DEFORMIDAD, ALTURA Y AUTOESTIMA
Hablamos con mujeres que siempre van en tacones (incluso en casa)
Decía Fran Fine, personaje protagonista de la serie 'The Nanny', a punto de salir a caminar por la cornisa exterior de un edificio para resolver un entuerto de alto riesgo, que no se podía quitar los tacones ni en esa situación porque perdería completamente el equilibrio. Se trata de una exageración humorística, sí, pero no iba desencaminada. Hablamos con varias mujeres para las que el calzado plano es el auténtico bajón.
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Marisa tiene cuarenta y cuatro años y se puso sus primeros tacones a los catorce: “Eran de mi madre y no tenía permiso para sacarlos a la calle, pero eran de mi talla y me aficioné a llevarlos por casa. Cuanto más me decían que no, más ganas tenía de ponérmelos. Se me dio bien aprender a andar con ellos, en cuatro tardes me veía ya experta, y me sentía muy bien. Más poderosa, no sé, me gustaba el sonido al andar, ser más alta, cómo me quedaba la ropa. A partir de los dieciséis me compré los primeros con mi propio dinero y hasta hoy. Tengo zapatillas deportivas y de estar por casa pero siempre con un poco de cuña.”
Nota que los músculos de sus piernas están trabajados en parte por este tipo de calzado, que sus gemelos, acostumbrados a la tensión, son muy fuertes. Los efectos negativos son, previsiblemente, los juanetes, una desviación ósea causada por la postura del zapato de tacón y la variación del peso natural del cuerpo sobre el pie.
“Sobre los veinte años empecé a notar lo de los juanetes, poquito pero sí. Pero es curioso, me dolía mucho más entonces que ahora que estoy tan acostumbrada. Y tampoco me pongo tacones altísimos en el día a día, los de más de ocho centímetros sólo los uso para ocasiones especiales o fiestas. Hay días malos también, ¿eh? De mucho lío o lo que sea que estás cansada, te duelen y estás deseando llegar a casa y quitártelos”.
Paqui, de treinta y ocho, se considera adicta a los tacones: “Siempre me dio coraje ser bajita y empecé con los tacones por puro empeño, porque recuerdo que me dolían mucho al principio pero me compensaba, vaya que si me compensaba. Me sentía yo distinta y me trataba distinto la gente, así que me aguanté, me acostumbré y para siempre".
"Las chanclas de playa, por ejemplo, con cuña, las de casa también, y las deportivas. No es ya sólo que me guste cómo me queden o que me sienta más poderosa, es que estoy hecha a una altura que no es la mía y estando descalza o plana no me encuentro cómoda, como si no fuera mi estatura real”.
Las consecuencias son también la predecible deformación del juanete, muy marcada en el caso de Paqui porque le gustan los tacones de horma estrecha, con la puntera muy cerrada en forma de pico.
“No me los puedo poner todos los días así porque si abuso es demasiado molesto, me llegan a dar incluso calambrazos en los puntos más puñeteros. Pero para un día especial los suelo elegir con tacón fino y alto y puntera también fina, en plan stilettos. Me siento elegante y potente con cualquier cosa que lo combine, incluso unos vaqueros”.
Cristina tiene veintiocho años y los tacones altos son un rasgo común en todas las mujeres de su familia: “Tengo unas botas de montaña normales y unas zapatillas de deporte también planas que me las pongo para jugar al tenis, pero lo demás incluyendo las de casa, todo tacones o cuñas. En mi familia no es algo a lo que demos importancia, es el calzado normal de todos los días. Siempre vi a mi madre y mis tías en tacones y con mi hermana y mis primas nos imaginábamos ser mayores y ponernos también los nuestros".
"Ni me costó aprender a andar con ellos y lo que más me ha molestado han sido las rozaduras de algunos, la postura no tanto. Depende también de cuánto tengas que andar y de cómo de alto sea el zapato, claro. Hay veces que te destrozas. Si son altos, malillos y andas mucho puedes ser un desastre. Si son de calidad, buen diseño y buenos materiales y te organizas bien, no es para tanto, la mayoría de los días ni pienso en ello. También porque a estas alturas sé que me compensa invertir un poco en zapatos buenos”.
Paqui es la que más dolencias manifiesta, pero tiene clara la estrategia si llegara el día en que la deformidad se volviera insoportable: “Si la postura del pie me diera problemas graves y tuviera que dejar de llevar tacones los echaría de menos porque son más bonitos que los demás zapatos, pero iría de cabeza a por las plataformas. La cuestión es no perder altura.”
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