LA ARTISTA HA SIDO CRITICADA POR HABER USADO UNA IMAGEN QUE NO LE PERTENECÍA
Lo que aprendí en China con María Cañas: la artista tras la polémica del cartel del Festival de Cine de Sevilla
María Cañas se ha visto envuelta en una polémica por haber utilizado una ilustración hasta el momento desconocida del artista americano Walter Popp. Tras varios días de hype odio y de bilis en formato pixel, tratamos de sosegar el debate y de conocer un poco más a la artista María Cañas.
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Mi primera reacción al ver el cartel y tras haber saltado la polémica fue pensar: “Pues habría que haber citado la fuente original”. Al final, como Wu Ming dice “el código fuente de una narración es un texto anotado, un hipertexto con referencias, ventanas, imágenes, citas, señales […] Un mapa con el cual partir en dirección a ulteriores exploraciones y recorridos. Si no es así, estoy enseñando sólo una porción del territorio: sin indicaciones sobre el recorrido, sin estrellas”.
Mostrar la fuente, la receta, el origen de la inspiración es una responsabilidad de quién quiere hacer visible que el arte es un juego intertextual e intergeneracional. No obstante, hay contextos donde la fuente se invisibiliza y no parece suponer mucho problema. Pongamos dos ejemplos opuestos.
La publicidad se ha caracterizado por generar un halo mágico que disolvía los rastros previos en los que los creativos se habían podido inspirar. No obstante, otra de las paradojas de ésta es que no solamente borraba el rastro de posibles fuentes, sino también la autoría: el producto debe llevarse todo el protagonismo por lo que, salvo en contadas ocasiones y una tendencia reciente de protagonizar la autoría, los creadores de la publicidad eran ‘soldados’ al servicio de una causa comercial a los que interesaba dar visibilidad.
Pero en el polo opuesto podemos encontrar lo que Benito Jiménez llamo “el primer arte Creative Commons”: el flamenco. Muchas de las juergas flamencas han servido como auténticos espacios de creación colectiva, mucho antes de que Wikipedia se pusiera de moda para hablar de “inteligencia colectiva”. En el flamenco, no exento de peleas por egos, copiarse formaba parte de la lógica de la fiesta: en un determinado momento no era tan importante quién cantó qué como improvisar, taconear, dar palmas y cantar en grupo.
Alguien decía en redes: “¡Hay que ver la millenial esta, que sobrada es!”. Lástima que muchos de los que la critican desconozcan sus más de 25 años de carrera artística. Como artista, su obsesión no ha estado tanto en cuidar ciertos aspectos como anotar el origen de las imágenes tanto como generar crítica a partir de un detritus continuo de imágenes en el que, como diría Foucault citando a Beckett en “¿Qué es un autor?”, llegado cierto momento, “no importa quién dijo qué”.
Revisando hilos y comentarios, me encontraba con cosas como “Eres una farsante hija de perra, María Cañas” o “Mira lo que dice ahora esta HIJA DE PUTA en su Facebook”. ¿Qué es lo que desata así la ira? ¿Son los 3.000€ que el Ayuntamiento de Sevilla prometió en concepto de autoría y que Cañas ya ha dicho que donará? ¿Es que la noción de autoría original sigue estando tan presente que nos gustan los memes pero cuando hay pasta de por medio nos ponemos fantásticos? ¿Es que nos gusta criticar a Trump pero luego llamamos ‘hijo de puta’ a alguien en redes a las primeras de cambio?
Hace justo 10 años tuve la posibilidad de viajar con María Cañas a China. Ambos estábamos invitados como parte de una exposición que se iba a llevar a cabo en el Duolum Art de Shanghai. Formábamos parte de una selección de “artistas andaluces” que participaban con motivo del año de España en China. Estuvimos juntos allí unos 10 días.
Ya en aquel entonces María Cañas llevaba una carrera muy prolífica. Su trabajo siempre tuvo como método la remezcla: tomar material ajeno para construir algo nuevo. Una de las principales críticas que ha recibido María es que el cartel que hizo no supone ninguna resignificación sobre la obra original y que por tanto es un plagio. Ella ha declarado, y ha sido comprobado, que la imagen está disponible en iStock y está “libre de derechos”. Eso podrá parecer más o menos legítimo desde un punto de vista ético pero es legítimo. De hecho, los herederos de Popp, el autor de la ilustración usada por Cañas, han declarado que solo quieren que “se le cite”. ¿Y respecto a la resignificación?
Bueno, aquí es donde sí se podría producir un debate sin necesidad de insultar. Hay quien piensa que añadir un efecto de celuloide quemado no es suficiente para que se considere una ‘obra derivada’. Hay quien piensa que no solo hay que tener en cuenta ‘la obra final’, sino el proceso. María Cañas ha defendido públicamente que el proceso fue largo y que hubieron más de 12 versiones descartadas por el Festival antes de que escogieran la que finalmente se presentó. Ojalá las publicara para poder entender dicho proceso porque al final, ahí es donde reside el valor artístico de una obra: en el proceso y no tanto en el resultado.
Volviendo a China, recuerdo sorprenderme comparando la forma que yo tenía de grabar con la suya. En mi blog, hace 10 años escribía: “María es una devora-ciudades-y-experiencias. Cámara en mano va captando todo lo que ocurre a su alrededor. Es una niña grande con una ilusión tremenda por descubrir las cosas y luego pensarlas, narrarlas, remezclarlas”.
En la Torre de la Perla, uno de los lugares más emblemáticos, recuerdo decirle de broma: “eres una bulímica del vídeo!”. En todo yo había grabado un máximo de 2 horas de material. Ella tenía el 1.000% más: 20 horas! Lo que aquello me demostró es que María Cañas era una artista: una folclórica digital una de flamenca del videoarte. Una persona genuinamente despreocupada por el ‘quién dijo qué’. Una persona que probablemente haya cometido un error al no investigar la fuente de la imagen principal del cartel que presentaba pero que os puedo asegurar no es muchas de las cosas que se han dicho de ella durante estos días. Es, con todo lo ambivalente y complejo del término, una artista.
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