Flooxer Now» Noticias

ME VENDIERON UN DISCURSO CON EL QUE NO ME IDENTIFICABA

Todo lo que sentí cuando comencé a practicar el poliamor

Después de unos cuantos años post-adolescentes practicando la monogamia, llegué a la conclusión de que me habían vendido un discurso con el que no me sentía identificada: has de amar a una única persona durante el resto de tu vida. No desearás ni desarrollarás sentimientos por nadie más que tu alma gemela. El amor es esa cosa única y resplandeciente que solo hallarás una vez. No puedes dejarlo escapar.

-Poliamor

PoliamorEl sextante (archivo)

Publicidad

La realidad a la que me estaba enfrentando difería mucho de aquel cuento de hadas. Sí, amaba a mi pareja con locura, pero también me seguían atrayendo otras personas. Sí, quería compartir mi vida y mis planes de futuro, pero una vez pasado el periodo de enamoramiento también desarrollaba sentimientos hacia terceros y terceras.

En realidad, lo que me hacía sentir más culpable es que en el fondo aquello me parecía algo natural ¿Cómo pueden ser malas estas mariposas en el estómago, esta sonrisa tonta que se me pone cada vez que el chico de turno me manda un mensaje?

Lo primero que pensé es que había algo en mí que no funcionaba ¿Estaré rota? ¿Me pasará algo? ¿Por qué no consigo hacer lo que todo el mundo señala como normal? Preguntando y poniendo las cosas claramente sobre la mesa entendí que una gran cantidad de personas a mi alrededor se encontraban en la misma posición.

Deseando y enamorándose de terceros, pero ocultándoselo a sí mismos y a sus parejas. Poniendo los cuernos, rompiendo acuerdos, engañándose los unos a los otros a escondidas. La toxicidad en estado puro.

Esta gran mentira se sostenía precariamente sobre las cortas patitas de la mentira, y muchas veces estallaba salpicándonos a todos. Parejas rompiendo en un caos de celos y odio, grupos disolviéndose, amigos que no querían volver a verse ni en pintura. Miedo, secretismo, desconfianza e inseguridades por doquier. Dramas como primer plato en la orden del día.

En mi cabecita, poco experimentada en los tejemanejes relacionales empezó a forjarse una idea. Tal vez, en el ámbito de los vínculos afectivos, cada persona funcione de forma diferente. Tal vez, todos y cada uno de nosotros deberíamos negociar de qué manera queremos establecer los lazos que formamos con las personas de nuestro entorno, en vez de dejarnos guiar por la opción que se nos da por defecto.

Establecer un contrato en blanco donde pongamos los acuerdos que se adaptan a cada uno de los casos, en vez de intentar meternos con calzador en ese pacto que ya nos han dado escrito y firmado. Tal vez la monogamia sea el modelo que aceptamos por inercia simplemente porque es el único que se nos ha enseñado. Y, tal vez, solo tal vez existan otros contratos, otros acuerdos, otras maneras de crear uniones profundas, sinceras y libres de drama.

Todavía no sabía que aquello tenía nombre, ni que unas cuantas personas de mi entorno ya lo estaban practicando. De esto hace ahora seis años. Investigué mucho, leí más aún y tuve la suerte de encontrar una asociación en Madrid que me ayudó a resolver todas mis dudas.

Con mucho miedo, mi pareja y yo decidimos dar un paso más allá en nuestro vínculo y plantarnos en el mundo de la no exclusividad sexual. El poliamor me parecía una metamaravillosa pero muy, muy lejana.

Empezamos a tener relaciones sexuales con otras personas, a veces juntos, pero principalmente separados. Los celos me comían por dentro, y todas las inseguridades y miedos que llevaba años intentando tapar salieron a la luz para recordarme que todavía tenía muchas cosas que gestionar en mi vida. ¿Y si encuentra a alguien mejor que yo? ¿Y si decide dejarme?

¿Y si al volver conmigo ya no siente lo mismo? No entendía nada, pero lo estaba pasando realmente mal. Cada vez que él quedaba con una tercera persona se me hacía un nudo en el estómago y me veía inundada de pensamientos extremadamente tóxicos.

Siempre digo que lo más bonito que me ha aportado el poliamor es un viaje de autodescubrimiento, y no exagero. Lo más complicado ha sido enfrentarme de cara a mis miedos, entender de dónde provienen y aprender a vencerlos. Inteligencia emocional, ni más ni menos.

Tras un año de muchas dudas y una gestión pésima de mis emociones empecé a entender qué disparadores activaban mis celos. Comprendí que la comunicación y la confianza tienen que ser un pilar base para cualquier vínculo afectivo. Y, poco a poco, el sentimiento constante de inseguridad comenzó a disolverse.

El miedo al abandono dio paso al empoderamiento. La codependencia se convirtió en libertad. Y otro amor, reconstruido y mucho más sincero se instaló en mi vida.

Un par de años después de abrir la pareja comencé a tantear la idea de tener relaciones poliamorosas. La no exclusividad emocional era el siguiente paso en la abstracción de mis uniones afectivas.

¿Cómo me sentiría teniendo más de una pareja? ¿Y qué tipo de estima podría desarrollar hacía las parejas de mis parejas? Menudo lío. Todo empezaba a posicionarse dentro de una red de vínculos, un caos ordenado de comunicación clara y amor bien gestionado donde todo el mundo sabía de todo el mundo, y nos llevábamos bien.

Empecé con relaciones jerárquicas. Tenía una pareja principal, con la que compartía casa, planes de futuro e intimidad absoluta, y varias secundarias en las que el nivel de implicación era más reducido. Pronto nos dimos cuenta de que podíamos y queríamos ir un paso más allá.

¿Qué ocurriría si dejásemos de comprender nuestro amor como algo finito que solo puedes entregar a X personas? Las limitaciones reales a las que nos enfrentamos fueron de tiempo y espacio, no de sentimientos ¿Cómo hacer que las expectativas de todo el mundo estén equilibradas?

¿Cómo estar presente cuando compartes tu vida con más de una persona? ¿De qué manera compartir piso, vida y planes? Así llegamos a lo que se conoce como anarquía relacional. Parejas sin jerarquías, amor donde los límites y las expectativas están gestionados únicamente por las personas que componen el vínculo.

Encontrar el poliamor me ha dado alas, y aunque ha sido un camino duro en el que he tenido que enfrentarme a mi misma y a mis propios temores e inseguridades, por nada del mundo volvería a la monogamia.

Esta es mi opción, y estoy orgullosa de haberla encontrado. Si tenéis que quedaros con algo de este artículo, que sea con esto: pensad, experimentad, plantearos de qué manera queréis vivir vuestra vida. De qué formas queréis crear vuestros vínculos y manejar vuestras relaciones.

Y cuando lo tengáis claro, id a por ello por encima del miedo y los convencionalismos sociales. Si la monogamia va con vosotros ¡Adelante! Y si queréis probar otros modelos , también adelante. Haced de vuestra vida un contrato en blanco.

Publicidad