LA BECARIA
Padres que parecen abuelos: la paternidad cada vez más viejos
Vas tranquilamente paseando por la calle, te cruzas con un hombre o una mujer con canas; con las habituales marcas faciales que vienen a llamarse arrugas y con el caminar tirando a torpe mientras empuja un carrito de bebé, y piensas: "¡Anda, qué abuelo tan joven!", y no, resulta que es el progenitor.
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Ser padres ya no es una tarea reservada para la juventud, sino que cada vez se aplaza a edades más próximas a la senectud. Es normal. La situación laboral y económica, según pasa el tiempo, se nos presenta peor: contratos precarios, contratos temporales infames, trabajos en B con horas extra gratis, largos períodos de desempleo sin ver la luz al final del túnel. La economía está emponzoñada, la hostelería se corona en precariedad y echa culpa a la gente de que no encuentren personal con sus famosas frases de "la gente no quiere trabajar, prefiere quedarse en el sofá cobrando paguitas" o que la culpa de todo la tiene Yolanda Díaz, Perro Sanche, los rojos, el comunismo y Venezuela, y que España para los españoles, pero contratan a personas de nacionalidades latinas que aceptan trabajar por los mínimos salarios. Aunque están todos los sectores económicos para amordazar.
A este mercado laboral patético se suma la especulación inmobiliaria. Si hace unos años era lógico y habitual alquilar o comprar un piso a una edad relativamente temprana como medio de satisfacción para cubrir una necesidad básica como es vivir bajo techo en una construcción digna y habitable para lo que viene siendo dormir, cocinar unos macarrones, ir al baño, ver Netflix o chupar WiFi al vecino, en estos momentos vivimos sin vivir con unos precios imposibles en pisos horrorosos y tarados como si fueran suites presidenciales, que obligan a compartir zulo con amistades o extraños, alquilar por habitaciones o seguir conviviendo con los padres, quien puede.
Estos condicionantes son los principales responsables de que se vea a madres y padres con más años que un piano de cola empujando carritos, llevándolos al colegio o a la biblioteca a coger prestados los primeros libros, aunque sí resulta más positivo valorar que, en muchos casos, es la mujer quien decide aplazar la maternidad en pro de sus prioridades vitales: estudiar un grado, dos grados, hacer un máster, un doctorado y luego, ya si cuadra, procrear. Ser mujer ya no es sinónimo de tener churumbeles, no es una obligación en el libro de la vida, y da igual que casi se te vaya a pochar la fertilidad porque puedes dejar guardados los óvulos y luego realizar costosas e intrusivas intervenciones para embarazarte de forma artificial. ¿Y ellos? Lo que cuadre, dentro de su labor de espermar y adaptarse a sus obligaciones en la paternidad, les apetezca o no. Haberlo pensado antes de eyacular. Nunca se han visto tantos hombres empujando sillas de niño como en la actualidad, aunque muchos sólo lo hagan con una mano por vergüenza y para no mancillar su virilidad grabada a fuego en el ADN.
Lleva tiempo abierto el debate de cuál es la edad "ética" para ser padres en beneficio de esa nueva persona que viene al mundo y que necesitará a una madre, a un padre, a dos madres, a dos padres, o lo que le toque, como mínimo, dieciocho años. ¿Se es joven con cuarenta años para ponerse a criar un bebé? ¿Aguanta el dolor de espalda de la incipiente senectud esa nueva carga? ¿En quién piensan los padres cuando deciden tener hijos con casi cincuenta años? ¿No es procrear, sea de la forma que sea, el acto más egoísta de la Humanidad?
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