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LA ACTRIZ DE HOLLYWOOD CREÓ EL MONSTRUO PERFECTO EN LOS AÑOS 60

El síndrome Bette Davis o cómo una mujer madura solo puede hacer de loca en pelis de terror

‘¿Qué fue de Baby Jane?’ puso de moda un tipo de película, el ‘psycho-biddy’, caracterizado por la inquietante presencia de una vieja gloria del cine a la que la edad ha hecho enloquecer. Los antecedentes de este tipo de monstruo los encontramos en una novela de Dickens y en Norma Desmond.

-What Ever Happened to Baby Jane?

What Ever Happened to Baby Jane?Agencias

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En el capítulo de ‘Feud’ de esta semana, Bette Davis (Susan Sarandon), días después del estreno de ‘¿Qué fue de Baby Jane?’ en 1962, le propone al director Robert Aldrich (Alfred Molina) trabajar juntos de nuevo en otra película de terror protagonizada por dos hermanas tipo las Jane.

Se refiere a ‘Dead Ringer’ (en español, ‘Su propia víctima’), en la que Davis interpretó a una mujer rica y a su hermana gemela, enfrentadas en el pasado por el amor de un hombre. Años después, tras la muerte de su marido, la primera ofrece ayuda a la segunda, que se encuentra en una delicada situación económica, pero ésta la rechaza y, movida por el odio, empieza a urdir un siniestro plan para suplantar la identidad de su gemela.

La película fue finalmente dirigida por Paul Henreid (el héroe con el que Ingrid Bergman terminaba fugándose en ‘Casablanca’), pues Aldrich había acabado harto de Baby Jane y prefirió filmar una del oeste con Frank Sinatra y Dean Martin.

No obstante, solo un año después, Aldrich no tuvo más remedio que ponerse al frente de un nuevo sucedáneo de Baby Jane: ‘Canción de cuna para un cadáver’ (1964). Bette Davis, Joan Crawford y él habían creado un monstruo, y al igual que el doctor Frankenstein persiguió a su criatura hasta el Ártico, los tres quedaron atados a su destino y, muy a pesar suyo, no pudieron librarse tan fácilmente de él. Sobre todo las dos primeras, que se pasaron los últimos años de su carrera alimentándolo. Era, a fin de cuentas, un monstruo que prefería la carne de mujer.

La máscara de polvos de arroz blancos y coqueto lunar que Bette Davis creó para Baby Jane en su camerino fue un auténtico éxito y es mérito de la actriz haberla dotado de vida, pero no era una máscara del todo nueva.

Su molde aparece ya en una novela de Charles Dickens, “Grandes Esperanzas”, en cuyas páginas encontramos a otra Baby Jane: la Señorita Havisham, una mujer a la que dejaron plantada en el altar y que vive encerrada desde entonces en su casa, vestida de novia y de espaldas al tiempo, atrapada en el día de su boda como Baby Jane en sus años de niña prodigio en Hollywood.

Billy Wilder uso también esta especie de arquetipo femenino para escribir ‘El crepúsculo de los dioses’, y cuando ‘Psicosis’ puso de moda a los villanos desequilibrados, un tipo de monstruo no ya sobrenatural sino traumatizado, todo estuvo listo para que Baby Jane saliera a asustar al público de los sesenta.

Era éste un público joven, el de los baby-boomers, que devoraba películas de terror. Drácula, la Momia o el propio Frankenstein apadrinaron muchos primeros besos y fueron testigos de extraños juegos en el patio de butacas. Por ‘¿Qué fue de Baby Jane?’, sin embargo, nadie apostaba demasiado. ¿Qué chaval iba a querer llevar a su novia a ver a esas dos viejas estrellonas? ¿Sabían siquiera quiénes eran Bette Davis y Joan Crawford?

Como se explica en la serie ‘Feud’, sí lo sabían. Las habían visto muchas veces en las películas que echaban los domingos en la tele, y desde luego se acordaban de Margo Channing en ‘Eva al desnudo’, otra actriz acosada por la edad de la que Baby Jane no era sino su reverso tenebroso.

Hay que tener en cuenta, además, que con la generación de los baby-boomers se desató un exacerbado culto a la juventud que todavía hoy perdura (véase el caso de Madonna y el artículo que recientemente le ha dedicado Camille Paglia en el Hollywood Reporter), y que al igual que Mary Shelley denunció con su criatura los peligros del progreso científico en pleno siglo XIX, era lógico que a la fuente de juventud de los 60s terminara acercándose una vieja loca a tirar piedras para asustar a los que allí se bañaban: los baby-boomers también dejarían de ser jóvenes, venía a decirles este nuevo monstruo, una idea desde luego aterradora.

‘¿Qué fue de Baby Jane?’, por otro lado, aparte de inaugurar toda una serie de películas con títulos atrapados entre signos de interrogación (‘Qué fue de tía Alice?’, ‘¿Qué le pasa a Helen?’, ‘¿Quién mató a tía Roo?’), tuvo tanto éxito que terminó convertida en un género cinematográfico.

Es lo que se llamó ‘Psycho-biddy’ o ‘Hagsploitation’, un tipo de película de terror hijo del de momias y protagonizado por una actriz ya entrada en años que con la edad ha ido perdiendo la cordura.

Las estrellas de Baby Jane siguieron siendo sus principales exponentes: Bette Davis con las ya mencionadas ‘Dead Ringer’ y ‘Canción de cuna para un cadaver’, con ‘The nanny’ (1965), y con ‘Pesadilla diabólica’ (1976); Joan Crawford, por su parte, protagonizó ‘El caso de Lucy Harbin’ (1964), ‘Jugando con la muerte’ (1965) y ‘El circo del crimen’ (1967). Pero Baby Jane también atrapó a otras veteranas actrices como Olivia de Havilland o Shelley Winters, que tuvieron que enloquecer para poder seguir trabajando en la industria del cine.

No existe el equivalente masculino de Baby Jane. Solamente me viene a la cabeza Ian McKellen en ‘Dioses y monstruos’, que no deja de llamar la atención que se trate de un personaje (y de un actor) homosexual.

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