisamente porque el desarrollo científico y tecnológico hace que ciertos individuos se sientan en una “jaula de hierro” donde no cabe nada de lo irracional, de lo misterioso, de lo místico. Las explicaciones no racionales del mundo siguen, pues, teniendo su público, por muy descabelladas que puedan ser.
Las ciencias ocultas, además, son de interés para conocer estimulante simbología o indagar la historia de la ideas y las creencias humanas (un libro de referencia es ‘Historia de la Filosofía Oculta’, de Alexandrian, que publica Valdemar), sin embargo, cuatro siglos después de la Revolución Científica y en vista de la potencia el método científico (para bien o para mal) resulta pintoresco que se mantenga la fe en estas disciplinas que, además, ahora se presentan ahora desintelectualizadas, banalizadas, comercializadas, en plástico y colores chillones.
Si magos renacentistas como John Dee o Paracelso eran verdaderos eruditos (aunque sabemos que equivocados en sus saberes), hoy tenemos a la bruja Lola o a Sandro Rey (el Iggy Pop español que este año ha intentado apuntarse a lo de la canción del verano, con su tema Lagarta). Yo a esto lo llamo esoterismo hardcore.
“Se necesita tarotista por horas”, dice un cartel en una tienda esotérica de Lavapiés. Aquí venden kits completos para hacer todo tipo de rituales mágicos, es preciso limpiar el lugar donde se realizan, ducharse bien con una pócima, colocar un altar y, una vez más, encender una vela. Nunca la magia fue tan fácil y civilizada, sin alas de murciélago, ni beleño, ni ojos de rata, ni bolas de dragón. Es el futuro. Mi favorito es el pack ‘Arrasa con todo lo malo’ (por 35 euros). Hay que siempre a tope.
Dentro de la sección de artículos de Wicca (una religión neopagana que tiene algo que ver con la brujería) encontramos el ‘ungüento volador’ (“mal llamado del Diablo”) que es, supuestamente, el que utilizaban las brujas en los aquelarres para “volar”, y consistía en un mejunje de hierbas psicoactivas (belladona, mandrágora, beleño…) que provocaban un buen viaje. Probablemente la principal propiedad de este líquido enfrascado que se ofrece es hacer desaparecer 12 euros de tu bolsillo, como por arte de magia. El aceite ‘Amansa guapo’ sirve para domar a parejas bravuconas. Y tampoco le dan la espalda a los más tradicional: venden papel de pergamino (“para escribir pactos”, da miedo) o los clásicos ajos, por un euro, para protegerse de hechizos y males de ojo.
Una tienda esotérica, el Espacio de Pepita Vilallonga, en Barcelona, estuvo de actualidad este año. En enero la Unidad de Delitos Económicos de la Policía Nacional detuvo a la supuesta vidente Vilallonga junto a cuatro de sus tarotistas empleados por una supuesta estafa de 300.000 euros, luego fueron puestos en libertad a la espera de la citación judicial.
Hasta el Papa Francisco ha tomado cartas en el asunto de lo esotérico: este verano advirtió en el Ángelus sobre los peligros de astrólogos, horóscopos y adivinos, en ellos caen los que no tienen la fe suficientemente fuerte. O, añadiríamos, los que tienen la fe en la mentira equivocada.
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