BENPOSTA, LA CIUDAD DE LOS MUCHACHOS
Nación de muchachos: un mundo gobernado por niños
En 1956, en plena España franquista, en Ourense, nació Benposta, la Ciudad de los Muchachos, una república democrática e independiente. Creada y dirigida por el Padre Silva, un cura joven con inflamados ideales, Benposta fue una ciudad habitada por niños huérfanos del exilio y la posguerra, una utopía autogestionada de la que nació el famoso Circo de los Muchachos. El director gallego Javi Camino está a punto de estrenar su documental Nación de Muchachos, en el que narra el florecimiento y la caída de esta utopía.
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¿Recordáis el trenecito que salía al inicio de Barrio Sésamo? Antes de ver el documental Nación de Muchachos, del director gallego Javi Camino, sólo había oído hablar vagamente de aquel Circo de los Muchachos que existió en Galicia y que reinó en el mundo del espectáculo allá por los años 60. Ni siquiera sabía que había observado mil veces, en aquella intro que precedía a Espinete, imágenes de aquella ciudad de cuento.
Al observar el fenómeno más de cerca, me pareció imposible que algo tan peculiar hubiese podido pasarme desapercibido y que, de alguna forma, hubiese caído en el olvido. No tanto el circo en sí, un espectáculo colosal a la altura de los muy pocos circos internacionales de aquellos años, sino por el proyecto global, la alucinada utopía ideada por el Padre Silva que funcionó durante años a escasos kilómetros de Ourense.
La Ciudad de los Muchachos, también conocida como Benposta, fue un proyecto con aspiraciones de república democrática e independiente que nació en 1966, en plena España franquista, en las más de 14 hectáreas que compró el cura Jesús César Silva Méndez, más conocido como Padre Silva, un cura joven con inflamados ideales.
Esta ciudad, habitada por niños huérfanos del exilio y la posguerra, tenía sus tiendas, sus bares, su gasolinera, su televisión y hasta su propia moneda, todo ello controlado por los niños. Y, lo que es más impactante, celebraba elecciones libres, adelantándose unos cuantitos años a la democracia española. También, claro está, tuvo su circo, en el que los mejores artistas circenses enseñaron a aquella pandilla de chiquillos todo lo que sabían, hasta convertirlos en auténticos prodigios de la pista.
Pero, de alguna forma, todas las historias en las que adultos prestan mucha atención a niños, historias de auténticos idealistas, artistas malditos que brillaban con el fulgor de lo mágico, del ser sensible que introduce a los chiquillos en su mundo de fantasía -es inevitable recordar a James M. Barrie, creador de Peter Pan, o a Lewis Carroll, artífice de Alicia en el país de las maravillas- parecen terminar de forma ambigua, dejando tras de sí unas pinceladas de oscuridad, tambaleándose en el fino hilo entre la genialidad y la desgracia del loco obseso.
Es este recorrido -el inicio emocionante y ciertamente extraño, la subida fulgurante al estrellato, el temblor que precede a la caída, la estrepitosa caída final- lo que nos muestra Nación de Muchachos, un documental dirigido por el realizador gallego Javi Camino que está a punto de iniciar su andadura por festivales.
"La época de esplendor del Circo de los Muchachos fue en la década de los 70, cuando yo todavía ni había nacido. Hasta que me embarqué en el proyecto del documental, hace algo más de dos años, no empecé a ser realmente consciente de la importancia y peso histórico de todo el universo de Benposta", explica Camino.
De hecho, al igual que le sucedió al propio director, es inevitable que, al sumergirse en el asunto, una se pregunte cómo es posible que no existiese ya un documental sobre el tema. Es una historia que lo tiene todo: grandeza vodevilesca, sueños y juguetes rotos, irremisible drama, esperpento, malditismo.
Sin embargo, pese a que Javi Camino estaba ya fascinado con el tema cuando su productor, Xabier Eirís, puso en marcha el proyecto, sintió que las expectativas que tenía quedaban absolutamente superadas. "Cuando empezamos pensábamos hacer un pequeño documental de unos 45 minutos. No teníamos ni idea de que acabaríamos encontrando más de 500 horas de imágenes de archivo en todos los formatos imaginables, ni que la historia fuera tan larga, compleja y rica en matices", dice.
En efecto, el documental es un artefacto complejo, con muchas caras, y casi se percibe que, frente a tanto buen material, director y productor tuvieron que sudar sangre para extraer los 105 minutos que dura.
En el documental brillan especialmente la infinidad de entrevistas a los antiguos integrantes del circo, hoy señores de mediana edad, que hablan con franqueza sobre todo aquello que, por increíble que parezca viéndolos ahora, sucedió en su pasado, en esas infancias duras y pobres que parecían abocadas a la delincuencia, pero que tomaron un rumbo inesperado.
