El castillo de arena en el que vivía se ha desmoronado
Tres años de relación con un casado, se divorcia y me sienta mal: ¿por qué no doy saltos de alegría?
El castillo de felicidad en el que vivía yo, siendo uno de los vértices de un triángulo amoroso prohibido, se ha desmoronado sin previo aviso por culpa de su separación. ¿Tiene algún sentido todo esto?
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Recuerdo cuando conocí a Mario. Fue durante una cena con amigos en común. Casado y con dos hijos pequeños, me fijé en él desde el minuto uno. ¿Por qué? Pura física y química, supongo. Esa misma noche intercambiamos los teléfonos para concertar una cita íntima y privada, dado que su estado sentimental le impedía actuar con la libertad propia de quien está soltero. Tras el primer encuentro sexual, acordamos los términos de nuestra relación.
“¿Entonces tú solo quieres que hablemos para quedar a follar?”, me dijo Mario un tanto descolocado cuando le expresé mis intenciones. Yo le fui muy sincera desde el primer día. Jamás he mantenido una relación duradera y estable con ningún hombre. He tenido muchos follamigos y rollos, pero nada serio. Años de psicóloga me han hecho darme cuenta de que es una elección tan válida como la de unirse para siempre a una persona y, además, ahora soy consciente de mi miedo atroz a perder parte de mi independencia al estar en pareja.
Así pues, puse las cartas sobre la mesa. Nada de llamadas a escondidas de su mujer para ver qué tal me iba la vida, nada de aprovechar estar en el parque con los niños para mandarme un mensaje guarro… Mario y yo éramos dos personas adultas que se atraían y yo no estaba dispuesta a complicarlo con detalles y gestos que, a la larga, siempre traen problemas. Con Mario de acuerdo en el protocolo de actuación, nuestra ‘polvorienta’ relación arrancó.
Cierto es que no soy una máquina y tengo sentimientos. Tras tres años de continuos encuentros sexuales muy placenteros (el no compartir facturas, educación de los niños, vacaciones con los suegros… hace un mundo en el sexo), Mario decidió que era hora de dar un paso más allá. Lo noté el día en el que me dijo que hiciésemos una escapada a la playa. Le tengo cariño e incluso diría que le quiero (aunque no de forma romántica), pero el hecho de hacer las maletas y jugar a ser la pareja feliz me inquietaba. Dejando a un lado mis reservas, dije que sí.
¿Lo pasamos mal? Para nada, pero yo sentía que algo estaba cambiando. Lo veía más relajado de lo normal, más cariñoso, incluso diría que se reía muchísimo más que cuando lo conocí. Mal rollito. Algo estaba cambiando en su vida y yo me temí lo peor. Por desgracia, acerté. “Llevo dos semanas viviendo solo. Me he divorciado”, me dijo durante una escapada que hicimos a Roma.
“Pues claro que te has separado. A ver si no qué le vas a decir a tu mujer si nos hemos venido cuatro días a Italia y tú jamás viajas por trabajo ni te vas con amigos a ningún sitio solo”, pensé en mi mente. Me maravilla ver cómo algunos hombres se piensa que no sabemos que uno más uno son dos.
Aunque yo me olía la tostada desde hacía varios meses, la noticia me sentó como un jarro de agua fría. Sé que otra mujer (quizá alguna que se hubiese enganchado a él sentimentalmente en los últimos años) se hubiese alegrado muchísimo fantaseando con un posible e incipiente relación estable. Yo no.
Yo disfruto sabiendo que nunca discutiremos por ponernos de acuerdo para ver dónde pasamos las Navidades. Me encanta el hecho de ser la otra porque me parece erótico, morboso y me encanta saber que estoy haciendo algo que la mayoría de la gente rechaza y considera de tener poca vergüenza. Es como vivir al margen de la ley sentimental Y chicos, qué queréis que os diga, a mí eso me pone muchísimo.
Pero más allá de querer ser una chica mala en esto del amor, me gustaba mi relación con Mario en su versión casada porque no tenía nada que perder. Nadie pierde algo que no tiene. Y eso es precisamente lo que yo necesito. Me lío con gente no disponible emocionalmente porque yo tampoco lo estoy. No quiero pagar facturas a medias, no quiero decidir qué piso comprar y en qué barrio y ciudad comprarlo, no quiero discutir sobre si debemos o no tener hijos…
Todas esas preguntas se desvanecen cuando estás con alguien casado. Tú eres su divertimento, el escape de su rutina. Yo estoy en mi salsa en ese papel. Lo quiero porque nadie me lo ha impuesto. Yo busco ese tipo de relaciones porque, de momento, ni sé ni quiero desenvolverme en una convencional.
Por eso, el anuncio de su divorcio ha hecho tambalearse los cimientos de nuestro acuerdo. ¿Qué derecho tiene a separarse sin consultarme? ¡Habrase visto!
Sea como fuere, lo bueno es que seguro que esta nueva etapa me da para algún que otro artículo al respecto. Tened paciencia. Volveré.
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