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SECUELAS Y REMAKES

La nostalgia sigue siendo una apuesta segura en televisión

Expediente X, Las chicas Gilmore, Madres forzosas, Twin Peaks... Eso sin contar productos como Stranger Things, que beben directamente del pasado... La nostalgia venden en televisión, eso está muy claro

-Full House (Padres forzosos) fue un gran éxito en los primeros 90.

Full House (Padres forzosos) fue un gran éxito en los primeros 90.ABC

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Con el reencuentro de los participantes Operación Triunfo, 15 años después de su éxito, la prensa y la opinión pública corrieron a ocupar su posición. En un lado están los que demonizan el regreso, por la calidad del producto (escúchense los gallos de Rosa y compañía) y sus implicaciones sociales, y en otro los que defienden la felicidad fugaz y se lanzan a recordar sin prejuicios. El fenómeno, sin embargo, esconde más grises y matices. Es cierto que la nostalgia tiene mucho de marketing, y que aferrarnos a ella nos vuelve inmovilistas, pero también es un síntoma de madurez de la generación millennial, no solo por la reunión de momentos alegres, sino porque nos reconcilia con personajes y héroes caídos de nuestra infancia y adolescencia.

El debate se sirve casi semana a semana, casi estreno a estreno, y el último en recuperarlo ha sido el retorno de Las chicas Gilmore. Netflix inauguró el 25 de noviembre una octava entrega cerrada, en forma de cuatro episodios largos, de la ficción creada por Amy Sherman-Palladino, que durante los primeros años de los 2000 se convirtió en un imprescindible happy place de las series de televisión. Su llegada no nos suena a chino: las nuevas temporadas de clasicazos como Expediente X y Twin Peaks guían los grandes cultos nostálgicos de la televisión actual, y son la punta del iceberg de la fe que los ejecutivos de las cadenas han depositado en regresos y revisiones de viejas glorias: Héroes, Prison Break, MacGyver, El exorcista... Eso sin olvidar el hit de 2016, Stranger Things, que juega con el pasado de manera diferente, también honesta.

Los números del fenómeno

No hay moda creativa, sin embargo, que no tenga una razón económica, y esta mirada atrás de las industrias culturales no iba a ser menos. ¿Tiene sentido hacer otra temporada de Las chicas Gilmore? Con la nueva apuesta de Netflix, muchos se han vuelto a hacer la pregunta que rodea todas las secuelas, reboots y remakes, y que cada vez tiene menos sentido plantear. La reunión de Rory y Lorelai responde a la explosiva estrategia generalista del videoclub online, intentar convencer a todos los públicos con todo tipo de propuestas, y en ello ha tenido mucho que ver el estreno de Madres forzosas. La versión moderna de Padres forzosos, que ya ha estrenado su segunda temporada y ha sido renovada por otra más, horrorizó a gran parte de los críticos especializados, pero las cifras que se publicaron más tarde fueron toda una sorpresa.

Según un informe lanzado en junio por la agencia Symphony Advanced Media, Madres forzosas fue una de las series más vistas de la temporada pasada, con datos cercanos a The Walking Dead: logró una media de 14,4 millones de espectadores en sus primeros 35 días de exhibición. Los números hablan por sí solos. Otra de las ficciones más seguidas en abierto, en la televisión estadounidense, fue Expediente X, que ya guiaba el interés de las empresas anunciantes incluso antes de su estreno, con un rating medio de casi 14 millones, precedida por entregas de una misma longeva franquicia, NCIS y NCIS: New Orleans. ¿Queda entonces alguna duda de por qué las resurrecciones seriéfilas son todavía el caramelo de las cadenas?

Una generación que se hace mayor

La conexión emocional con el público, en estos casos, está a prueba de malas y buenas críticas. ¿Qué más da que el resultado sea mediocre si se trata de reunirnos con personajes y universos añorados? La polémica de Operación Triunfo sucedió meses antes, salvando las distancias, con Expediente X, por poner solo un ejemplo de regreso muy esperado. Los nuevos capítulos de la serie creada por Chris Carter fueron algo irregulares y torpes a la hora de adaptarse a una era televisiva en la que los misterios no lo son tanto como en los 90, pero eso fue precisamente lo más interesante para muchos espectadores. El placer residía, en parte, en reencontrarnos con unos Mulder y Scully cínicos y de vuelta, con los rostros cansados de David Duchovny y Gillian Anderson, pero también en verlos bregar con un tiempo extraño en el que ya no se reconocen.

Pero el último síntoma de que la nostalgia no es ningún fenómeno apocalíptico es una ficción que se zambulle en ella con orgullo: Stranger Things. La creación de los hermanos Duffer para Netflix, además de un impecable ejercicio de estilo de las películas familiares de los 80 (como ET y Los Goonies) y de los universos oscuros e infantiles de Stephen King, es una carta de amor a una época. O más bien, a la visión idealizada y artificial que estos productos consagraron en el imaginario pop, por qué no. Logra además, contra todo pronóstico, dar una pequeña vuelta de tuerca a algunos clichés del género, manteniendo su fe en el poder de la unión y la amistad. ¿Por qué no, en lugar de juzgar las tendencias creativas solo por su calidad, profundizamos en las razones sociales que hay detrás de ellas? La nostalgia habla de nuestra generación más de lo que pensamos.

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