MADRID SE VACÍA
La incertidumbre del qué vendrá: "Da miedo alquilar un piso o quedarse en Madrid"
Diez jóvenes nos cuentan cómo les está afectando la COVID-19 a la hora de tomar decisiones sobre su futuro.
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“Al final me quedo en Murcia. Lo he decidido. Ya te contaré”. Un mensaje de WhatsApp que lo cambia todo. Una decisión que lleva detrás largas horas de darle vueltas al coco pensando qué camino escoger. No es la primera vez que Pilar Lorente (Murcia, 25 años) se enfrenta a un dilema de este calibre. En marzo tuvo que abandonar su vida en Brisbane (Australia) de un día para otro y regresar a casa por culpa del virus.
La llegada del coronavirus a nuestras vidas ha sido un giro inesperado de guion al que nos hemos tenido que adaptar a la fuerza. Después de tres meses de confinamiento parecía que el verano estaba dando una tregua, aunque ha resultado ser un espejismo. La calma antes de una tormenta que, en este caso, llega en forma de una segunda ola de la COVID-19.
Con casi 500.000 casos diagnosticados en España, Pilar, de espíritu intrépido por naturaleza, se encontraba ultimando los detalles de su marcha a Madrid. Había decidido matricularse en un curso en la capital para seguir con su formación. Tenía hasta la habitación alquilada desde hace semanas en un piso, que no ha visto más que en fotos, a 15 minutos andando (para evitar coger el transporte público) y que compartiría con cuatro chicas a las que no conoce.
Sin embargo, ante el aumento diario de casos y al ser Madrid la comunidad con más afectados (31.538 casos diagnosticados en los últimos 14 días), ha cambiado de opinión: “Para qué voy a gastar mis ahorros allí si puedo hacer lo mismo aquí”, señala en referencia a la educación telemática.
Éxodo a las provincias
El mismo pensamiento tiene Rubén Gordillo (Cádiz, 23 años). La empresa de energía renovable en la que trabaja gracias a una beca decidió implantar el teletrabajo antes de que se declarara el estado de alarma, por lo que decidió ‘bajar’ a su pueblo natal “para estar más a gusto en casa que en un piso de alquiler”.
Rubén ha sido una de las 3.015.200 personas que han estado trabajando desde casa habitualmente, según la Encuesta de Población Activa, entre abril y junio. Un teletrabajo que siguió realizando aún estando bajo los síntomas de la COVID-19 porque no estaba “grave” y así el día se le “hacía un poco más ameno”. Casi medio año después todavía no sabe si era un ‘positivo’. No le han llegado a hacer nunca la PCR para confirmarlo, ya que se paralizaron los test al inicio del estado de alarma, pero ha tenido todos los síntomas, como perder el olfato y el gusto (cuando todavía no se asociaban a este virus).
El teletrabajo es una realidad y parece que ha llegado para quedarse: “Antes añoraba el teletrabajo, porque la verdad es que se gana calidad de vida. Por ejemplo, si trabajas en una gran ciudad el tiempo que pierdes en transporte, ahora lo ganas en vida. Pero en este momento me gustaría poder hacer un 3-2, combinando teletrabajo e ir a la oficina”, comenta Rubén. El joven gaditano tenía planeado regresar en septiembre a Madrid, pero su empresa no se plantea la modalidad presencial hasta 2021: “Estoy ganando poco sueldo y pagando una casa que no utilizo. La incertidumbre de estos meses me ha hecho perder unos 2.000€”.
Mientras hay quienes mantienen sus pisos vacíos con la esperanza de volver en cualquier momento, Maria Altarejos (Castellón, 24 años) y Adriana Luna (Teruel, 25 años), compañeras de piso, le dicen adiós al suyo.
Se conocieron haciendo un máster en radio, con la ilusión de encontrar su hueco y el trabajo de sus sueños en la ‘gran ciudad’, que alberga gran parte de los medios de comunicación. Sin embargo, ante la falta de oportunidades profesionales del sector, se han mantenido gracias a trabajos temporales.
Maria no puede seguir pagando el alquiler sin ingresos, a pesar de que su casero les hizo una rebaja mensual de 100 euros por inquilina, y regresa a casa de sus padres después de seis años viviendo fuera. Adriana ha buscado una habitación por la que paga 320 euros al mes en Legazpi: “Estoy con cuatro chicas más, pero está muy bien la habitación. Es normal, no es muy grande pero tampoco muy pequeña, así que contenta”.
