Liopardo
Santa Margarita de Antioquia, la Santa Terminator
Santa Margarita de Antioquia, la Santa Terminator
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Una de las películas que más me impactó en su día fue Terminator 2. Además de la estupenda banda sonora con Guns N´ Roses, y un Schwarzenegger pletórico al que todavía no le había dado por la política, siempre recordaré al malo de la peli, ese cyborg ultra avanzado metido a madero con cara de pocos amigos y peinado impecable, y sobre todo, dificílisimo de matar. Le disparaban, le cortaban, le machacaban....y no había manera, se recomponía en unos segundos y vuelta a empezar. Sin embargo, hace ya muchísimos años hubo una santa Terminator también: Santa Margarita de Antioquía. Era una muchacha hija de un sacerdote pagano, que un buen día decidió convertirse al cristianismo. Esto puso de muy mal humor a su progenitor y a un pretendiente que tenía, que la denunciaron y acabó en la cárcel. Allí se le apareció el diablo en forma de dragón y la devoró. Pero Margarita era muy resistente. Igual que Jonás dentro de la ballena, no se murió ni nada. Es más, la cruz que llevaba consigo empezó a molestar terriblemente al demonio. Aquello sí era una digestión pesada. Ni con un almax se le pasaba. Sí, yo le había vendido mi almax al diablo. Empezó el pobre Satán a pensar si no tendría una úlcera, y ya iba a acudir a la consulta de San Lucas Evangelista, patrón de los médicos, cuando la propia Margarita se abrió paso rasgando la piel del demonio con su cruz y salió tan tranquila. Desde entonces es la patrona de los partos. Ni el diabo podía con ella. Después de esto, intentaron matarla quemándola como a una bruja, pero el fuego no le hizo ni cosquillas. La intentaron ahogar con agua, y tampoco.La azotaron con varillas, le clavaron clavos, le insertaron un gancho, y Margarita seguía tan campante. Es más, sus torturadores se acababan convirtiendo al cristianismo. Les faltaba probar con balas de plata. Finalmente, la decapitaron, y ahí se acabó la pobre Margarita. Ni siquiera le dio tiempo a tomar su cabeza bajo el brazo y darse una vuelta predicando, como hizo San Denis, obispo de Paris, patrón de los que dan la chapa. ¡Podíamos haber empezado por ahí!, debieron decirse sus verdugos.
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