THE HANDMALD'S TALE Y OTRAS DISTOPÍAS EN LAS QUE LA MUJER VALE TANTO COMO SU CAPACIDAD REPRODUCTIVA
Su útero las mantiene vivas y las convierte en esclavas
‘The Handmaid’s Tale’ es una de las series más perturbadoras del panorama actual. Plantea una sociedad distópica estéril en la que las mujeres fértiles son esclavizadas para que procreen sí o sí. Incluso las violan una vez al mes. Aunque genuina en cuanto a impacto, no es la única historia de ciencia ficción o futuro no deseable en la que la mujer ve cómo otros imponen su voluntad sobre su útero y ovarios.
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En la República de Gilead una mujer vale tanto como valen su útero o su posición social. Si estás casada con un comandante, no has de preocuparte porque la vida te sonreirá. O, al menos, no te faltarán un techo lujoso, ropas azules, un plato de comida y cierta libertad. De esto último no demasiado no vaya a ser que te dé por pensar por ti misma y el sistema se venga abajo. Si no estás casada con uno de los teócratas que manejan los hijos en esta distopía nacida de la mente de Margaret Atwood y convertida en serie por Bruce Miller, entonces más te vale ser fértil.
En este universo ficticio el gran problema de la humanidad es el descenso de la natalidad debido a la escasez de especímenes fértiles. Tanto hombres como mujeres, las cosas como son. No nacen niños y sin ellos el ser humano como especie tiene los días contados. Para remediarlo a un grupo de iluminados por gracia divina se les ocurre un sistema de gobierno teocrático basado en “valores tradicionales”, dicen, en el que la reproducción está considerada “imperativo moral” y a las mujeres se les obliga a cumplir con su “destino biológico en paz”.
Violarlas una vez al mes
Claro, que por en paz se entiende el violarlas una vez al mes, cuando se las considera más fértiles, como parte de un ritual retrógrado y brutal que deben acatar sin rechistar. De lo contrario, serán enviadas a las Colonias a pasar el resto de sus días dedicadas a trabajos forzados. Así que a las criadas, así las llaman, no les queda otra que asumir su destino reproductor y, encima, dar las gracias porque su fertilidad, su útero y sus ovarios, les han salvado de un destino que sus opresores consideran peor.
Son mujeres a las que les han arrancado de su vida anterior a la instauración de la república y enviado a una suerte de academia de la reproducción y el sometimiento en la que son aleccionadas sobre cómo deben comportarse y qué deben hacer para cumplir con su único cometido en su nueva vida: ser fecundadas. Con Dios siempre como justificación para todo y el bien común como excusa, estas mujeres que no pueden ni conservar su nombre –son rebautizadas como propiedad del comandante al que las destinan– ni siquiera encuentran apoyo entre sus congéneres.
En un mundo machista como el de Gilead, las esposas de los comandantes son casi peores que ellos mismos. De hecho, una de las grandes ideólogas de la nueva república es la señora Waterford, firme defensora del que llamó ‘feminismo doméstico’ y que lleva con resignación cristiana el segundo plano al que ha sido relegada por esta república que ayudó a levantar mientras su marido intenta fecundar a Offred (Elisabeth Moss), su criada, con ella como testigo.
En realidad, todos estos valores tradicionales como ellos los llaman y sobre los que se sustenta la república imaginada por Atwood no son tan de ciencia ficción por muy distópica que sea su historia. En pleno siglo XXI, aún existen sociedades en las que las mujeres son vistas y tratadas como simples reproductoras, cuyo único fin en la vida es tener hijos, criarlos y cuidar de la casa. Ideas que no hace falta irse muy lejos a buscar. De hay la importancia de ‘El cuento de la criada’ y lo turbador de su contenido, publicado por primera vez en 1985.
La fertilidad como privilegio a compartir
Lo de la esterilidad como problema futuro es algo que ya se había visto antes en otras distopías cinéfilas o seriéfilas, al igual que la cosificación de la mujer en este sentido convirtiendo su aparato reproductor en la única parte de ella que importa.