En abril no la renovaron (la iban avisando mensualmente). Se comprometieron a llamarla cuando hubiera alguna vacante en otra tienda del grupo y estuvo casi tres meses en paro hasta que volvieron a contar con ella en julio. Le han ampliado el contrato hasta el 15 de septiembre en la tienda de ropa en la que ha estado trabajando durante el verano. Ahora, su estancia en Madrid pende de un hilo: “Da miedo comprometerse a alquilar un piso o a quedarse aquí en Madrid porque no sabemos lo que va a pasar. Yo no sé si dentro de dos meses me voy a tener que volver, si voy a encontrar trabajo, si las medidas van a ser más restrictivas o no. Es horrible”.
Adriana explica que su concepción de ‘largo plazo’ ha cambiado. Lo que antes podía ser un año ahora se reduce a dos o tres meses como máximo. Si en ese periodo de tiempo no encuentra trabajo, tendrá que volver a Ariño, el pueblo de Teruel en el que se crió y donde viven poco más de 700 habitantes. El coronavirus ha hecho latente una situación que lleva siendo insostenible varios años y que afecta en gran parte a los jóvenes. Precios abusivos de alquiler, contratos de trabajo precarios y un bucle infinito: sin experiencia no hay oportunidades y sin oportunidades no hay experiencia.
Pagar para quedarte en casa
Los másters suelen ser una gran oportunidad. Nos los han vendido como eso: una puerta abierta y directa a las bolsas de empleo de las empresas. Por eso, las prácticas son el mayor atractivo y aliciente para estudiantes como Abel Pérez, que ha pedido aparecer bajo pseudónimo. Algunos de sus compañeros han pagado para hacer unas prácticas que se posponen o cancelan. Él, al menos, las puede completar de manera telemática: “Obviamente, hubiera preferido hacerlas presenciales, pero no era posible dadas las circunstancias”.
“Tenía pensado subir a Madrid en septiembre para hacer la mudanza a un piso nuevo y quedarme allí, pero ahora no sé qué voy a hacer. La mudanza la tengo que hacer igualmente, pero ya no creo que me quede. Me voy a dejar, otra vez, un piso vacío que voy a tener que seguir pagando y a saber si lo llegaré a ocupar en un futuro cercano”, relata Abel Pérez. Al contrario que a Maria y Adriana, su casero se negó a hacerles una rebaja dadas las circunstancias.
Pero no todas las profesiones permiten el teletrabajo o el aprendizaje telemático.“En una carrera de ciencias, limita mucho. Tengo amigas que querían hacer un máster, por ejemplo, en Biología Marina, pero cómo te pones a pagarlo con lo que vale si te van a decir quédate en tu casa y no vas a poder hacer las prácticas. Han buscado otras alternativas porque no les merece la pena pagar para quedarse en casa”, comenta Pilar García (Murcia, 23 años), que acaba de convertirse en bióloga por la Universidad de Murcia.
García tenía que haber hecho las prácticas curriculares de la carrera en marzo, pero llegó el coronavirus. Con las restricciones y las medidas de seguridad no podía subirse en el barco pesquero que le había sido asignado para participar en la campaña de pesca: “Tuve que sustituirlas por un trabajo escrito y ahora me ha llegado una oferta de trabajo en la que no me han seleccionado por no tener experiencia. Era relacionado con lo mismo y dentro de la misma empresa”. De momento, está a la espera de que le confirmen la modalidad del máster que quiere hacer, lo que influirá en su decisión. Lo hace desde Italia, donde está de au pair,sin saber si el aumento de contagios la dejará volver a casa cuando termine su estancia allí.
Quien no sabe si irse al extranjero es Esther Lucas (Murcia, 24 años), que en el momento de realizar este reportaje se encuentra haciendo cuarentena en su casa a la espera del resultado de la PCR. Hace unos días uno de sus amigos le hizo saber que se había empezado a encontrar mal y a tener fiebre. “Yo tenía planeado irme de Erasmus en el primer cuatrimestre, pero ahora ya no se puede. Me puedo ir en el segundo, a partir de enero, pero ¿cómo van a estar las cosas en enero?”, la angustia de Esther se palpa en sus palabras.
“No puedes hacer ningún plan ni siquiera a corto plazo. Primero está el peligro de moverte en transporte público. Y si ya hay inseguridad en tu propio país, te vas a otro y qué haces. Y más si te vas por tu cuenta. Te vas tú solo sin nada para empezar algo y está todo muy en el aire”.
Esther se quiere presentar a las oposiciones de magisterio para convertirse en profesora de Historia y se lamenta de que el aplazamiento de su fecha de celebración le vaya a suponer una desventaja “por no haber podido hacer prácticas, por ejemplo”. “A ver en septiembre cómo empiezan los colegios... Es un no saber constante y no queda más remedio que esperar a ver qué pasa. Tienes que empezar en el mundo laboral con la crisis que vendrá, te desmotiva mucho más”, apostilla.
