LA CRISIS DE LA MEDIANA EDAD LE LLEGA A ESTA GENERACIÓN
Los millennials sufren ya la crisis de los 40
La crisis de mediana edad sucede entre los 35 y los 45 años, cuando somos conscientes del definitivo fin de la juventud, el peso de las responsabilidades y nuestra propia finitud. Cualquier tiempo pasado parece mejor. Nuestra trayectoria está bastante determinada y, en ocasiones, nos pesa no haber logrado ciertos objetivos. Según algunos psicólogos es la etapa menos satisfactoria de la vida. Y los millenials pronto llegarán a ella.
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Cuando uno es niño tiene la sensación de que el tiempo no pasa: los relojes y los calendarios son instrumentos torpes; enormes y lentos diplodocus que no se sabe para qué usan los adultos. Una hora dura una semana, una semana dura un año y un año, la eternidad. La muerte, si existe, es solo un cuento mitológico y parece que las cosas siempre van a ser así, que los niños siempre serán niños, los adultos adultos y los ancianos ancianos; por eso muchos niños se burlan de los viejos, porque no saben que ya son viejos en otro punto de la dimensión temporal, que son embriones de anciano.
Luego, precisamente con el paso del tiempo, estas percepciones comienzan a cambiar: esto, lo que llamamos vida, se mueve. A mí el paso del tiempo comenzó a preocuparme cuando empecé el bachillerato y de ahí en adelante cada etapa de la vida me ha inquietado con su llegada: la primera juventud, la universidad, la segunda juventud, el mundo laboral, los 30... el tiempo vuela.
Yo, como saben mis amigos, a los que atormento hace años con estas neuras, soy especialmente cronófobo (me lo diagnosticó Google). No es para menos, si tomamos el término millennial en su sentido más amplio, es decir, desde los nacidos el año 1980, resulta que los primeros millennials ya están llegando a una etapa crucial de la vida de la que pocos conseguirán escapar: la crisis de mediana edad, también conocida como crisis de los cuarenta (aunque se suele sufrir en algún momento entre los 35 y los 45 y aunque algunos insensatos o iluminados no la lleguen a sufrir nunca, como si la existencia no fuera con ellos).
La crisis de mediana edad se da cuando uno deja la juventud definitivamente (y mira que la habíamos alargado) y ya se ve en el horizonte el otro lado de este viaje: la muerte. Es el momento en el que ya hemos elegido un rumbo y las elecciones del pasado resultan difíciles de modificar, por mucho que el pensamiento positivo diga que nunca es tarde para cumplir nuestros sueños. Ya nunca seré futbolista profesional, ni estrella del rock, aunque quizás todavía esté a tiempo de montar una start up. De pronto los años restantes de la vida empiezan a estar contados: somos seres finitos.
Además comienzan algunos factores de declive físico: se tiende a engordar, muchos hombres pierden pelo, las resacas son un via crucis, etc. Todo se vuelve algo repetitivo y pocas cosas nos ilusionan como antes. El psicólogo, tirando a místico, C.G. Jung decía que a partir de los cuarenta comienza la "edad del atardecer": es cuando se completa la persona que se bosquejó en la juventud, son momentos en los que es importante aprender a dejar atrás etapas sin remordimiento y afrontar el futuro.
En caso contrario caeremos en el ridículo del viejoven irredento, infiel, irresponsable, incapaz de adquirir compromisos, triste. También es la edad en la que ya hemos tenido hijos o se nos empieza a pasar el arroz: ahora o nunca. Una circunstancia central de la vida, que confiere gran dramatismo existencial, y que habíamos ido dejando siempre para el año que viene. Toca crecer de verdad, a pesar de que los videojuegos o los festivales de verano son cada vez más frecuentados por alegres talluditos de tatuaje e indumentaria moderna.
En la academia a veces se han tomado la crisis de mediana edad en broma, como algo que solo aparece en ciertos productos culturales (véase la película 'American Beauty', protagonizada por el hoy denostado Kevin Spacey, que interpreta a un hombre de mediana edad que, muy contraculturamente, decide, en plena crisis, mandar a paseo el genuino estilo de vida americano). Pero otros sí se la han tomado en serio y han investigado sobre ella.
Resulta que la felicidad es una curva a través de la vida que tiene forma de U, según recoge el filósofo Kieran Setiya, profesor del Massachussetts Institute of Technology (MIT) en su obra 'Midlife, a philosophical guide' (Princeton University Press). Es decir, las cotas de bienestar personal suelen ser grandes cuando uno es un niño y también, contra todo pronóstico, cuando uno es mayor. Los mínimos de felicidad, la parte más baja de la U, se da, precisamente, en las edades que aquí nos ocupan y nos preocupan.
Esto se debe a los factores anteriormente citados, además de que se trata de, probablemente, la época de mayores responsabilidades personales: toca trabajar y avanzar en el trabajo, cuidar a los hijos, también a los mayores, lidiar con los problemas de pareja, etcétera. Es la edad de la zozobra, la inquietud, el desvelo, el miedo.
Ni siquiera tienen que irte mal las cosas: como relata el propio Setiya, su caso es el de un exitoso profesor universitario con prestigio profesional, que ama lo que hace, con fluidez económica, una relación sentimental sólida y una hermosa familia. Una trayectoria inmaculada que, sin embargo, se hunde en las depresiones propias de la mediana edad. No es extraño: según Gail Sheeshy "cuesta dinero tener la crisis de mediana edad".
Además, según las encuestas, la curva en forma de U aparece más en países ricos que en países pobres o en vías de desarrollo. Se entiende que ahí tienen otras preocupaciones más acuciantes y menos burguesas. ¿Dramas del Primer Mundo? Puede ser, pero, a pesar de todo, la crisis atiende a condiciones universales de la experiencia humana.
En lo que define como un "libro de autoayuda filosófica", Setiya, basándose en grandes nombres de la historia de la filosofía (John Stuart Mill, Aristóteles, Albert Camus, Descartes, Schopenhauer, las tradiciones budistas o hinduístas, etc) da algunas claves para superar esta crisis.
Por ejemplo, preocuparse por algo más allá de uno mismo (ya sea el béisbol, cambiar el mundo o cuidar a tus seres queridos) es una buena vía para alcanzar la felicidad (de hecho, preocuparse exclusivamente por alcanzar la felicidad, paradójicamente, impide alcanzarla). Otra idea interesante a la par que útil es la de comenzar a concebir la vida como un flujo que acontece y por el que resbalamos más que como una rígida lista de objetivos a alcanzar.
Buscar actividades que no consistan en un proyecto que persiga un fin, porque al alcanzar los objetivos queda el vacío: caminar, pasar tiempo con los amigos, aficionarse a la naturaleza o el arte. Apreciar los procesos y no solo los fines (cosa también muy de moda en ciertos sectores del arte contemporáneo, por cierto). El amor.
Mi psicoterapeuta, que me ayuda a luchar con estas zozobras, me recomienda una receta muy común para la felicidad: vivir en el día a día sin darle más vueltas al drama cósmico del nacimiento y la muerte, lo que no es nada fácil, domar la mente.
Me dice que el tiempo y la finitud no son problema, porque son inevitables, que el problema es cómo nosotros los afrontamos. Que cuando acepte estas realidades de la existencia como algo natural no habrá inquietud y ansiedad. Y que carpe diem, vaya.
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