En ‘Hijos de los hombres’ (la novela de P. D. James en la que se basa es posterior a la de Atwood) sufrían del mismo problema que ‘El cuento de la criada’, aunque aquí era aún más acuciante, ya que, con casi 20 años de infertilidad, los niños eran un recuerdo del pasado.
Hasta que una refugiada se queda embarazada y todos quieren convertirla a ella y a su bebé en moneda de cambio o rata de laboratorio con la que investigar la cura para ese mal que amenaza con acabar con la supervivencia de la especie.
El calvario de Kee no es como el de Offred, si no más atropellado. Una es violada sistemáticamente y esclavizada. La otra ha de emprender una huida a la carrera, en avanzado estado de gestación para salvar su vida y la de su hijo milagro. Cada una sufre un calvario distinto consecuencia del mismo mal: el empeño de otros de decidir sobre su capacidad para concebir.
Clones femeninos
En una tesitura similar se encuentra el clan de las esposas de Immortan Joe, ese ser deforme que lidera la comunidad machista de ‘Mad Max: Furia en la carretera’ en la que los Chicos de la Guerra son sus vasallos y soldados y las jóvenes más guapas y fértiles pasan a formar parte de su harén. Porque si algo obsesiona a Immortan Joe es perpetuarse. Y ya que la genética no está de su parte, mejor elegirlas jóvenes y guapas. Ninguna de ellas está ahí por voluntad propia. Han sido secuestradas, retenidas y esclavizadas con un único fin: reproducirse.
Y mientras en unas distopías ser fértil es visto como un privilegio –aunque ello acarree consecuencias terribles para la mujer–, en otras es considerado un error que ha de ser subsanado. Es el caso de ‘Orphan Black’. Los clones protagonista han sido fabricados con otros fines y ninguno debería ser capaz de dar vida a otro ser humano. De hecho, la mayoría no son fértiles. Las únicas capaces de procrear son Sarah Manning y su gemela Helena. Ambas interpretadas, como todos los clones femeninos, por Tatiana Maslany. La primera tiene una hija y las segunda está embarazada de gemelos.
Hay un momento de la serie en la que la Sarah es definida como un error de laboratorio que no debió haber salido adelante. Sus creadores no contemplaban que fuese fértil porque su sentido de ser no era ese. Ese es el caso contrario al de ‘El cuento de la criada’ e ‘Hijos de los hombres’. Ser madre aquí no es un don del que aprovecharse, sino un error que está penalizado con la muerte. Si eres un clon fértil tu destino es la exterminación. De nuevo, otros decidiendo sobre la capacidad para reproducirse de la mujer.
La obsesión de los aliens por los úteros terrícolas
Mención a parte se merecen los aliens y su obsesión con los úteros humanos. Porque, ¿a qué viene es manía con fecundar a terrícolas? En ‘Los Simpson’ se lo tomaban a broma en aquel capítulo en el que Maggie resultaba ser producto de una abducción de Marge en la que la fecundaron. Sin embargo, es un tema muy serio y recurrente.
A ver, ¿por qué tiene ADN alienígena Dana Scully (Gillian Anderson) y qué tiene que ver eso con su hijo? Es algo que ‘Expediente X’ aún tiene que explicar del todo bien. O el ejemplo de Anne (Moon Bloodgood) en ‘Falling Skies’, a la que secuestraban y le hacían a saber qué cosas convirtiendo a la hija fruto de la relación con Tom Mason (Noah Wyle) en un híbrido muy chungo para dominar el planeta.
Quizá en este sentido lo más cruel sea lo de la miniserie ‘Childhood’s End’, en la que los extraterrestres jugaban con la genética de los niños para acabar llevándoselos. Y para evitar el disgusto de ver cómo sus hijos levitaban hacia el espacio, el interlocutor alien amigo del protagonista (Mike Vogel) anulaba la capacidad reproductora de este dejando a la pobre novia del mismo con las ganas de ser madre. Su conclusión era que era mejor no tener que haber tenido y perder. De nuevo, otro ser masculino imponiendo su voluntad sobre los ovarios y el útero de una mujer.
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