En vilo. Con su vida paralizada y el futuro repleto de incertidumbre. Sin nada seguro a lo que aferrarse. Así se sienten algunos jóvenes que se encuentran en una especie de limbo, como Sergio Navarro (Murcia, 24 años): “Ahora mismo siento que la pandemia es la que controla mi vida y no yo. Es bastante difícil ser positivo y solo queda pensar en que esto pase lo antes posible”.
Sergio considera que “lo más complicado es la incapacidad para poder hacer cualquier tipo de plan, ya no a largo plazo sino a medio plazo. Te ves supeditado constantemente al ahora y a tener que pensar a una semana o dos semanas vista porque el escenario que te encuentras es de completo suspense”, incide.
Por eso, prefiere adoptar una postura más prudente hasta que la COVID-19 pase: “Tengo una edad en la que me apetecería arriesgarme y tirarme a la piscina, pero veo que el panorama es bastante desolador. Prefiero, quizás, durante la pandemia recurrir a opciones más conservadoras y mantener mi puesto de trabajo. Ya pasará e intentaré hacer otras cosas”.
Aún así es un privilegiado porque a su edad cuenta con un contrato laboral que no depende de una beca o una prácticas, pero es consciente de que la pandemia va a arrastrar muchas consecuencias para su generación: “Si te planteas el largo plazo y ves como va a poder ser tu vida después de la pandemia, te encuentras que va a ser todo durísimo: vas a tener muy pocas garantías para ganar probablemente un sueldo y unas condiciones laborales peores que las de tus padres”.
Liarse la manta a la cabeza
Como diría Ortega y Gasset, “yo soy yo y mi circunstancia”, y esta no no es la misma para todo el mundo. Por eso hay quienes en lugar de sentirse paralizados por un virus que ha afectado a más de 26 millones de personas en todo el mundo, deciden coger las riendas de su vida.
Paula Blaya (Murcia, 24 años) se ha marchado de au pair a Oxford (Inglaterra). En el momento de realizar la entrevista se encuentra en la recta final de la cuarentena que el país británico ha impuesto a los viajeros españoles. Desde el primer día está viviendo con su nueva 'familia’ y tiene “contacto” con ellos. Es la tercera vez que está de cuidadora en una casa ajena en la misma ciudad.
Paula se ha ido motivada y respaldada por un grupo de amigos con los que ha hecho su vida desde el verano de 2019. Su objetivo es iniciar un máster online mientras está allí: “Quiero ser profesora de español, hacer prácticas aquí y luego buscar trabajo”.
En momentos de crisis también surgen oportunidades. Es lo que le ha pasado a Elena Navarro, fisioterapeuta de 23 años. Esta pandemia la ha animado a hacer algo que llevaba mucho tiempo posponiendo: traducir los papeles de la homologación para poder trabajar en el extranjero.
“Durante el confinamiento, tras colgar una publicación en Facebook preguntando una duda de la homologación que había realizado, me hablaron 3 personas ofreciéndome trabajo y el chico que me ha contratado me propuso hacer una entrevista. La realicé sin la idea de irme fuera, pero al hacerla, ver las condiciones, el reconocimiento y todo lo que podía aportarme Francia, era una oportunidad que si dejaba escapar nunca volvería”, relata Elena.
Acaba de dejar un trabajo en el que después de dos años solo le ofrecían volver a renovarla con contrato de prácticas: “No voy a volver a tener 23 años, sin responsabilidades y la posibilidad de salir de España con un respaldo económico y en caso de que saliera mal, poder volver a casa para buscar otra cosa en España.”
Elena ha decidido arriesgar y apostar por su futuro en un momento delicado: “Si no buscamos nuestro propio camino para crecer y nos conformamos, seguiremos toda la vida ganando lo mismo y sin aprender ni avanzar en nuestra profesión”.
No es una decisión fácil. El virus está ahí y las posibilidades de contagio son altas en su caso, ya que tiene contacto directo a diario con los pacientes: “En Francia trataré a menos pacientes (2 cada hora) que en España (6-7 cada hora) así que podría tener menos riesgo…”.
Se marcha porque considera que los pros superan a los contras : “El virus me da miedo, pero me da miedo aquí en España y allí en Francia. Está claro que preferiría pasarlo aquí con mi familia, acompañada y con gente conocida a mi alrededor, pero si no aprovecho la oportunidad, la pierdo y creo que los beneficios son mucho mayores que las pérdidas que pueda tener".
Nueva normalidad
Los efectos colaterales de la COVID-19 están vaciando Madrid, que ha dejado de ser la ciudad de las oportunidades. Dicen que no hay mal que por bien no venga. La pandemia puede servirnos para cambiar, para ser mejores, buscar oportunidades dentro de un panorama que a primera vista parece desolador. Quizá esto haga que baje el precio del alquiler; que la 'España Vaciada' florezca de nuevo; que los jóvenes cambien las reglas del juego.
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