"Estaba en una especie de trenecito, yo estaba el primero de la fila, y de repente..."
Matorrales, anonimato y lenguaje directo: confesiones de quienes practican cruising
Hacer cruising consiste en tener sexo con desconocidos en lugares públicos. Las partes menos transitadas de los parques, las zonas boscosas del extrarradio, los baños de estaciones de tren y autobús son escenarios clásicos para practicarlo. Estos sitios están llenos de hombres solitarios. Unos se consideran homosexuales y otros no. Hemos hablado sobre el tema con algunos de ellos.
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R. tiene cincuenta y dos años y lleva practicando cruising en los alrededores del río Guadalquivir desde hace dos décadas. “Cuando era más jovencito ligaba mucho y no me planteaba ir porque ya con lo que me iba surgiendo en los bares tenía de sobra, pero a partir de los treinta me fue dando la curiosidad hasta que fui. Reconozco que, aunque se ven cosas muy raras, nunca me dio miedo. No es un sitio para hacer amigos, eso desde luego, pero me gusta que sea tan sencillo y tan accesible, me lo he pasado bien”.
Con cosas raras R. se refiere a coreografías de coches que se acercan y se separan, a mirones que aprovechan la hora de pasear al perro para darse una vuelta y atisbar imágenes que parecen juzgar duramente y degustar a partes iguales, o a nalgas completamente anónimas que asoman desnudas entre árboles y arbustos a la espera de que algo suceda.
“Lo que no he visto nunca ha sido violencia”, explica R., “es todo muy civilizado dentro de lo que cabe, porque apenas hay comunicación pero para lo que te interesa siempre te entiendes. No saludas ni intercambias ningún dato, no sabes nunca el nombre del otro. A veces no llegas ni a hablar con la persona, que para mí es lo mejor, la verdad”.
T., de cuarenta y cinco años, ha inspeccionado las zonas de cruising de Sevilla, Madrid y Barcelona y destaca también la ausencia de violencia y la belleza del completo anonimato: “Se suele hablar de dos temas principalmente. El primero, lo que quiere cada uno, cuanto más resumido y directo mejor, y el segundo, los condones. Que si tú tienes, que si tengo yo, que sin condón paso, y se respeta todo. Si no hay acuerdo, a otra cosa”.
Para que una situación tan parca en palabras fluya sin incidencias, R. recalca la ventaja de ser “redondo” en contraposición a ser activo o pasivo. Ser redondo significa ser versátil, capaz de disfrutar en cualquier rol, y por lo tanto de adaptarse a lo que cada circunstancia inspire: “Es una atracción muy física, muy visual, y eso que suele estar oscuro, pero hay tíos que te dan ganas de una cosa y otros de otra. Siempre he considerado una ventaja el sentirme redondo, me ha permitido disfrutar mucho y hablar poco, que es de lo que se trata ahí”.
A L. le da un poco de respeto el escenario y prefiere las zonas accesibles directamente desde el coche y no abandonar el vehículo a menos que sea una ocasión especial: “Me gusta mirar desde el coche, me siento más seguro, hacer contacto visual desde ahí y si surge la chispa que se metan en el asiento del copiloto un rato o nos vamos los dos al asiento de atrás, depende. En el coche llevo siempre además papel, toallitas, enjuague bucal, esas cosas, me hace sentir más cómodo. Pero procuro no encender la luz porque se rompe el encanto”.
A las ventanillas de su coche se suelen asomar los mirones, que a veces resultan desconcertantes: “No todos los mirones son iguales y no todos molestan. Si alguien mira porque le gusta y no interfiere, me da igual, es algo que pasa, que entra en el juego. Pero hay otros tíos que espían como juzgando con asco, que vienen en plan criticón cuando en realidad se ve que les da morbo y están reprimidos. Normalmente no dicen nada pero no sé, te das cuenta de cómo son y yo en concreto prefiero que se vayan”.
R. sin embargo prefiere el frescor del aire libre: “No me suelo meter en coches. Aparco el mío y voy andando para ver bien el percal. Si un tío me atrae o veo algún movimiento entre varios que me parece divertido, me acerco y si nada lo impide me implico. A veces, como en las saunas o los cuartos oscuros, se lían cinco o seis tíos, o más, pero a mí me gusta más el ambiente del cruising, al aire libre. Será porque sea público que me da más morbo, o porque sea un poco boscoso, tiene más encanto para mí. A los baños de las estaciones tampoco me meto, que son también un sitio muy de toda la vida para estas cosas pero no me apetece”.
Cuando oscurece estos lugares se van viendo cada vez más concurridos, lo que no impide que se pueda dar cierto tránsito a cualquier hora del día. “Yo a esa hora apenas he ido, pero hasta por la mañana suele haber también gente”, cuenta T., “y es típico ver algún tío con pinta de trabajar en una oficina, de ser el típico padre de familia. Se nota mucho que de cruising van bastantes heteros con curiosidad o que llevan una doble vida. Cada uno que haga lo que quiera, pero lo de los condones hay que tomárselo en serio, imagínate el que le pone el culo a cualquiera y no quiere ni mirar para atrás, eso es un peligro”.
Los riesgos para la salud son evidentes, el cruising es un deporte de riesgo que no es aconsejable practicar sin extremas precauciones. Dejando aparte las amenazas venéreas, los accidentes de corte escatológico también son comunes y las toallitas higiénicas en el coche de L. se presentan como una herramienta muy previsora. A R. le hubieran venido muy bien la noche en que vivió uno de los sucesos más engorrosos de su historia.
“Bueno, ahora me río pero vaya tela. Estaba liado en una especie de trenecito un poco desastre con dos detrás, yo estaba el primero de la fila, y de repente sentí que me venía un apretón muy grande. Cuando me di cuenta los había manchado a los dos, me había manchado los pantalones, me tuve que volver al coche hecho un asco, que encima estaba lejos, sin muda para cambiarme, sin apenas nada para limpiarme, madre mía, ¡no me quiero acordar!”
Estampas memorables de esta clase y de otras se esconden entre los matorrales de cada ciudad.
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