De pronto, aquellos huerfanitos desharrapados, se vieron catapultados a una fama de fantasía y color, habitando una ciudad que gobernaban, aprendiendo oficios y artes circenses, domando el cuerpo y el espíritu, y triunfando ante personalidades célebres, hasta el punto de codearse con Jean Paul Belmondo y Alain Delon, y cenar con Dalí y Gala.
La mirada de Javi Camino se pasea en el documental por las ruinas de Benposta y pone a sus antiguos habitantes a hablar y pasear entre los escombros: permanecen las cabañas, la enorme carpa estrellada. "Cuando empezamos a grabar las entrevistas, la Ciudad de los Muchachos ya estaba destruida y dividida en dos bandos irreconciliables: los defensores del Padre Silva y los que se rebelaron contra su autoridad. Era como un país después de una guerra civil", afirma.
Si hay algo que se agradece enormemente en el documental, es la visión imparcial, franca, que no toma partido por muchas barbaridades que escuche de cualquiera de las partes. Javi Camino ha sido tajante en su decisión de no incluir voces en off, ni juicios propios, de evitar los recursos poéticos y las miradas autorales. El documental es crudo, real.
"Mi visión fue cambiando a medida que escuchábamos opiniones de los dos bandos enfrentados. Te acabas dando cuenta que en este tipo de conflictos todos tienen sus razones y que es muy difícil llegar a saber la verdad. No existen malos ni buenos. Al menos no en términos absolutos. En este aspecto lo único que tengo claro tras hacer el documental es que no hubo ningún ganador. Ambas partes acabaron perdiendo", sentencia con firmeza.
A pesar del horror que sacude los cimientos del proyecto a medida que va avanzando el documental, una no puede sustraerse de esa ilusión por tener fe en la utopía, en el plan mágico que pudo ser y no fue. Echando un vistazo a las actuales formas de reinserción del adolescente conflictivo, al mal camino que se les augura siempre a los niños sin hogar que se crían en centros, me resisto a pensar que no haya nada rescatable en esa ciudad de ensueño. Javi Camino ve el proyecto del Padre Silva como un producto de una época concreta, algo totalmente irrepetible.
"Ya no estamos en 1960. Actualmente es inconcebible tener a niños trabajando en una gasolinera, en una carpintería o en un circo, como pasaba en Benposta. Sin embargo, sí que son viables proyectos herederos de ciertos aspectos de su ideología como la CEMU en Madrid o las Benpostas que siguen activas en Colombia y Venezuela", dice.
Si una se aleja un poco y observa el proyecto de Benposta con frialdad, encontrará ciertas similitudes con otras comunidades utópicas, con otras proclamas de encendidos ideales. Hay muchos temas universales que asoman por los bordes de la carpa de circo.
"Al igual que Rebelión en la granja, de Orwell, también es como una especie de maqueta de nación comunista. Nace como una idea revolucionaria llena de ilusión, crece, se expande mediante "colonias" (las Benpostas por el mundo), se corrompe, surgen desigualdades, se estanca, acaban endeudados y nace una nueva revolución dentro de su seno", explica Camino.
Cuando, al final del documental, el personaje del Padre Silva se desmonta como estas casas de pladur de los huracanes americanos (sólo el instante en el que monologa solo ante la cámara merecería cinco documentales sobre su figura), la relación con el profeta por antonomasia, que había ido dibujándose a lo largo de toda la película, se hace ya inevitable.
"El Padre Silva siempre tuvo una fuerte vocación de Cristo. Él mismo no para de hacer comparaciones entre su vida y la de Jesús. Incluso se autorretrató en algunas de sus pinturas como Cristo. Empieza con unos pocos discípulos, crea un gran movimiento, siente que es traicionado por los suyos, es juzgado y acaba con su particular martirio final: ese devastador ictus que lo dejó "crucificado" en una silla de ruedas durante meses antes de morir", concluye Camino.
Al terminar Nación de Muchachos, a pesar de la devastación mental propia de esas grandes obras exhaustivas que sientan mal y bien al espíritu, una desearía hurgar más en todo aquello, pinchar en los extras de un hipotético menú de dvd para poder ver un spin off de cada uno de los integrantes del viejo circo, un ¿Qué fue de...? de esos niños a los que se vislumbra en las imágenes de archivo, saber cómo acabaron sus almas después de aquellos destellos cegadores de fama, observarlos muy de cerca con la curiosidad con la que un científico observaría a un mono criado por leones o por hienas.
Aunque quizás sea más bello entender que no hay una versión única ni una conclusión final ni nada más que comprender que lo que nos ofrece el concentrado destilado gota a gota de Nación de Muchachos.
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