‘Isla de perros’ de Wes Anderson
¿Puede una película de marionetas de perros animadas ser una sátira de la situación política del mundo actual?
La nueva película de Wes Anderson es una alegoría de ciencia ficción distópica con perros exiliados y abandonados que no da ladrido sin seguir con un mordisco a la realidad de la sociedad intolerante y racista de la era Trump y el Brexit. Puede resultar una metáfora sencilla, pero no podía haber apuntado mejor en el tiempo para ser una de las grandes sátiras sobre nuestro momento histórico actual.
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‘Isla de perros’ de Wes Anderson abrió la Berlinale. Es raro para una película animada de ciencia ficción y drama sobre canes, pero es que no es una obra proyectada también para el público infantil como podía ser ‘Fantástico Mr. Fox’. Lo verdaderamente sorprendente es que además de estar cargada con todas las peculiaridades habituales del director, su estética simétrica, su cuidado musical y visual de tratamiento de colores, es indudablemente su película más política hasta ahora.
Situada en un Japón distópico a 20 años en el futuro, la ciudad ficticia de Megasaki ha alcanzado la saturación de perros mientras que la gripe canina amenaza con cruzar a las enfermedades humanas. El alcalde autoritario Kobayashi exilia a todos los perros a la Isla de la Basura. El sobrino del alcalde, Atari, decidido a encontrar a su mejor amigo, Spots, viaja a la isla de la basura en una aventura épica que podría decidir el destino de los perros para siempre. Con esos mimbres se establece una fábula con toques de comedia y drama. Uno que no duele, que resulta fácil de digerir por el tono socarrón del conjunto, pero que funciona como sátira de la realidad de forma agridulce y certera.
‘Isla de perros’ alberga una historia sobre los más desamparados de la sociedad. Puede que estemos viendo una película de marionetas, pero cuando vemos cómo un gobierno puede crear propaganda para marginar a un grupo, es inevitable unir los puntos con la realidad. A través de un grupo de perros proscritos nos habla de exclusión que deriva en segregación y explotación y esto resulta plenamente relevante con lo que está sucediendo en el clima global de una Inglaterra en pleno Brexit, Francia con Le Pen en segunda vuelta, Europa quitándose a los refugiados de Siria de encima llevándolos a campos de concentración o Nortamérica, sus muros y sus expulsiones de Dreamers.
Pero además, ‘Isla de Perros’ tiene similitudes con el Holocausto, con la representación de la propaganda de forma similar a la Alemania nazi o la isla de exilio que da título a la película, que recuerda también al plan Madagascar, un proyecto ideado por algunos de los líderes de la Alemania Nazi para deportar a los judíos europeos a la isla africana. Todo está presentado de forma sutil pero caricaturizado de forma suficiente como para ser sardónico sin rebajar el mensaje de rechazo a la intolerancia, y el canto a la revolución tratado desde la perspectiva animal que sigue la tradición de George Orwell y su ‘Rebelión en la granja’. Se tocan temas oscuros e importantes con cierta vaguedad evocadora, lo suficiente como para capturar la imaginación sin inducirnos a identificar la lógica. La historia podría moverse a lugares espeluznantes pero logra evitarlos sin trivializar lo que quiere reflejar.
Cuando fue preguntado en la Berlinale, Wes Anderson expresó que todo el arco político estaba inventado, pero que la vida real comenzó a infiltrarse: "Sabíamos que algo estaba sucediendo políticamente. Es de donde vino la historia, y lo que sucede en la película, es nuestra fantasía política en este lugar inventado. Pero luego, debido a que hemos trabajado en ella durante mucho tiempo, el mundo comenzó a cambiar, así que había pequeñas partes que según avanzábamos podíamos ir obteniendo inspiración de la vida real ". Es decir, por casualidad o no, hay una representación de un mundo poseído por el espíritu de los nacionalismso, y una declaración sobre la vida en la América de Trump.
La obra gira en torno a la cultura japonesa, con Kurosawa como principal influencia, referencias a Hayao Miyazaki del Estudio Ghibli y grabados en madera japoneses históricos del siglo XIX como Hokusai. Quizá solo es uan excusa para mostrar todos esos referentes, pero la opción política más subversiva de Anderson es establecer su historia en un archipiélago remoto frente a las costas de Japón. Hay alusiones históricas obvias a las detonaciones nucleares o los campos de internamiento de japoneses y americanos durante la participación de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, pero no profundiza en la política japonesa, ni refleja las características actuales de su sociedad. Incluso la geografía de su Japón es ficticia.
Utiliza el patrón como reflejo de ñas actitudes xenófobas y demagógicas de la política estadounidense contemporánea. De la desacreditación e intento de manipular a los medios o incluso sobre el impacto humano sobre el medio ambiente, cuando su administración se empeña en negar el cambio climático. De hecho, esa crítica medioambiental siempre estuvo presente en el proceso de diseño, que se inspiró en fotógrafos que se han dedicado a capturar los impactos de los residuos en distintos vertederos y ecosistemas circundantes.
‘Isla de perros’ también ha sido acusada de apropiación cultural y de mostrar algunos personajes blancos ayudando a liderar una revolución social, como salvadores. Su interés sobre las causas y consecuencias de la segregación incluso puede hacer sentir que algunos pueden sentirse incómodos al equiparar grupos raciales o étnicos con mascotas, pero el mensaje resuena a un nivel que va más allá de los límites impuestos por la especie o la sociedad; habla sobre inclusión, sobre abandonar los antiguos prejuicios, gritar en contra del fanatismo institucionalizado y rehacer el mundo como un lugar donde todo el mundo puede tener su sitio. No es moco de pavo para una de perretes.
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