UN RELATO DE MARTA EME (@MARTAMJ32)
¿Qué es madurar?
¿Tenemos claro si madurar es bueno o malo? Esta semana, @martamj32 intenta dar forma con sus letras a un concepto que se nos empieza a exigir cuando somos pequeños y nos va acompañando a lo largo de nuestras vidas. ¿Te identificas con su reflexión?
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Puede que madurar sea ir aprendiendo de los errores mientras perdemos el miedo a aprender a base de aciertos. O seguir tropezando pero cada vez con más arte y levantándonos cada vez antes y con menos daños. O saber elegir qué guerras merecen que perdamos nuestra paz o nuestras lágrimas o nuestro tiempo. O, quizás, simplemente saber lo que no queremos.
Puede que madurar sea seguir tropezando, pero cada vez con más arte y levantándonos cada vez antes
Siempre he creído que madurar es uno de esos conceptos tan amplios y difíciles de definir que hace difícil saber si lo has hecho o no o si, visto lo visto, quieres hacerlo.
Desde la adolescencia no dejamos de escuchar “¿pero cuándo piensas madurar?” y quien lo dice son personas a las que, precisamente en ese momento de nuestra vida, no queremos parecernos en absoluto. ¿Parecernos a nuestros padres? ¿A esos a los que les parece mal nuestra ropa, la hora a la que llegamos, las notas, los novios y que no dejan de regañarnos continuamente? ¿Eso es madurar? No, gracias. Es mucho mejor seguir viviendo en el país de Nunca Jamás, ahí donde no pasa nada, donde siempre hay alguien que nos va a evitar los problemas y donde, como mucho, te castigan algún día sin salir. Parece que eso de madurar queda lejos o que, con suerte, no ocurrirá nunca. En esa época tan solo cuenta el ahora, el “lo quiero”, el mañana como futuro, el corazón haciendo callar a la cabeza y las pasiones desatadas. Es ese momento de sentir y temer, de probar y aprender, de secretos y de creer que nos comemos el mundo mientras pisamos arenas movedizas.
¿Parecernos a nuestros padres? ¿Eso es madurar? No, gracias
Pero la adolescencia va pasando entre música que va formando nuestra banda sonora, amigos nuevos y otros que dejan de serlo, continuos amores de nuestra vida que no duran más de seis meses, lágrimas desde lo más hondo y felicidad absoluta, decepciones y decisiones. Y vemos que ese país de Nunca Jamás no se sostiene. Que no hay batalla de espadas sin posibilidad de pincharse, ni decisiones sin consecuencias, ni carreras sin caídas ni juego con fuego sin quemaduras, ni noche triste sin echar de menos. Vamos entendiendo que la vida es un camino rodeado de otros muchos y no un islote aislado. Que nos caemos, nos levantamos, nos recuperamos y aprendemos. Que empezamos a pensar y a valorar antes de tomar una decisión o tomar otra o no tomarla, que empeñarnos en vivir mirando hacia otro lado es equivocarnos casi con seguridad y pensar que siempre nos van a sacar las castañas del fuego es sacarlas nosotros mismos pero carbonizadas.
Vamos madurando sin darnos cuenta y a la fuerza porque madurar es, en cierta manera, lo que nos ayuda a sobrevivir, a tomar decisiones más correctas y a superar antes los fracasos. Es la experiencia acumulada, la voz interior que nos guía, lo que nos hace encontrar el punto a ese mundo entre comillas.
"Pensar que siempre nos van a sacar las castañas del fuego es sacarlas nosotros mismos, pero carbonizadas"
Pero, cuidado, porque una cosa es madurar y otra es amargarse y hay quien lo confunde. Madurar no es amargarse ni ver el mundo en negativo ni la vida en aburrido. Madurar no es perder la sonrisa ni dejar de llorar de risa, ni el sentido del humor ni dejar de meter la pata, sorprenderte o hacer locuras. Ni es dejar de cantar a gritos, dejar de descubrirte a ti mismo y hasta dónde puedes llegar, atreverte, emocionarte o querer más. Eso no es madurar sino hacerte viejo por anticipado.
Porque, por mucho que se diga que nunca dejamos de hacerlo, maduras cuando sientes que ya no quieres madurar más. Cuando, caminando hacia el final, vas fijando tus principios. Y no es poco.
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